La manipulación del clima

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Silvia Ribeiro

Aumenta el caos climático, con tormentas feroces fuera de tiempo y lugar, inundaciones donde no las había, sequías interminables, olas de frío o calor extremo, todo con impactos terribles para la gente común y peores para los más vulnerables.

Sus causas están claras: la expansión del modelo industrial de producción y consumo basado en combustibles fósiles (petróleo, gas y carbón), principalmente para generación de energía, sistema alimentario agroindustrial y urbanización salvaje. Urge cambiar el modelo y reducir drásticamente la emisión de gases de efecto invernadero, única solución real. Pero con el poder económico de las industrias beneficiadas y los enormes subsidios que reciben de los gobiernos –a quienes retornan el favor apoyando sus campañas políticas– cambiar o reducir realmente no está en la agenda.

En lugar de ello, están armando una trampa global para seguir con sus negocios como siempre, aparentando que hacen algo para enfrentar la crisis. Su apuesta de frontera es la geoingeniería: manipular el clima para tapar el sol y bajar la temperatura, remover los gases de la atmósfera por medios tecnológicos y enterrarlos en fondos geológicos, cambiar la química de los oceános, blanquear las nubes, entre otras. Serían nuevas fuentes de negocios: seguir calentando el planeta y vender la forma de enfriarlo.

Como todo en geoingeniería es de alto riesgo, razón por la cual está bajo una moratoria en Naciones Unidas, la maniobra es comenzar por algunas técnicas, para luego legitimar el paquete. Las que empujan ahora, se llaman CCS y BECCS, por sus siglas en inglés, en castellano captura y almacenamiento de carbono y bioenergía con captura y almacenamiento de carbono. Ambas vienen de la industria petrolera, que no las usa porque no son económicamente viables.

No es cualquier industria, es la más poderosa del globo. De las 12 mayores empresas del planeta, ocho son de petróleo y energía, dos son comerciantes de alimentos y dos fabricantes de automóviles (Fortune, 2015). Son los sectores que según expertos son los principales causantes del cambio climático. Sólo 90 empresas de petróleo, energía y cemento (la mayoría privadas) son responsables de dos tercios de los gases de efecto invernadero emitidos globalmente desde 1850 (R. Heede, 2014)

Las industrias de petróleo y energía manejan una infraestructura de 55 billones de dólares en todo el planeta. Tienen reservas aún no explotadas estimadas en 25-28 billones de dólares. Un reciente informe del Fondo Monetario Internacional (FMI, mayo 2015) agregó que los gobiernos subsidian a esas industrias con 5.3 billones de dólares anuales, o como calculó el diario británico The Guardian, 10 millones de dólares por minuto, durante todos los días del año 2015. Un monto mayor que los gastos de salud sumados de todos los gobiernos del mundo.

La suma estimada por el FMI incluye subsidios directos e indirectos, como los enormes gastos de salud y ambiente imputables al uso de combustibles fósiles. El informe fue contestado por fuentes empresariales, alegando que son subsidios al consumo y que otros combustibles también tienen impactos. Pero aún restando lo que le disputan, se trata de cifras exorbitantes para las empresas más contaminantes y ricas del planeta. La reforma privatizadora de la energía en México, contribuye también a subsidiarlas.

Obviamente, la industria no va a renunciar a sus inversiones y tampoco a los subsidios. Por eso, la geoingeniería es para ellas una solución perfecta: seguir calentando el planeta y cobrar por enfriarlo.

A la captura y almacenamiento de carbono (CCS) le llamaban antes Enhanced Oil Recovery (recuperación mejorada de petróleo). Se trata de inyectar dióxido de carbono (CO2) a presión en pozos de petróleo explotados, empujando las reservas profundas hacia la superficie. No se usa porque es cara y lo extraído no compensa la inversión.

Ahora, con el mágico cambio de nombre a CCS, afirman que al dejar el CO2 en los pozos, se retira de la atmósfera y es una medida contra el cambio climático –que debe recibir créditos de carbono. Sostienen que así contrarrestan emisiones de carbono de actividades contaminantes y el resultado dará emisiones netas cero. Con BECCS serían incluso emisiones negativas, porque se plantan al mismo tiempo extensos monocultivos de árboles u otras plantas, que absorban carbono y así la suma daría negativo.

No hay ninguna prueba de que funcionen y los riesgos ambientales, sociales y de salud de intentarlo son muy altos: no hay certeza de que el CO2 permanezca en el fondo, el escape es tóxico para plantas, animales y humanos, contamina mares y acuíferos. Las grandes plantaciones son una pesadilla, hay movimientos contra ellas en todos los continentes, compiten con la producción alimentaria, por tierra y agua, desplazan comunidades, devastan ecosistemas.

Además, instala una nueva forma de acaparamiento de tierras, ahora subterránea, ya que no todos los terrenos son aptos para almacenar carbono. Es muy preocupante que empresas y gobiernos promotores de CCS ya han elaborado Atlas de almacenamiento geológico de CO2, que facilitarán ese acaparamiento. Existen para Norteamérica, Europa y México, éste último financiado por la Secretaría de Energía.

Shell ya está diciendo que se debe pagar a las petroleras para salvar al planeta del cambio climático con CCS y BECCS. Sería el colmo de la perversión: pagar a los culpables del caos climático, para que extraigan más petróleo y encima cobren por seguir contaminando.

Geoingeniería

El trabajo de hacer que algo tan absurdo y con tantos impactos negativos como la geoingeniería suene como una opción normal se allanó significativamente después de la conferencia de Naciones Unidas sobre cambio climático (COP 21) que culminó en París en diciembre de 2015. Fue quizá una de las peores maniobras en esa reunión, porque, además de los riesgos que implica, la mayoría de la gente no advirtió lo que estaba sucediendo. Lo cierto es que de ser un plan B, que algunos científicos decían era para usar sólo en caso de emergencia por sus graves efectos secundarios, se transformó en un Plan A, sin el cual, sostienen, no tienen sentido las metas de reducción que estableció la COP 21.

La geoingeniería es la manipulación tecnológica intencional, en gran escala, del clima planetario. Incluye una serie de propuestas que sus promotores agrupan en dos modalidades: remover de la atmósfera el exceso de dióxido de carbono y bloquear los rayos del sol, para que disminuya la radiación solar que llega a la tierra y supuestamente baje la temperatura. La geoingeniería no se ocupa de las causas del cambio climático, solamente propone actuar sobre los síntomas (temperatura y exceso de gases), en general como forma de crear nuevos negocios para quienes controlan la tecnología.

Entre otras cosas, proponen fertilizar los mares con hierro, mezclar las capas del oceáno, cambiar la química de los mares, absorber CO2 por medios mecánicos o químicos y enterrarlo en fondos geológicos. En manejo de la radiación solar, incluyen desde blanquear nubes y sembrar árboles transgénicos más brillantes para que reflejen la luz solar, hasta crear enormes nubes volcánicas artificiales para tapar el sol. En 2010, el Convenio de Diversidad Biológica de Naciones Unidas, decidió una moratoria internacional contra la aplicación de geoingeniería, por sus impactos en el ambiente, la diversidad biológica y las comunidades.

Cualquier forma de manipulación del clima global afectará negativamente algunas regiones. En 2014, modelos matemáticos de un amplio equipo integrado por científicos de 21 países mostraron que cualquier forma de alteración tecnológica de la radiación solar desequilibrará (aún más) el clima en los trópicos y subtrópicos, haciendo más extremos los eventos de lluvias, vientos, inundaciones o sequías que ya existen en cada lugar, con efectos que pueden llegar a catastróficos.

No obstante, a partir de que la COP21 acordó que no se debería pasar de 1.5 a máximo 2oC de aumento de temperatura promedio, los científicos que promueven la geoingeniería, algunos vinculados a las empresas petroleras más grandes del planeta, se han dedicado a difundir en los medios que sin aplicar estas tecnologías, esas metas serán imposibles. Critican los resultados de la COP 21 por no tomar medidas más enérgicas ante el cambio climático, tema compartido por muchos, pero apremian a promover activamente y con subsidios públicos el desarrollo de la geoingeniería. Este es precisamente el caso de una carta firmada por 11 científicos que fue publicada recientemente por el diario británico The Independent 

La CIA y la manipulación del clima

En febrero de 2015, la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos junto a otras instituciones publicaron dos informes sobre geoingeniería (propuestas tecnológicas para manipular el clima) que fueron financiados, entre otros, por la CIA estadunidense. Escribí sobre estos informes recientemente (La Jornada 21/2/15).

La CIA y otros sectores del aparato de inteligencia estadunidense han calificado el cambio climático y el control del clima como factores geopolíticos estratégicos y de seguridad nacional. En 2009, la CIA abrió incluso su propio Centro de Cambio Climático y Seguridad Nacional, pero el Congreso le ordenó cerrarlo en 2012. Esta es quizá una de las razones por las que decidió patrocinar este proyecto de la Academia de Ciencias desde 2013. Muchas de las tecnologías propuestas como geoingeniería tienen alto potencial de utilización hostil.

Al respecto, Alan Robock, climátologo de la Universidad de Rutgers, Estados Unidos, que investiga el tema de la geoingeniería, expresó preocupación sobre la participación de la CIA en estos informes. (The Guardian 17/2/2015)

El 19 de enero de 2011, Robock recibió una llamada de los consultores de la CIA Roger Lueken y Michael Canes, que le preguntaron, entre otras cosas, si otros países estuvieran tratando de controlar nuestro clima, ¿sería posible detectarlo? Robock contestó que si se intentara hacer una nube volcánica artificial en la estratosfera –una de las propuestas sobre las que más se insiste– que fuera lo suficientemente grande, gruesa y duradera como para afectar el clima, seguramente se vería con instrumental desde tierra. Otros tipos de geoingeniería, como blanqueamiento de nubes o naves que arrojen partículas en la atmósfera se podrían detectar probablemente desde satélites y sistemas de radar existentes. Pero la pregunta que le quedó pendiente a Robock es si en realidad esas preguntas, más que por la seguridad nacional de Estados Unidos, estaban dirigidas a saber si otros países podrían advertir si la CIA manipulara el clima.

La manipulación del clima como arma de guerra ha estado en la agenda de las fuerzas militares de Estados Unidos –y otras grandes potencias– por décadas. Por ejemplo, la Operación Popeye, usada durante la guerra de Vietnam y ahora desclasificada, hizo llover por mucho tiempo para inundar los caminos y arruinar los cultivos de arroz de los vietnamitas en resistencia. Desde esos años se conocen también varios proyectos del gobierno de Estados Unidos para controlar huracanes, que a diferencia de la Operación Popeye, no han sido referidos por ellos como uso bélico, pero igualmente tienen ese potencial. En 1996, la Fuerza Área de Estados Unidos publicó un informe más amplio sobre manipulación climática, titulado sugestivamente El tiempo atmosférico como multiplicador de la fuerza: poseyendo el clima en 2025.

Robock señala que en el último Examen cuadrienal de defensa, publicado por el Departamento de Defensa de Estados Unidos en 2014, se reafirma que el cambio climático es una amenaza importante para Estados Unidos y el resto del mundo. El documento afirma: “Las presiones causadas por el cambio climático influenciarán la competencia por recursos, al tiempo que colocan cargas adicionales sobre las economías, las sociedades y las instituciones de gobierno en el mundo. Estos efectos son multiplicadores de amenazas que agravan los factores de presión en otros países, como la pobreza, la degradación ambiental, la inestabilidad política y las tensiones sociales –condiciones que pueden llevar a actividades terroristas y otras formas de violencia”.

No es sorprendente, aunque sí muy amenazante, que un gobierno que se dedica a promover la guerra por todo el mundo, alimentado y alimentando al mayor complejo militar-industrial del globo, se proponga usar también el clima para sus fines.

Lo que quizá está un poco fuera del radar público es que a través de informes científicos como estos están intentando vender al mundo que es necesaria la geoingeniería, aduciendo que es para enfrentar al cambio climático. Un cambio que por cierto, es en alto grado provocado por ellos mismos.

La propuesta de estos informes (más investigación y posible experimentación en geoingeniería) no sólo desvía recursos y atención de la necesidad urgente de frenar los gases de efecto invernadero y por tanto, salir del modelo dominante industrial de producción y consumo. Además intenta pasar de contrabando la legitimación de tecnologías muy peligrosas que si fueran presentadas como armas de guerra, serían rechazadas masivamente por la comunidad internacional. Justamente, luego de la guerra de Vietnam, se firmó un Convenio de Naciones Unidas, abreviado Convenio ENMOD, que prohíbe el uso del clima y el medio ambiente como armas de guerra.

Sin embargo, presentadas como tecnologías para combatir al cambio climático, han conseguido que científicos y gobiernos las estén discutiendo, cuando deberían ser claramente descartadas y prohibida su experimentación.

¿O alguien puede creer que las mismas tecnologías de geoingeniería, que durante décadas han sido pensadas como armas, ahora serían usadas por países como Estados Unidos solamente para combatir el cambio climático? Y eso además de que sea cual sea el fin que le atribuyan sus promotores, la geoingeniería tendría impactos devastadores sobre regiones enteras y el potencial de desequilibrar aún más el clima global.

*Investigadora del Grupo ETC

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