La crisis de los partidos en República Dominicana – Por Bernardo Matías

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Por Bernardo Matías *

Decía Gramsci que los partidos son la antesala del Estado e incluso lo concibe como parte de la misma sociedad civil, porque son estructuras fundamentales para la articulación de la sociedad y la conducción del aparato estatal y ser garante de derechos. Los partidos son determinantes para dar sentido global o universalidad a políticas públicas que favorezcan a todos y todas. En ese contexto, los partidos son fenómenos históricos que se mueven, cambian, retroceden, avanzan o desaparecen. Dentro del sentido histórico no existe la perpetuidad ni la inevitabilidad de permanencia en el tiempo de los partidos.

En RD los partidos todavía siguen siendo instituciones que arrastran y movilizan a grandes masas. Pero la pregunta es ¿estas movilizaciones son el resultado de una identidad ideológica o atracción por propuestas programáticas? Lo real es que éstos permanecen y algunos se han reciclado, pero la conexión con las expectativas de la sociedad se debilita cada día más. Por eso, la principal característica de esta crisis es la desarticulación de los partidos con la sociedad. El rescate de las prácticas políticas positivas del pasado se torna cada vez más lejano. Esta crisis no es positiva para la sociedad ni para la democracia. Es una bomba explosiva que abre un agujero y deteriora a toda la sociedad y sus instituciones.

Esta desconexión partido-sociedad limita sus capacidades para movilizar masas alrededor de ideas diferenciadoras y por ende tienen que recurrir a las prácticas clientelistas o a otros recursos erosionadores de la democracia. Pero lo más dramático de este escenario es que quien no lo hace logra poca representatividad electoral y opera como fuerza marginal en la sociedad, porque ya el clientelismo y el paternalismo se han convertidos en una cultura política que atraviesa todo nuestro tejido social.

La época moderna se caracteriza por un predominio del individualismo por encima de la condición de ciudadanía. De ahí que el ciudadano se vincula a la política a partir de la búsqueda de respuestas a sus necesidades individuales, no a lo colectivo. Cuando la política se mercantiliza, se configura un individuo sin vínculo social y atomizado, que se separa de lo público y se refugia en lo privado y se convierte en un ser sin ciudadanía. Por eso, quienes reivindican lo privado y lo individual como opción de vida están contribuyendo a construir la fosa de la erosión institucional del país y su democracia. Esto sería el vacío y el caos.

La afiliación partidaria se ha contraído en las últimas décadas en el país, porque se ha ido perdiendo el encanto que tiene la política cuando desde su praxis se empujan las discusiones y debates de ideas, de propuestas y modelos programáticos, de construcción ideológica y movilización social. Pero el partido como instrumento ideológico es ya un anacronismo histórico, porque los valores y las ideas se disuelven en el horizonte de la lucha por el poder como un fin en sí mismo. En ese contexto, prevalece el relativismo, el pragmatismo y el sentido de la oportunidad o la conveniencia.

La falta de articulación de los partidos con la sociedad empuja a la volatilidad electoral y por ende a una adhesión muy frágil de la militancia. Lo que se denomina transfuguismo no es más que la presencia de una identidad política carente de ideas y de propuestas que unifiquen y movilicen a la militancia. Es la ausencia del compromiso con un horizonte de sociedad que motiva al cambio, a la lealtad y fidelidad con un proyecto, la cual ha sido sustituida por el proyecto individual o personal. Por eso las elecciones son cada vez más imprevisibles. Lo único previsible es que las fuerzas conservadoras siguen siendo determinantes para los triunfos electorales en el país y se han convertido en bisagras para las negociaciones en momentos definitorios.

En ese contexto, es que lo electoral alimenta y bloquea las posibilidades de que en el país se definan las opciones políticas por la confrontación de agendas o estrategias programáticas diferenciadoras. Es más bien la lucha por el control del presupuesto nacional y de grupos privados por ejercer la hegemonía de sus intereses en la conducción de lo público. En ese escenario de ausencia de estrategias, los grupos conservadores son los que más tienen definida su agenda y se mueven conforme a los vientos políticos-electorales logrando siempre imponer alianzas condicionadas a su visión de la sociedad y del Estado.

Este desencuentro de la política contribuye a que, en lugar de generar más cohesión social, se agudiza la fragmentación de la sociedad y construyen instituciones frágiles y carentes de democracia. Esto se traduce en una profunda crisis de ciudadanía que incide en la baja representación de los ciudadanos/as en los espacios de toma de decisiones del Estado y en la desmovilización social y política.Este cuadro lo que nos indica es que la manera tradicional de hacer política está en una etapa de transformación gradual y en una redefinición de los partidos. Esta situación no se ha deteriorado más porque las élites económicas no están en crisis y las fuerzas alternativas son marginales y tienen poca capacidad de movilización social y política.

El rostro positivo de esta crisis es que ha contribuido a la emergencia de organizaciones de la sociedad civil que nutren la democracia, ejercen control social, educan a los ciudadanos y ciudadanas, colocan en la agenda política temas relevantes, aunque algunos están más matizados por la influencia de la izquierda europea que por la construcción de una agenda adecuada a las necesidades y expectativas de la mayoría de la población de los barrios, las comunidades rurales y suburbanas. Los partidos políticos tienen que aprender ya a cohabitar con las organizaciones de la sociedad civil, exhibir una mayor cultura de tolerancia e inclusión y aprovechar lo mejor de estas organizaciones para fortalecer el Estado y redimensionar la manera de pensar y hacer política.

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