La caravana migrante: una marcha que no se detiene – Por María José Magliano y Andrea Torrano

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Por María José Magliano y Andrea Torrano *

Las migraciones desde América Central son un fenómeno recurrente en las últimas décadas. Varones y mujeres, niños y niñas, acompañados o en soledad, dejan sus países en busca del “sueño americano”. La violencia, la pobreza estructural, las profundas desigualdades sociales se encuentran entre los motivos principales que explican el éxodo, en especial desde los países del triángulo norte: Guatemala, El Salvador y Honduras. Son cotidianas las noticias sobre las dificultades y padecimientos que se presentan en el viaje desde el momento en que abandonan sus lugares de origen, tanto es así que la violencia sexual, las enfermedades, las agresiones, las muertes y las desapariciones son parte ya de un paisaje diario vinculado a la migración. Pareciera ser un sueño que se asemeja más a una pesadilla.

El 12 de octubre de 2018 se organizaron caravanas migrantes, primero en Honduras y luego en El Salvador, cuyo objetivo principal es poder ingresar a los Estados Unidos, donde muchos tienen familiares viviendo, a través de México. Cerca de 5 mil centroamericanos partieron desde esos países y cruzaron la frontera sur de México. Ante las presiones del gobierno de Estados Unidos, encabezado por Donald Trump, la poca empatía del gobierno mexicano, y los efectos climáticos que empeoraron las condiciones del viaje; las caravanas comenzaron a diluirse en el noroeste de México y son pocos los migrantes que lograron llegar a la frontera norte. Sumado a que desde el 2015 México se ha convertido en el mayor expulsor de población centroamericana, seguido por Estados Unidos. Esto manifiesta el fenómeno de “externalización de las fronteras” que consiste en el traslado del control migratorio a los países de tránsito (y origen) para así canalizar los flujos migratorios (Casas et al., 2015).

Trump definió a las caravanas como una “avalancha de extranjeros ilegales” mientras que su antecesor, Barack Obama, fue responsable de la mayor cantidad de deportaciones de migrantes indocumentados. Frente a esta migración “no deseada” se han levantado fronteras, materiales y simbólicas; configurando lo que De Genova (2017) denomina “la producción legal de la ilegalidad migrante”, que expresa el modo en que las políticas migratorias han contribuido activa y directamente a generar condiciones de posibilidad para la ilegalización de migraciones específicas. No obstante, pese a las fronteras, la migración no se detiene.

La mirada puesta en las caravanas invita a reflexionar sobre los sentidos políticos de las migraciones en el mundo contemporáneo desde dos aristas, no contrapuestas. Por un lado, estas movilidades ponen de relieve el peso de las fronteras, considerando como tales no solo aquellas que delimitan a los Estados nacionales sino también las fronteras raciales, de género, de clase que resultan fundamentales para el control de una mano de obra flexible y pauperizada. En el marco de un sistema socio-económico global al borde del colapso, las prácticas de movilidad constituyen una parte fundamental de la heterogeneidad y precariedad resultante del trabajo vivo comandado y explotado por el capital (Mezzadra y Neilson, 2016). Aquello que los regímenes migratorios muestran como “ilegalidad”, ha funcionado como una forma de explotación y subordinación laboral. Esta producción legal del migrante “ilegal” tiene como finalidad no la mera exclusión de los migrantes, sino una subyugación laboral que se solapa con la subordinación racial y de género. Así, la migración “no deseada” del discurso oficial se convierte en migración “deseada” para trabajos precarizados.

Por el otro, esta migración que se rebela frente a las políticas de control, condensada en las caravanas, permite ver la potencia de los movimientos de migrantes -o, recuperando el argumento de De Genova (2017), la pura incorregibilidad de la autonomía y subjetividad de la movilidad humana- aún en contextos de profundos constreñimientos estructurales. Las caravanas pueden ser leídas también en clave de luchas, estrategias y resistencias que los migrantes despliegan en sus prácticas cotidianas y en cada etapa del proceso migratorio. Son verdaderos movimientos sociales que muestran su capacidad de autoorganización y contestación, de prácticas de cooperación y alianzas estratégicas, que se enfrentan al régimen de frontera que pretende criminalizarlos, pero también a los coyotes que lucran con su desesperación. Además contradicen la retórica de la victimización, exhibiendo una fuerza creadora y transformadora.

Los eternos indocumentados, como Roque Dalton nombraba a sus compatriotas salvadoreños en su Poema de Amor de los años setenta, son también sujetos políticos que ejercen una ciudadanía activa que -pese a enfrentar los escenarios más hostiles- disputan, cuestionan y desafían las políticas de control que los Estados de tránsito y destino, en este caso México y Estados Unidos, se empeñan en adoptar. La caravana migrante es una marcha imparable, como diría Hannah Arendt, por “el derecho a los derechos”.

Bibliografía

Álvarez Velasco, S. (2017) “Movimientos migratorios contemporáneos: entre el control fronterizo y la producción de su ilegalidad. Un diálogo con Nicholas De Genova”, Íconos, Nº 58, pp. 156-164.

Casas, M., et al. (2015) “Changing borders, rethinking sovereignty: towards a right to migrate”, REMHU. Revista interdisciplinar da mobilidade humana, Nº 44, pp. 47-60.

Mezzadra, S. y Neilson, B. (2016) La Frontera como método. Tinta Limón, Buenos Aires.

* Investigadoras de CONICET en el Programa Migraciones y Espacio Urbano, CIECS (Universidad Nacional de Córdoba)


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