Balance América Latina 2019: el tiempo está después – Por Gerardo Szalkowicz

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Balance América Latina 2019: el tiempo está después

Por Gerardo Szalkowicz (*)

La convención del calendario gregoriano nos empuja a un balance anual arbitrario que –en esta mega vertiginosa coyuntura latinoamericana- es bien distinto al que hubiésemos hecho hace no mucho tiempo y seguramente también difiera del que haríamos en unos meses. Pocas veces en la historia de la región pasaron tantas cosas tan relevantes en tan poco tiempo: rebeliones populares, golpes de Estado, cambios trascendentes de gobiernos… Un torbellino de hechos políticos sustanciales, y en general inesperados, que modificaron aceleradamente el escenario del continente y abrieron un futuro marcado por la incertidumbre.

Una mirada rápida podría concluir centralmente en la consolidación de la hegemonía de los gobiernos conservadores. El golpe de Estado en Bolivia significó un mazazo rotundo para los proyectos progresistas y populares e impactó fuerte en el ánimo y en el diagnóstico general. Sumado a la caída del Frente Amplio en Uruguay después de 15 años, la foto de América Latina que deja el último tramo del año muestra un mapa plagado de gobiernos reaccionarios y deja una sensación de retroceso apenas amainada por el cierre del ciclo macrista en la Argentina. El 2020 estará dominado por la derecha en ocho de los diez países de Suramérica (si no contamos a Guyana y Surinam), en seis de los siete centroamericanos y en la mayoría de las naciones caribeñas. El cronograma electoral del año que asoma sólo podría deparar eventuales cambios en los Ejecutivos de Bolivia y República Dominicana. El polo progresista quedará reducido al contrapeso que puedan -y quieran- hacer Andrés Manuel López Obrador y Alberto Fernández, pero seguramente desarticulados del proceso bolivariano en Venezuela que sólo contará con el apoyo incondicional de Cuba y Nicaragua.

Es por abajo

Sin embargo, hay que evitar el reduccionismo de acotar los análisis a las disputas por arriba, a los vaivenes en la superestructura del Estado, a la realpolitik. Y no subestimar los procesos populares, que muchas veces no logran madurar en alternativas de poder pero que, pensando en perspectivas de largo aliento, son los que en definitiva determinan la suerte de los gobiernos de turno. Y si hay algo que deja este 2019 como rasgo distintivo es la irrupción de los pueblos en las calles en varios rincones de la región. El estallido social en Chile, la insurrección permanente en Haití y las potentes protestas sociales en Colombia, Ecuador y Puerto Rico (menos intensas pero también disruptivas) abonaron el terreno para imaginar un eventual freno al neoliberalismo en el mediano plazo.

Intentando un pantallazo sintético, podemos resumir lo más destacado que deja el 2019 latinoamericano en cinco tópicos:

1- Bolivia: un golpe racista y neocolonial. Una vez más, las élites demostraron su poco apego democrático cuando no les dan los números para ganar por las buenas. Fue el cuarto quiebre institucional en la región en los últimos diez años y, al igual que en Honduras (2009), Paraguay (2012) y Brasil (2016), va camino a camuflarse de legalidad con un proceso electoral lleno de espinas que el MAS aceptó para evitar que se extendiera el baño de sangre que dejó al menos 34 muertes. El golpe de Estado combinó métodos clásicos (la participación determinante de las Fuerzas Armadas, la complicidad de la OEA, el apoyo explícito de Estados Unidos); rasgos simbólicos de corte histórico (la Biblia contra la whipala); y elementos de las guerras de nueva generación como el blindaje mediático, el despliegue de un ejército de trolls, grupos de choque violentos al estilo de las guarimbas venezolanas y la instalación de un imaginario en la previa de las elecciones de que iba a haber fraude, lo que abrió paso a que sectores diversos se movilizaran esos días pese a ser conducidos por el fascismo blanco de Santa Cruz.

Varios dilemas quedan planteados en clave de aprendizaje y autocrítica en torno al proceso que mejor parecía haber sobrevivido en lo que fue el “ciclo progresista”. ¿Hubo cierta ingenuidad para no advertir la traición militar que permitió el éxito golpista? ¿Pudo haber otro camino que insistir en la repostulación de Evo Morales luego del rechazo en el referendo de 2016? Pensando un paralelismo con la infinidad de intentonas golpistas en Venezuela, quedan en evidencia dos elementos clave para resistir: la lealtad del alto mando militar y un pueblo en estado de movilización permanente.

2- La rebelión de lxs cabrxs. “Chile es un verdadero oasis dentro de una América Latina convulsionada». La frase de Sebastián Piñera apenas nueve días antes de que estallara todo por los aires lo dejó en ridículo anti-profeta, aunque en rigor hay que reconocer que nadie la vio venir. Un aluvión de adolescentes saltando los molinetes del metro prendió la mecha y se rompió el dique que contenía el espejismo neoliberal. La rabia acumulada en décadas de injusticia social devino en un despertar masivo contra la precarización generalizada de la vida y el oasis chileno se quedó sin agua. Ya van más de dos meses de una insurrección espontánea, inorgánica y multiforme que, de mínima, logrará tumbar la Constitución pinochetista en la que se asienta todo el sistema de poder.

En las calles de Chile se está formando una generación de pibes y pibas con un nivel de conciencia y combatividad conmovedora. En las calles de Chile nacen héroes colectivos como “la primera línea”, se crean íconos populares como el Negro Matapacos, se masifica la reivindicación del pueblo mapuche. En las calles de Chile reviven las voces de Víctor Jara y Violeta Parra, se baila, emergen formas de lucha artísticas y creativas, se defiende la alegría como una trinchera a pesar del salvajismo represivo de los pacos. En las calles de Chile se reconstruye el tejido social (o se construye uno nuevo) y se le da una estocada profunda al “ejemplo modelo” del paradigma neoliberal.

3- Lo que las urnas dejaron. En el plano electoral se produjeron tres cambios de gobierno significativos. En Argentina, el peronismo reunificado logró darle un corte a la experiencia macrista, que deja más de un 40% de pobreza y un tendal de profundas heridas sociales, económicas, políticas pero también culturales. En Uruguay, en sentido inverso, una coalición de tres tendencias de derecha y ultra derecha destronó por apenas 28 mil votos al Frente Amplio tras una década y media en el gobierno: el 1° de marzo asumirá la presidencia Luis Lacalle Pou, del Partido Nacional, un abogado que sólo trabajó como legislador y votó siempre en contra de los derechos sociales aprobados en el Congreso uruguayo. También hubo un giro en El Salvador, donde el joven empresario conservador Nayib Bukele ganó en primera vuelta; el FMLN dejó el gobierno después de diez años con una flojísima elección: salió tercero con apenas el 14% de los votos. Además hubo renovación presidencial, aunque sin cambio de rumbo político, en Panamá y Guatemala, donde la derecha sigue gobernando ahora con Laurentino Cortizo y Alejandro Giammattei, quien asumirá el 14 de enero. En tanto, se prevé que el proceso electoral truncado en Bolivia se repita –en condiciones muy distintas- en junio de 2020.

4- La revolución bolivariana en su laberinto. Los primeros meses del año estuvieron marcados por una nueva ofensiva internacional (diplomática, económica, comunicacional) para derrocar al gobierno de Maduro por la fuerza. Por primera vez, EEUU asumió explícitamente la conducción de la cruzada -amenazando incluso con una intervención militar-, secundado por Luis Almagro y los gobiernos articulados en el Grupo de Lima, conformado especialmente para esa causa. El chavismo cerró filas y logró resistir una vez más. El “plan Guaidó” terminó en fracaso, desnudando la incapacidad de la derecha venezolana para penetrar en los sectores populares y capitalizar el descontento por la crisis económica. Contra todos los pronósticos, la revolución bolivariana sigue viva, aunque atraviesa su etapa más compleja: sumergida en un descalabro económico que ya lleva seis años (producto en gran parte del bloqueo de EEUU pero también de las debilidades propias) y cada vez más aislada y demonizada internacionalmente.

5- Se va a caer. El 2019 consolidó la lucha del movimiento feminista latinoamericano como el principal signo de época. Con mayor dinamismo y masividad en Argentina (donde se dieron multitudinarias marchas por el aborto legal) y en Chile (de allí salió la performance «Un violador en tu camino” que se convirtió en himno mundial), las mujeres y las disidencias irrumpieron definitivamente en las calles de toda América Latina para denunciar la violencia machista pero también para visibilizar las lógicas del patriarcado y marcar el pulso de un cambio cultural irreversible.

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Si la primera década del siglo estuvo signada por el surgimiento de los gobiernos progresistas y populares, la década que termina mostró el reflujo de esas experiencias y la parálisis del proceso de integración regional construido. Las derechas recuperaron terreno, apuntaladas por el poder mediático, el lawfare y los fundamentalismos religiosos. Pero en ningún lado logran estabilidad ni consenso. Y así como el “ciclo progresista” estuvo precedido por una serie de levantamientos contra el neoliberalismo de los noventa, los tiempos que vienen auguran una creciente efervescencia social que abone el terreno para una nueva época en América Latina. Al cumplirse 26 años del alzamiento zapatista en el sureste mexicano, sobran las razones para seguir creyendo que “otro mundo es posible”.

(*) Periodista. Editor de Nodal. Colabora en diversos medios como Tiempo Argentino, TeleSUR, Rebelión, ALAI y otros. Autor del libro “Norita: la Madre de todas las batallas” y autor, junto a Pablo Solana, del libro “América Latina. Huellas y retos del ciclo progresista”. Conduce el programa radial “Al sur del Río Bravo”.


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