Brasil: tradición autoritaria – Por Elaine Tavares

Foto: Eduardo Anizelli/Folhapress
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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.Por Elaine Tavares

La generación que vivió después de encerrada la dictadura civil / militar, a partir de 1984, aparentemente siempre tuvo la ilusión de que vivía en un país democrático, capaz de caminar seguro para un tiempo de derechos y justicia. Nada más falso. Brasil, históricamente, estuvo mucho más cerca del autoritarismo que de la libertad y los tiempos llamados «democráticos» también fueron llenos de represión. Los avances conquistados con mucha lucha fueron pocos y ahora están fragilizados ante una nueva avanzada del conservadurismo.

Primero es importante recordar que fue ese gigante dormido uno de los últimos espacios de América del Sur que se independizó de la servidumbre de la colonia. Mientras que los países de la colonización española empezaran sus procesos en 1808, en Venezuela, con revolución armada, Brasil sólo cortó lazos con Portugal en 1822 después de un arreglo muy camarada entre Don João VI y su hijo Pedro. Y, en esa llamada quiebra de lazos, tampoco se hizo República, y ella sólo vendría en 1889, fruto de un golpe militar, prácticamente hecho a la sordina, sin mucho alboroto y también arreglado. Es decir, mientras el resto del continente ya respiraba una vida republicana por más de medio siglo, Brasil dormitaba bajo un «imperio».

El mariscal Deodoro da Fonseca, que acabó por delante de la cuartelada creadora de la República, asumió la presidencia como interino, y sólo en 1891 se realizaron elecciones que lo formalizaron en el cargo. Pero no eran elecciones generales, sino hechas dentro del Congreso Constituyente, por lo tanto indirectas. Deodoro cumplió dos años y luego asumió su vice, Floriano Peixoto, de triste memoria para los moradores de la isla de Santa Catarina (obligados a cargar el nombre de Florianópolis). Este gobierno fue tan duro que se conoció como «República de la Espada». Después de él vinieron otros, de 1894 a hasta 1930, constituyendo la llamada República Vieja, que hasta tuvo elección, pero con bajísima participación popular y votos de cabestro.

La Segunda República o primera fase de la «Era Vargas» iniciada con la revolución de 1930, tuvo Getúlio Vargas como jefe provisional hasta 1934, siendo luego respaldado por la Asamblea Constituyente que lo llevó, por elección indirecta, a la presidencia, en la que se quedó hasta 1937. Más un período, largo, con la población fuera de las decisiones. En ese año, cuando ya se preparaban las elecciones para presidente, Getúlio da un golpe, alegando que Brasil pasaba por una grave «amenaza comunista», y sigue en el gobierno hasta 1945, cuando se cierra lo que se conoció como la Tercera República. Fue un tiempo de profundo autoritarismo, en el que, incluso, Getúlio entregó a Olga Benário, embarazada, a los nazis.

La Cuarta República va desde 1946 hasta 1964, pasando por la silla de presidente a nueve personas, con algunas de ellas calentando muy poco tiempo. En ese período también sucedió el suicidio de Vargas, cuando estaba de nuevo en la presidencia. Período turbulento y lleno de intrigas en la alta cúpula del poder. De nuevo, la llamada «amenaza comunista» fue mote para un golpe, comandado por los militares, pero con amplio apoyo de la clase dominante civil. Lo que siguió a la caída de João Goulart fue la dictadura, tenebroso período de torturas, muertes y desapariciones, que se configuró llamar Quinta República, en el que sólo militares comandaron al gobierno. Tiempo duro, sin libertad y sin posibilidad de participación en las decisiones de la vida nacional. En medio de un «milagro» responsable de una gran deuda, se vivía la paz de los cementerios que tantos, hoy, se preocupan de saludar. La llamada democracia sólo vino a dar aire de la gracia en Brasil en 1984 cuando la dictadura se desmontó en la transición a la Sexta República, en un proceso que tampoco tuvo la participación popular. A pesar de las grandes manifestaciones nacionales clamando por elecciones directas, el presidente civil fue elegido de manera indirecta: Tancredo Neves. Pero no asumió. Murió antes de la toma de posesión, asumiendo en su lugar, el vice, José Sarney. A partir de ahí fue llegando el neoliberalismo que clavó estaca en el corazón de la nación. Collor, Itamar e FHC. Gobiernos difíciles para los trabajadores, de mucha pérdida de derechos y muchas batallas sindicales y populares.

A partir de 2003, con Lula y luego Dilma, ambos del Partido de los Trabajadores, el gobierno asumió una coloración más social, pero aún atado a las políticas neoliberales. En ese período se garantizaron algunos avances, pero nada de cambiar las estructuras de la nación. La participación popular no fue estimulada y la democracia participativa no vengó. Entonces, vino el golpe en 2016 y Temer asumió, iniciando la curva conservadora otra vez.

Vean que la historia política brasileña es una sucesión de situaciones complicadas, golpes, autoritarismos, caudillismo y muy poco, casi nada, de participación real de las gentes. Y, si volvemos aún más en el tiempo, la herencia esclavista puede ser una explicación para esa interminable hilera de conservadurismo y retraso. «La cosa es loca», se podría decir, al final, de toda esa gente que comandó el país desde el inicio de la República sólo 12 terminaron el mandato. Y la población nunca fue llamada a decidir sobre cualquier cosa. Incluso los llamados consejos, creados en la época neoliberal, no eran más que espacios rituales, en los que el dominio seguía en la mano del Estado.

Así que la asunción de Jair Bolsonaro, representando lo que hay de más atrasado en la “hacienda” Brasil no es ninguna sorpresa. Estas fuerzas del oscurantismo nunca estuvieron por mucho tiempo escondidas. Dormitaban, pero con los ojos abiertos. Tampoco es novedad el poder estar tomado por fuerzas religiosas. Siempre fue así, sólo que quien andaba de brazos dados con él era la iglesia católica. Hoy, son las neo pentecostales. Hemos tenido un corto período, el de la Teología de la Liberación, en que algunos sacerdotes hicieron la diferencia entre la población. Pero esta pastoral fue aplastada por la política del Vaticano, que no quería saber de transformaciones.

Dicho esto, el hecho de que todo parezca una increíble película de terror, sobre todo para las generaciones más jóvenes, que desconocen la historia, no debería paralizar a la gente. Pero, aparentemente muchos todavía están anestesiados por algunos años de política «paz y amor», esa equivocada táctica de la conciliación de clases llevada por el PT. La historia siempre mostró que cualquier alianza con la clase dominante siempre acaba mal para los trabajadores, para los indios, para los negros y para los campesinos. Por eso, el conocimiento profundo sobre el carácter del círculo de poder del país es fundamental para la forma en que se movilizan las gentes. El análisis correcto dará lugar a una decisión correcta sobre cómo enfrentar el gobierno que asume ahora, renovando el autoritarismo histórico que nos acompaña desde la invasión de los portugueses.

Los primeros días vienen causando una conmoción inexplicable. Al final, todo eso estaba bien claro en el discurso y en el sucinto plan de gobierno del entonces candidato Bolsonaro. Creado como un personaje del «whatsapp», él incorporó el discurso que venía de las calles. Y ese discurso pedía régimen militar, tortura, seguridad con mano dura, fin de la corrupción. Era el Brasil esclavista expresándose. Brasil que ve el trabajo y las gentes del pueblo como «cosa inferior». Brasil que mata al indio para abrir camino, que poco se preocupa por el hambre de los pobres o con el dolor de los que nada tienen. «Si no tiene es porque no se ha esforzado», dicen las señoras cristianas.

Entonces, vencida la elección por la candidatura que se ancló en esa postura no podría ser sorpresa el gabinete que se fue componiendo. Todo lo que vendría sería para destruir los pocos avances ya conquistados y aplastar cualquier otra idea de autonomía o participación popular. Por eso el ministro de educación es contra la educación, el del medio ambiente está a favor de la destrucción del ambiente, el de la salud ama a las farmacéuticas, el de la hacienda es amigo de banquero y la de la agricultura quiere acabar con las tierras indígenas y quilombolas, etcétera. Es todo lo contrario de lo que las fuerzas progresistas querían que fuera.

¿Y por qué es así? Porque ese pueblo que asumió, amparado por la clase dominante siempre lista para el retorno, sabe muy bien lo que es la lucha de clases. Entonces, hay que borrar todos los vestigios de las conquistas populares. No puede dejar piedra sobre piedra. Por eso todos los cartuchos serán usados contra lo que es más caro para la izquierda o los progresistas, sea lo que eso signifique. Acciones contra Cuba, contra Venezuela, contra los países africanos. Y muchas bendiciones para los Estados Unidos, para Israel, para Colombia. Nadie allí está para hacer el juego del buen-joven. Por eso vendrán acciones contra la Universidad, contra la educación, contra el patrimonio público, contra la agricultura familiar, los sin tierra, los trabajadores. Es la guerra, compas. No hay conciliación. Y, de nuevo, el «comunismo» aparece como un enemigo a combatir y todo lo que no se encuadra en la pauta de la destrucción, es comunista. Ellos saben que no lo es. Pero, apuntan el dedo y la masa apunta el tiro. Es la guerra. La población, sin conocimiento sobre lo que es socialismo o comunismo, cree que esa forma de gobiernos es cosa del «demonio» y así la nave va.

Ante eso, ¿qué hacer? Bueno, lo que hemos hecho a lo largo de los siglos, como pueblo y como trabajadores: luchar. Pero lucha de verdad, reñida y dura. No es tiempo para mociones, cartas de repudio, creencia en la Justicia o denuncias en el Ministerio Público. Los últimos acontecimientos nacionales dejaron bien claro una verdad que se escondía: no hay justicia para los empobrecidos, para las víctimas del capital. El poder judicial es arma de la clase dominante, que es pequeña, contra la mayoría. La justicia es cosa para conquistar. Por eso es hora de los sindicatos, de los partidos políticos, de los movimientos. Hay que explicar, hay que ganar mentes, hay que organizar. Hay que tener batallas colectivas. No hay superhéroes, aquellos que llegan a la hora H y salvan el mundo. No es una cruzada individual. Es una lucha de clase. Y tiene que ser enfrentado colectivamente.

Ellos no están para los juegos. Saben bien lo que están haciendo y dónde quieren llegar. ¿Y nosotros?


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