El grotesco lado de la violencia – Por Nieves y Miró Fuenzalida

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

El grotesco lado de la violencia 

Por Nieves y Miró Fuenzalida

 Cuando miramos la historia siempre nos topamos con el eterno ciclo de violencia y destrucción  y a pesar del optimismo teleológico del modernismo que nos dice que la historia es un proceso de transformación de sociedades bárbaras a sociedades civilizadas, los hechos indican algo bien diferente.

Varios meses atrás el New York Times reportó que Estados Unidos estimaba que cerca de 50.000 soldados ucranianos y rusos han sido heridos o muertos durante el extenso conflicto que empezó en febrero del 2022. Y hoy, con horror, dolor e impotencia, vemos el genocidio del pueblo palestino llevado a cabo por el estado de Israel y facilitado por el gobierno de Joe Biden.

Esto, y mucho más, es lo que en estos momentos ocurre. Y lo que ocurre en estos momentos  es parte de la larga cadena de atrocidades que la historia va tejiendo. A partir de 1946, desde el mismo momento en que la segunda guerra mundial terminaba, han habido 250 guerras civiles hasta el momento.

Civilización y barbarie no son estados contradictorios. Yacen uno al lado del otro en una espiral descendente de violencia continua. El primer informe global sobre la violencia, publicado en el 2002, revela algo que ya sospechábamos: 1,6 millones de personas sufren muertes violentas cada año.

Cada día, en promedio, son asesinadas más de 1.400 personas. Unas 35 mueren cada hora como resultado de conflictos armados y un cuarto de mujeres del mundo sufren violencia sexual. La violencia, en todo momento, es una compañía constante en los asuntos humanos y puede adoptar una variada gama de formas que van desde el escupitajo y bofetada, al atraco callejero, la tortura, el asesinato político, el genocidio, el ataque terrorista y la guerra con el uso de armas de destrucción masiva.

Y también puede tener una variada gama de funciones. Desde el punto de vista individual o de grupos enteros, por ejemplo, puede ser una forma de autodefensa, un acto de venganza, un medio para lograr ciertos fines o una forma sadística de jugar con la vida de los demás.

Sin lugar a dudas, como nota el politólogo australiano John Keane, el siglo XX ha sido el peor en términos de violencia. Guerra total, armas químicas, genocidios y campos de concentración. Según las estadísticas ha sido el siglo con más asesinatos registrados en la historia que alcanzó a 187 millones de seres humanos, el equivalente a una décima parte de la población mundial.

Y las guerras civiles, que se extienden hasta nuestro siglo, envenenan las instituciones sociales y destruyen los medios de subsistencia de la población. El enemigo es demonizado y los rituales de violencia en contra de ellos se repiten sin fin. Se asesina a  inocentes, se cortan las manos, la lengua  y genitales del enemigo, se envenenan los alimentos, se queman los cultivos, se violan las mujeres.

Agathe Uwwiligiyimana, una líder Hutu, fue asesinada por sus compatriotas Hutus por su moderación. Su cuerpo medio desnudo fue arrojado a la terraza  y una botella de cerveza fue empujada en su vagina.  Y un sacerdote ruandés prendió fuego a su propia iglesia donde ciudadanos aterrorizados habían buscado refugio.

Los torturadores serbios en Bosnia obligaban a sus víctimas musulmanas  a arrancar de un mordisco los testículos de otros musulmanes. El autor Peter Gray en su libro “The Cultivation of Hatred” muestra cómo los soldados del gobierno en el siglo pasado le cortaban las orejas o los genitales a sus víctimas y forzaban a las madres a punta de pistola a disparar a sus propios hijos aterrorizados frente a la multitud, para luego asesinarlas… ¿Qué clase de especie somos para llegar a tal degradación?

Cuando uno ve el ciclo de violencia permanente a través de la historia es difícil no pensar en ella como parte de la “naturaleza humana”, como una predisposición profundamente arraigada en nuestro ser. El humano es un animal mamífero y como muchos machos de esta especies, un predador dotado con la voluntad de matar y ejercer violencia en la búsqueda de sustento, compañera y familia.

A pesar de los mitos de Creación y el antropocentrismo cristiano y su equivalente secular en las  “ciencias sociales”, con su versión de un animal autosublimado, las guerras indican, no meramente un dispositivo social, sino un artificio natural mucho más anterior, digamos, un flujo directo o indirecto de los instintos masculinos de éxito, supervivencia y represión.

La violencia es para el animal humano, a la vez, “natural” y cultivo social, como el uranio lo es para los dispositivos nucleares. Es su esencia misma. Toma múltiples formas y no está restringida a sus expresiones más brutales como la violación, el asalto y el asesinato, sino también en manifestaciones más simples de ira, impaciencia, egoísmo e irascibilidad.

Dado este panorama, no es extraño que la democracia  degenere frecuentemente  en violencia. Las sociedades civiles, de hecho, están plagadas de focos de violencia, algunas de ellas tan peligrosas que necesitan urgentemente más y mejores sistemas de vigilancia y nuevas formas de regulaciones legales, políticas sociales y dispositivos de represión.

Frente a este siniestro cuadro de crueldad no es difícil concluir que las instituciones democráticas y las sociedades civiles tienen tantas posibilidades de sobrevivir como un copo de nieve en el desierto. Todo lo que queda, al parecer, es “la vana lucha de los individuos en contra de la barbarie”.

¿No es esta visión, sin embargo, profundamente pesimista y antidemocrática? Según los teóricos más progresistas, como Keane por ejemplo, el problema con los enfoques basados en la “naturaleza humana” es que tienden a paralizar las innovaciones políticas al pensar que en última instancia poco o nada se puede hacer para detener o disminuir la violencia.

El enfoque exclusivo basado sólo en la biología del animal humano omite la importancia de las instituciones sociales. La violencia, limitada o generalizada, deriva principalmente de los principios organizativos históricamente específicos de la sociedad civil. Cultivar la idea de que la violencia tiene raíces sociales y que, por tanto, es contingente y removible, permite, a lo menos idealmente, implementar formas de vida más pacíficas.

Pero, dado que la violencia actualmente amenaza a poblaciones locales enteras y tiene un impacto negativo sobre la democracia, puede ser necesario su uso para poner fin a la violencia incivil. El problema con esto es que,  paradójicamente, vuelven a colocar al sujeto y a poblaciones enteras bajo una permanente nube de violencia que contradice la libertad, la solidaridad y la civilidad que la democracia supone defender… ¿Qué se puede hacer, entonces?

Las dictaduras garantizan calles seguras, pero también el terror que sentimos cuando suena el timbre a media noche. En democracia las calles pueden ser inseguras, pero lo más probable es que el visitante que golpea la puerta en la madrugada sea el cartero.

Los movimientos pacifistas son ciertamente una forma de respuesta legítima para los sujetos que disfrutan una sociedad civil protegida por el gobierno y proporcionan una opción al peligro destructivo de la violencia social  y las guerras. La resistencia no violenta opera como una utopía señalando que es posible un mundo en el que haya menos violencia o no violencia.

Y efectivamente ha habido momentos en que las acciones de protesta no violentas literalmente han desarmado el poder de la violencia, si recordamos especialmente  a Mahatma K. Gandhi o Martin Luther King.

La cosa, sin embargo, es que el pacifismo basado en principios religiosos o morales eventualmente encuentra su propio callejón sin salida. El ejemplo más obvio es la pregunta de Orwell a Gandhi en la segunda guerra mundial: ¿Y que pasa con los judíos? ¿Estás preparado para su exterminación? Si no… ¿qué propones para salvarlos?

Su recomendación fue que los judíos alemanes deberían haber cometido suicidio colectivo. La respuesta de Gandhi sugiere que la lucha por un mundo pacífico basado en el uso de la no violencia puede ser contradictorio, especialmente cuando la renuncia a la violencia resulta en la aniquilación de las víctimas.

No hay doctrina en este mundo que pueda eludir el que, en muchos casos, la elección de fines buenos esta ligada al hecho de que uno debe estar dispuesto a pagar el precio de utilizar medios dudosos, e incluso ramificaciones malignas para lograr el objetivo…

¿Bombas de racimo para expulsar al invasor?… La violencia, uno podría decir, se vuelve un “remedio efectivo” en contra de la violencia fetichista de los cultos y pandillas criminales que azotan a la población civil, en las luchas de liberación colonialistas y en las revoluciones en contra de las oligarquías y dictaduras de todo tipo… ¿No es cierto?

Cierto. La cosa que debemos tener en cuenta siempre, sin embargo, es que utilizar o no la violencia con fines políticos o sociales es siempre riesgosa y plagada de dudas y consecuencias no deseadas, que muchas veces contradicen de manera impredecible los propósitos deseados. No estaría mal recordar aquí a Nietzsche: “Quien lucha contra monstruos, debe asegurarse que en el proceso no se convierta también en monstruo”.

Dado el tipo de animal que somos, la violencia, de una u otra forma, continuará siendo parte de nuestras vidas, queramos o no. Considera solo lo siguiente: una de las contradicciones políticas más inquietantes que la democracia hoy enfrenta es que hay tiempos y lugares en que las mejores maneras cívicas y defensa de la democracia y los derechos humanos cohabitan pacíficamente con asesinatos masivos  y torturas, junto con el terrorífico desarrollo de las técnicas de guerra y violencia  universal que tienen el potencial de eliminar la política al matar millones, llegando, incluso, a eliminar la especie humana.

El final de la historia  puede que no sea el punto Omega del que hablaba Teilhard de Chardin, la realización del Espíritu de Hegel o la sociedad sin clases de Marx, sino la autodestrucción humana causada por el holocausto nuclear o la destrucción ecológica.

* Profesores de Filosofía graduados en la Universidad de Chile. Residen en Ottawa, Canadá, desde 1975. Nieves estuvo 12 meses presa en uno de los campos de concentración durante la dictadura de Augusto Pinochet. Han publicado seis libros de ensayos y poesía. Colaboran con surysur.net y el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)

https://www.surysur.net/el-grotesco-lado-de-la-violencia/

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