¿Por qué siempre Venezuela? – Por Daniela Pacheco

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¿Por qué siempre Venezuela? 

                                                Por Daniela Pacheco*

Hablar de Venezuela en los últimos años siempre ha resultado difícil, especialmente, por la cantidad de verdades a medidas que sobre su realidad suele decirse. Y en medio de un proceso electoral altamente polarizado, en el que las redes sociales actúan como cajas de resonancia de nuestros sesgos de confirmación, — ese fenómeno cognitivo que nos lleva a buscar y aceptar evidencia que respalde nuestras creencias preexistentes—, es muy complejo observar al país sudamericano desde una escala de muchísimos matices, como suele ser la política latinoamericana.

Con un grito de fraude anticipado desde hace varias semanas; un ataque cibernético al CNE venezolano; redes sociales inundadas de noticias falsas; fotos de manifestaciones pasadas; transmisiones que benefician a un solo lado de las orillas en disputa; y en general, una saturación de información, de la cual es muy difícil identificar su veracidad, es casi imposible desprendernos de los prejuicios que hemos construido alrededor del país al que la derecha mundial y cierta izquierda perdida han convertido en su principal enemigo.

A partir de esa narrativa y del “blanqueamiento” de imagen hecho por varios medios de comunicación alrededor del mundo, es que personajes como María Corina Machado, promotora de las guarimbas (epicentros de la violencia opositora) que inclusive han quemado a personas vivas por el simple hecho de ser chavistas; que promueve la privatización de los recursos naturales; que se pronunció en favor de una invasión militar de los Estados Unidos a su propio país; que es muy cercana a los gobiernos del norte, son vendidos como la única posibilidad de “libertad” para el pueblo venezolano.

El tema trascendental de la situación en Venezuela fue y será la apropiación de los recursos petroleros de la mayor reserva del mundo. Estados Unidos busca un acceso total a ellos y eso es incompatible con un país y un gobierno soberanos. Apellidos como Machado, como Capriles, como Guaidó, que cada cierto tiempo aparecen con sus “gestas heroicas” son una garantía para la privatización y su entrega.

Se puede estar a favor de la alternancia del poder; en contra de la reelección si se quiere; hasta del propio presidente Maduro; pero otra cosa es aplaudir a una aliada de la ultraderecha regional como Machado.

Por supuesto que el Gobierno de Nicolás Maduro ha cometido varios errores que se sienten en la vida diaria de las y los venezolanos como la falta de agua y electricidad, el limitado acceso a medicamentos o las remuneraciones que se cobran parcialmente entre bonos y salarios u otros como los escándalos de corrupción que terminaron en grandes derrotas electorales como la de 2015. Ni qué decir del drama de los millones de migrantes en toda América Latina que, además de hambre e inseguridad, enfrentan la xenofobia de muchos que en estos días dicen dizque luchar por su libertad.

Sin embargo, lo anterior no puede ser entendido sin las 927 medidas coercitivas unilaterales que mantiene Estados Unidos sobre Venezuela, los bienes congelados por 34 mil millones de dólares y pérdidas de ingresos que superan los 230 mil millones de dólares. El país sudamericano enfrenta la embestida de quien utiliza dichas medidas como armas políticas y económicas contra países y contra todo aquel que no comparta sus intenciones expansionistas, y que por supuesto ha alcanzado de manera cruel al pueblo venezolano.

Pero del otro lado, también existen hechos que explicarían el triunfo de Maduro, aunque, insisto, para varios, sea difícil de creer. Si uno revisa las elecciones en el pasado, la base chavista no ha variado mucho, se sigue manteniendo en cerca de seis millones de personas, tomando en cuenta que es la población que ha salido, en su mayoría, la que podría ser contraria al régimen.

Diría la oposición mexicana que vendieron su voto por programas sociales. Pero al igual que esa oposición, la venezolana, que viene de la élite en Miami y vive ahí, tampoco ha sido capaz de capitalizar a lo largo de estos años el descontento de cierta parte de la población con el chavismo.

A su vez, Venezuela ha experimentado una recuperación económica y el sector energético, el motor del país, observa una mejoría respecto a épocas anteriores, y el Gobierno de Maduro ha tenido cierto éxito para controlar la hiperinflación. Además, según el FMI, crecerá en un 4% en 2024, por encima del crecimiento promedio de la región del 2%.

Ahora bien, en los próximos días, seguiremos viendo a gente en las calles que saldrá a manifestarse: unos con enojo porque creen que les robaron las elecciones; otros, la base dura del chavismo, que aunque no les guste, existe, y que va a defender a su gobierno.

La falta de claridad sobre las actas electorales, dice el Gobierno de Venezuela, a razón del ataque cibernético, ha dejado un vacío informativo —que ojalá sea clarificado pronto—, aprovechado rápidamente por la derecha y ultraderecha voraces que se saborean la caída de Maduro. Gobiernos como el de México o el de Brasil han tomado actitudes prudentes y respetuosas del Derecho Internacional respecto a esperar la publicación de la totalidad de las mismas y resolver cualquier controversia por las vías pacíficas.

Es una lástima que a muchos políticos hablar sobre Venezuela se les haya convertido en una excusa para apagar los fuegos internos o combatir sus bajos niveles de popularidad fronteras adentro. No es que les importe la vida de las y los migrantes, ni tampoco la democracia, sino los réditos electorales y mediáticos que puede dejar enfrentarse al “diablo venezolano”. La democracia se respeta también cuando la derecha pierde.

Hablan de fraude sin presentar ninguna prueba sólida y organismos sin legitimidad alguna como la OEA, con trayectoria en golpes de Estado en nuestro continente, piden intervención. ¿Se permitirían hacer lo mismo con países como Estados Unidos? ¿Por qué creen que pueden hacer lo que quieran siempre con otros como Venezuela?

*Comunicadora social y periodista. Asesora de gobiernos progresistas. Analista política. Colaboradora del Instituto para la Democracia Eloy Alfaro (IDEAL).

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