Tres trazos geopolíticos y posibles futuros – Por Javier Tolcachier

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Javier Tolcachier *

El momento geopolítico actual puede ser visto desde múltiples perspectivas. Abordaremos el tema desde tres puntos de vista: el estrictamente geopolítico, que incluye el geoeconómico y militar, el geocultural y el que podemos llamar geo-psicosocial.

Es de amplio conocimiento la puja actual desatada entre los Estados Unidos de América, devenida potencia luego de la devastadora guerra mundial de mediados de siglo XX y China, cuyo rasante desarrollo socioeconómico la ha convertido en un factor global determinante en las últimas décadas, luego del proceso de apertura y modernización encaminado a partir del liderazgo de Deng Xiao Ping entre 1978 y 1989.

A su vez, la aparición del BRIC, alianza que comenzó a conformarse a partir  de reuniones en 2006 entre China, Rusia, Brasil e India, operó como creciente contrapeso al Grupo de los 7 (G7), sumando en 2010 a Sudáfrica y catorce años después a Egipto, Irán, Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudita y Etiopía.

Este nuevo polo, al que han manifestado su intención de adhesión ya más de 30 naciones, no solo concentra un poder energético y mineralífero determinante para la economía mundial, sino que está dando firmes pasos para desbancar al sistema anclado en el dólar como principal moneda de intercambio comercial internacional. Esta es una de las claves con la que se ve amenazada la preeminencia estadounidense, al intensificarse el intercambio de bienes y de recursos como el petróleo, el gas y otros minerales esenciales en monedas nacionales o con un tipo de divisa común que permita fluidas conversiones.

Asimismo, los BRICS buscan eludir el sistema SWIFT occidental y reemplazarlo con su propio mecanismo de mensajería financiera, lo que se suma a la creación de nuevas instituciones de crédito multilateral como el Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS y el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, que desafían el rol dominante del Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional.

Además, las posibilidades de cooperación tecnológica y científica que brinda esta asociación, nivelarían sensiblemente las opciones del Este y del Sur Global, estableciendo así en este campo decisivo un mayor equilibrio.

Este escenario disminuiría sensiblemente el peso hegemónico de los Estados Unidos y de las naciones nucleadas en la Unión Europea, sentando las bases para la discusión de una nueva arquitectura de las relaciones internacionales, incluyendo la largamente reclamada reforma de Naciones Unidas y de su Consejo de Seguridad.

Del mismo modo, permitiría una mayor autonomía en las decisiones a muchos pueblos hoy acosados por dictámenes emanados de la unilateral estrategia geopolítica euroatlántica.

Aunque profundamente anacrónica y por esencia antihumanista, no es menor considerar también en este análisis la situación actual en el campo militar. Alertas al hecho que los Estados Unidos de América, a la cabeza de la OTAN, insisten en expandir aun más su ya hipertrófico aparato de guerra, los considerados rivales en la arena internacional han reforzado también su posicionamiento.

Mientras la alianza euroatlántica suma nuevos miembros, expandiéndose hacia el Este y Norte europeos (actualmente 32 miembros, tras el ingreso de Finlandia en 2023 y Suecia en 2024), agrega socios sin membresía formal en distintos continentes y forja nuevos bloques militares como el AUKUS (formado por Estados unidos, Gran Bretaña y Australia), Rusia y China fortalecen su alianza estratégica en la Organización de Cooperación de Shanghái, con actualmente diez miembros, tras la inclusión en 2017 de India y Pakistán, en 2022 de Irán, y más recientemente, en 2024, de Bielorrusia.

Aun cuando esta última no constituye formalmente una alianza militar, su enfoque en la seguridad regional, señalando como principales amenazas el terrorismo, el separatismo y el extremismo y los diversos ejercicios militares bilaterales realizados, junto a su compromiso de estrecha cooperación, la colocan en neta contraposición al poder bélico occidental.

En la práctica, se puede observar con nitidez cómo Rusia ha avanzado en su posicionamiento militar, luego de la disolución del Pacto de Varsovia en 1991,manteniendo en la actualidad una decena de bases en territorio extranjero (la mayoría en el cinturón de las antiguas repúblicas soviéticas), en Siria y ampliando su presencia en África, donde están en construcción enclaves militares en la República Centroafricana, Eritrea, Madagascar, Mali, Mozambique y Sudán.

Por su parte, China, que ejerce un papel mucho menos agresivo y más conciliador en la política internacional bajo el lema de una “comunidad de destino compartido para la humanidad”, ha pasado de no contar con facilidades de uso militar en el extranjero a establecer contingentes en Yibuti y Tayikistán y una base de inteligencia electrónica en las Islas Coco, pertenecientes a Myanmar. Sin ahondar en el tema, China ha duplicado su gasto militar en los últimos 10 años a cerca de 300 mil millones de dólares, mientras que Estados Unidos, por lejos el mayor dilapidador de recursos en armas del mundo, gasta tres veces más.

Este escenario crecientemente multipolar, nos lleva a considerar el segundo trazo subyacente, que es el de la radical transformación de la dictadura cultural forjada en los últimos siglos por el colonialismo en detrimento de la diversidad de culturas y la igualdad de oportunidades de desarrollo.

La rebelión geocultural

El colonialismo y el neocolonialismo constituyeron no solamente un brutal expolio de recursos naturales, una colosal transferencia de riqueza de Sur a Norte (y de pobreza de Norte a Sur) y una brutal explotación de seres humanos esclavizados, sino que asentaron la base de dicha violencia en la imposición de normas culturales y religiosas absolutamente ajenas a las poblaciones sometidas.

La actual recomposición del panorama geopolítico apunta justamente a denunciar la pretensión de unipolaridad y la soberbia del supremacismo civilizatorio anidado en el imperialismo cultural sufrido.

De esta manera, los remanentes del colonialismo son rechazados cada vez con mayor fuerza en el ámbito político. Ejemplos de ello son las rebeliones indigenistas en América Latina, el creciente desacoplamiento de las naciones caribeñas de la corona británica o la unión de fuerzas de naciones del Sahel en resistencia al fuerte influjo francés en el área. El África busca hoy desalinearse por completo de los mandatos occidentales y aliarse crecientemente con China y Rusia en diversos campos, pero buscando incluso sus propios horizontes.

Por otra parte, en una capa de análisis aun más profunda, la primacía de ciertos valores y formas de organización social occidentales están siendo fuertemente puestos en discusión en distintos puntos del planeta. La democracia liberal, por ejemplo, que en su momento sirvió al ascenso burgués europeo frente al absolutismo monárquico y a la consolidación del capitalismo industrial, hoy es una mentira flagrante. La concentración transnacional del poder económico ha terminado por convertir ese tipo de democracia en una farsa sin sustento alguno.

La creencia en la importancia del individuo por sobre el conjunto social, valor central de la cultura occidental que ha conducido a la competencia, a la falta de empatía y cohesión social, es un aspecto que hoy es fuertemente cuestionado desde valoraciones comunitarias arraigadas en la memoria de las distintas culturas.

Otra muestra de esta rebelión geo-cultural es el resurgimiento de formas religiosas que el racionalismo de la Ilustración europea pretendía haber eliminado para siempre. Sobre todo en los sectores desfavorecidos, estos cultos han vuelto a resurgir con mayor o menor fanatismo, expresando una plegaria de salvación que la cultura del capital y el pretendido progreso occidental no ha logrado o querido solucionar.

De trasfondo, las mejoras materiales, sanitarias y tecnológicas que ciertamente la humanidad logró con su esfuerzo colectivo en los últimos 300 años, no se han traducido en un nuevo sentido de vida que vaya más allá del consumo y la posesión de objetos.

El campo psicosocial y la geopolítica

Para ahondar en la comprensión de lo que sucede en la superficie geopolítica, es preciso utilizar como enfoque complementario y sustancial una perspectiva psicosocial, que no limita la comprensión del fenómeno colectivo simplemente a fuerzas externas, sino que las incluye en interacción con aquello que ocurre en el interior de la conciencia humana.

Aplicando esta premisa, podemos constatar que la velocidad de transformaciones de las últimas décadas, motorizada fundamentalmente por la revolución tecnológica, ha modificado enormemente el paisaje social. Las formas de producción, de relación, de asociación, la misma composición de las sociedades, los objetivos de vida, los valores aceptados y los reprimidos han cambiado fuertemente, situando a grandes conjuntos humanos en la desorientación y la incertidumbre respecto al presente y al futuro.

Eso explica, junto a otros factores como la exclusión y la falta de respuestas creíbles por parte de las mismas dirigencias en el marco del mismo sistema, el auge de las tendencias retardatarias y retrógradas en el campo valórico y político. Ante esta situación de inestabilidad, una gran parte de la población se refugia en formas antiguas, intentando con ello hacer pié en algún mojón existencial seguro.

Al mismo tiempo, en medio de la dolorosa soledad que produce la desarticulación social, este impulso de hacer regresar el pasado es un desgarrador intento de recobrar identidades comunes en desaparición o ya perdidas.

Así cobran fuerza en el ámbito geopolítico los nacionalismos, los fanatismos religiosos o los identitarismos culturales. Incluso las tendencias ecologistas, que desde un punto de vista positivo son una revuelta contra la depredación capitalista y el deterioro medioambiental, pueden también ser comprendidas, en su modalidad más extrema, como una tentativa de volver atrás, a un naturalismo idílico imaginario.

Los posibles futuros

De persistir las tendencias actuales a la concentración monopólica de las decisiones en paralelo a una extendida disgregación social, sobrevendrán tumultos catárticos y crecerá la violencia en los distintos órdenes. Esta violencia se hará visible en la represión de toda forma de protesta o disidencia, pero también estará permanentemente presente en la vida cotidiana y de relación.

Esta no es una visión apocalíptica, sino la mera comprobación de un sistema de valores y organización social sin salidas, al estar su orientación reñida con el bienestar de las mayorías y la evolución de los seres humanos sin exclusiones.

La nueva etapa de la humanidad deberá aprovechar los aspectos más positivos del proceso anterior, reparar los errores cometidos y proceder a una nueva estructuración de la existencia social, estructura que por supuesto influirá poderosamente en el modo de relación entre las naciones y los pueblos, es decir, en el plano de la geopolítica.

Características de esta genuina revolución hacia el futuro tendrá necesariamente que ser la desconcentración del poder en todos los ámbitos, la nivelación de oportunidades de desarrollo y la recomposición del tejido social a través de una ética humanista, donde las personas recobren la posición de valor y preocupación central.

El aprecio por la riqueza cultural y espiritual de la Humanidad en sus múltiples matices junto a la convergencia colaborativa pero no un informante de la diversidad, abrirán el paso a una Nación Humana Universal, un mundo donde quepan todas y todos.

¿Cómo será posible que esta utopía germine y crezca en el corazón y la realidad humana? Sin duda que mediante una revolución integral humanista, una revolución que ayude a resolver e integrar diferencias de modo creativo, que busque denominadores comunes, que afirme la horizontalidad y la paridad, privilegie el acercamiento y la calidez en las relaciones humanas, que haga renacer un sentido de evolución de la especie, basado en la libertad y la compasión.

Una revolución en la que los conjuntos inviertan una parte de sus energías en crear nuevas realidades en su mundo interno, alejándose y liberándose de la violencia, acompañando en simultáneo los necesarios desarrollos tecnológicos, científicos y de organización social para crear mejores condiciones de vida para todas y todos.

En ese marco podrá florecer el espíritu humano y dar las naciones y los pueblos lo mejor de sí. Si se argumentara que esta es una mirada ingenua y utópica, frente a la monstruosidad de un sistema violento ¡que vivan entonces la ingenuidad, la ternura y la utopía!

 *Investigador del Centro Mundial de Estudios Humanistas y comunicador en agencia internacional de noticias con enfoque de paz y no violencia Pressenza.

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