¿Qué votar en Ecuador? La disyuntiva que no puede ocultar la izquierda – Por Eloy Osvaldo Proaño

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El proceso político de Ecuador que encabezó Rafael Correa fue parte positiva de una ola antineoliberal histórica progresista y renovadora de América de Latina de los primeros años de este siglo, que incluyó grandes expectativas hacia el reconocimiento de derechos democráticos de sectores sectores olvidados/marginados y la responsabilidad con la naturaleza, la atención prioritaria de una agenda social y el redimensionamiento del rol del Estado

La nueva dinámica positiva fue avalada en un principio por mayores recursos de un ciclo económico y financiero positivo (mejores precios de exportación del petróleo y el banano, menores tasa de interés, entre otros) que en el caso de Ecuador incluyó una positiva reestructuración de la deuda pública a partir de la investigación y hallazgos de una histórica auditoría ciudadana pública.

Rafael Correa llegó a clamar haber llegado a supultar definitivamente el ciclo recurrente cadena de frustraciones y retrocesos populares que caracterizó la historia ecuatoriana en las últimas décadas, al punto de hasta llegar a inferir que se habría alcanzado una dinámica virtuosa de crecimiento e inclusión, al punto de hasta poder estar deconectada de la crisis internacional 2007/2008: la muy mencionada entonces y ya olvidada definición de «desacople».

Lamentablemente, no fue así. El escenario volvió a cambiar y lo que pareció definitivo no fue tal cosa. La situación económica y política de la región se fue deteriorando muy rápidamente. Los gobiernos de la región, incluido sin duda el de Rafael Correa, que refirió durante todo un período una perspectiva de «socialismo ciudadano» pese al paradójico sostenimiento de la dolarización de su económica, ante la encerrona del cambio negativo y recesivo para los países periféricos, sobre todo notorio desde 2011, ante un suma de su propia falta de respuestas y los intereses en juego, comenzaron a tomar el camino de los ajustes regresivos tradicionales «como único camino posible».

En el caso de Ecuador el viraje fue particularmente patético, sobre todo por el estilo personalista de Correa ,al insistir en presentarse como modernizador y visionario y quedar aún más en evidencia su incapacidad para afrontar el nuevo escenario al abandonar compromisos iniciales (como el de criticar a pasar a avalar la megaminería ) y denigrar en forma pedante e irresponsable movimientos sociales genuinos y criminalizar en forma macartista la protesta social genuina.

Puede entenderse que existan muy justificadas críticas al correísmo desde la izquierda y el progresismo por sus virajes, autoritarismo, pedantería, incoherencias, entre otras cosas, ¿ pero ello debe llevar a interpretar que sería lo mismo votar a cualquier candidato o, directamente, a no votar en la segunda vuelta ya que se trataría de «dos derechas» como manifiestan algunos dirigentes e ideológos progresistas y sociales?

Se puede comprender también que este momento en Ecuador se plantea una encrucijada particular para la izquierda y movimientos sociales, luego de un resultado electoral propio relativamente magro en la primera vuelta de un candidato muy desdibujado como Paco Moncayo (6,71% de los votos).

Se plantea una segunda vuelta, en la cual el candidato del correísmo, Lenín Moreno, se enfrenta con un banquero derechista, y se debe optar por alguno de los candidatos, aun cuando no tiene ilusión en ninguno de ellos, o anular o votar en blanco. Pero además, siendo que el primer resultado reflejó una polarización muy grande y las encuestas plantean un resultado ajustado, la posición de la izquierda y sus dirigentes puede paradójicamente ser clave. Su responsabilidad puede ser enorme, y a hasta tal vez determinante del resultado final y cuál será el próximo gobierno para Ecuador. .

No hay duda que. el marco político que ha quedado planteado en Ecuador es complejo y tiene características particulares. De todas formas, para la izquierda​ en todo el mundo ​ históricamente, siempre ha estado presente​ el dilema ​ de qué posición tomar ante procesos políticos que surgieron con apoyo y hasta cierto protagonismo popular, y van deteriorándose, desmoralizando y virando en forma regresiva ante ​un ​ cambio de escenario​.

Por supuesto que esta decisión se convierte en crítica en una situación como la que está planteada ahora, en la cual los «populistas» -vistos como enemigos por parte del establishment local e internacional por su referencia a un período «chavista» de cuestionamiento a su hegemonía-, confrontarán con un candidato de derecha groseramente emblemático (superministro en el gobierno del desastre financiero de Mahuad, él mismo banquero provocador de quiebras pagadas por el Estado, impulsador del retroceso estructural de la dolarización), aunque hoy hable mucho de los pobres.

La izquierda no debiera ser prescindente y debe definirse por la opción de apoyar la fórmula de Alianza País, Lenin Moreno-Jorge Glas. Pero ello debería hacerlo a partir de una posición pública clara, indicando sin tapujos razones y condiciones, y no en forma confusa o diluida. En todo caso, puede muy bien no basarse en la interpretación, también discutible, que el correísmo es más progresista o sensible y, por lo tanto, caracterizarlo como un «mal menor». Aun seguramente con estilos y ritmos distintos tanto Lasso como Moreno marchan a plantear ajustes muy regresivos en su eventual gestión.

La decisión de a quién y cómo votar debe basarse en tratar de buscar respuestas a una pregunta básica que no se vincula entonces a buscar una progresividad, sino al futuro y sus desafíos: ¿con qué gobierno podrán encontrarse en mejores condiciones políticas la izquierda y los movimientos sociales no solo para enfrentar la ofensiva que se viene, sino también para superar el círculo vicioso de recurrentes frustraciones?

Con tal perspectiva distintiva debería contemplarse, por ejemplo, que un eventual gobierno de Guillermo Lasso- Andrés Páez no sería una «derecha clara y no encubierta » sino que contaría con la ventaja de la justificación completa de medidas reaccionarias de la «herencia recibida» , como duramente están demostrando las experiencias actuales de Argentina (Mauricio Macri) y Brasil (Michel Temer). Esta condición no la tendría el gobierno de Moreno, aunque tratara de seguir disfrazando en forma más desgastada los virajes regresivos del correísmo.

La izquierda y las voces progresistas independientes de Ecuador deben demostrar su capacidad de analizar y proponer propuestas concretas, comprensibles, consistentes y realizables. Es así como ganará si acaso mayor credibilidad y apoyo que hoy no logra. Definiciones o consignas generales anticapitalistas no solo pueden ser vistas como lejanas y/o irrealizables si no se plantean alternativas ante desafíos inmediatos, sino porque tampoco podrán garantizar «per se» su cumplimiento de acercarse al poder (como el socialismo del «real politik» neoliberal europeo en los últimos años).

La prescindencia en la interlocución y de una posición clara por parte de la izquierda y genuinos dirigentes sociales ( por ejemplo la CONAIE, referente indudable del movimiento indígena ecuatoriano) hacia las bases de apoyo de Izquierda Democrática, Alianza País, y todos los sectores populares ante la próxima compulsa electoral puede ahondar la confusión, la desmoralización y, sobre todo la imprescindible unidad para enfrentar la crisis de Ecuador.

Sin dudar, debe votarse por la fórmula Lenin Moreno-Jorge Gias para hacer, proponer, organizarse y movilizarse más y no menos. Puede hacerse con independencia y esperanzadora dignidad.

(*) Analista e investigador del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)

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