Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.
Manuel De la Iglesia-Caruncho *
¿Cómo enfrentar los obstáculos que impiden superarlos?
La humanidad ha avanzado mucho en las últimas décadas. La evolución tecnológica es asombrosa: internet, computación, telefonía móvil, vacunas, inteligencia artificial… También hemos experimentado avances sociales nada desdeñables: la pobreza extrema alcanza ahora a un 10% de la población mundial -unos 800 millones de personas-, cuando 6 décadas atrás golpeaba al 40%; el reconocimiento de los derechos de las mujeres es mucho mayor que en la historia reciente y, en parte, han cedido las discriminaciones raciales o étnicas; la esperanza de vida en el mundo es ahora de 72 años, mientras al comenzar los 60 era de 51; y si hace 7 décadas se registraba un 40% de analfabetismo, en la actualidad estamos en el 10%.
Así que, parece que no vamos mal. Sin embargo, seis asuntos esenciales se nos están escapando de las manos. De hecho, están casi fuera de control:
-En primer lugar, el armamentismo. La guerra es uno de los grandes flagelos que padece la humanidad, y ahí están las de Ucrania, Sudán, el Líbano, las matanzas en Gaza… para demostrarlo. Pero no hay guerras sin armamentismo. En 2023 nos gastamos 2,4 billones de dólares en armas, mientras la Ayuda Oficial al Desarrollo ascendía a 224 mil millones. Gastamos diez veces más en matarnos que en promover nuestro bienestar.
Otro dato: 4 mil ojivas nucleares, en manos sobre todo de EE UU y Rusia, están preparadas para su lanzamiento. El Tratado de Prohibición de Armas Nucleares, que está en vigor no lo han firmado ni las potencias atómicas ni los países de la OTAN. En febrero de 2026 expira el New Strategic Arms Reduction Treaty (New START), acuerdo que limita los arsenales estratégicos de Rusia y EEUU, y es posible que no se renueve. El mayor gasto militar, con gran diferencia, es el de EE UU: 916 mil millones de dólares el pasado año. El complejo militar-industrial se encarga de producir las armas y el gobierno de comprarlas. EEUU mantiene 800 bases militares en el exterior, mientras China, “la amenaza del mundo libre”, cuenta con tres.
-El segundo desafío es la crisis climática y la enorme pérdida de biodiversidad que experimentamos. La posibilidad de que el aumento de la temperatura mundial no exceda en 1.5 grados a la previa a la revolución industrial -la cifra máxima aconsejada por los científicos- se está esfumando. Los efectos del calentamiento global ya están aquí: incendios, sequías, inundaciones, olas de calor extremas… y fallecimientos.
Ese umbral de 1,5 grados, que se aprobó no sobrepasar en el “Acuerdo de París” hace casi 10 años, requiere cero-emisiones de CO2 en 2050 y una reducción del 45% en 2030 respecto a las de 2010. Pero las emisiones no han cesado de aumentar -si bien a un ritmo cada vez menor- y, a este paso, en 2030 no se habrán reducido en absoluto. Los combustibles fósiles representan aún el 81% de la demanda de energía primaria, sólo 5 puntos por debajo de lo que suponían en 1990. ¿Por qué se retrasa tanto la transición energética? Pues, sobre todo, por la presión de los lobbies petroleros.
Una manifestación extrema de la crisis climática se da en la Amazonía, cuyos ríos cada año discurren más secos. La sequía allí bate récords, igual que los incendios: 50 mil quemas entre enero y agosto de este año. Las comunidades indígenas y la biodiversidad son las más amenazadas, pero el impacto alcanza a todo el planeta por la reducción en la absorción de CO2 en la selva que deforestación e incendios provocan.
-Un tercer desafío son la pobreza y la desigualdad. Si la extrema pobreza afecta a un 10% de la población mundial, la pobreza relativa alcanza a más del 40%: 3.400 millones de personas. Dispondrán de una canasta de alimentos, pero no de una vivienda digna, ni de acceso a una sanidad y educación de calidad.
La pobreza está muy relacionada con la desigualdad. Según Oxfam, el 1% de la población mundial tiene más riqueza que un 95%. The New York Times denunciaba que los consejeros-delegados de las grandes compañías de EEUU ganan, como promedio, 320 veces lo que un trabajador medio, proporción que hace 30 años era de 60 a 1. Y según Forbes, hay 2.500 personas milmillonarias en el mundo.
Todo ello tiene que ver con la escasa progresividad de los sistemas impositivos y la muy mejorable distribución del gasto público. Sáez y Zucman encontraron que las 400 personas más ricas de EEUU pagan un tipo efectivo real inferior al promedio de la clase trabajadora. Además, los paraísos fiscales esconden billones de dólares de grandes empresas y milmillonarios, y se estima que suponen una pérdida en la recaudación fiscal de 600 mil millones de dólares al año. También aquí parece irresistible la presión de la clase más adinerada sobre el mundo político para obtener privilegios.
-Un cuarto asunto que se está yendo de las manos es la xenofobia, el odio al extranjero y, junto a ello, la discriminación y el racismo. El espectáculo de los grupos ultras británicos concentrados frente a los hoteles que alojan a demandantes de asilo, como reacción a un asesinato cometido por una persona de ascendencia africana, es demasiado intranquilizador como para no encender todas las alarmas.
Las demagogia sobre las migraciones provoca en buena parte esa situación. La realidad es que tiene muchas ventajas: para los migrantes supone más oportunidades; para los países de acogida, beneficios en su economía, fisco y seguridad social, y también en contrarrestar el envejecimiento de la población -todo ello, sin un impacto negativo apreciable sobre los salarios-; y para los países de origen, remesas: en torno a 550 mil millones de dólares al año. Además está la solidaridad con quien huye de conflictos y el respeto a las normas internacionales sobre acogidas y refugiados. Ahora bien, para que esas ventajas se aprecien por todas las personas, deben mejorarse las condiciones de vida de la población de acogida -reduciendo la pobreza y la desigualdad- y, también, regularse mejor las corrientes migratorias. Todo ello urge, pues la población migrante, estimada hoy en 200 millones de personas, y la refugiada crecerán de forma dramática debido, entre otras razones, al cambio climático, las guerras y las desigualdades.
-Un quinto desafío proviene de las incertidumbres que traen las tecnologías de la información y comunicaciones (TICs) y la Inteligencia Artificial (IA). Por un lado, la información que fluye hacia las empresas tecnológicas a través de la web y el big data les permite conocer nuestras preferencias, costumbres y estado de salud. De ahí que influir en las decisiones de consumo o en las opciones políticas, o vender información sensible -por ejemplo, a compañías de seguros-, no les sea nada difícil.
-Por otro, preocupan la Inteligencia Artificial General y la Super Inteligencia Artificial, las que llegarían después de la IA Estrecha -la que existe hoy-. La IA General podrá reescribir su propio código, crear soluciones para problemas nuevos y aprender para volverse más inteligente. Y la Super IA que surgiría de la IA General podría establecer sus propios objetivos con independencia del control humano. Por ello, expertos de todo el mundo han pedido una “Convención Internacional sobre Inteligencia Artificial General” para constatar las oportunidades pero también para anticipar los desafíos.
-Por último, necesitamos reflexionar sobre la cultura consumista, egoísta y hedonista imperante, alejada de las necesidades de otros seres humanos, del resto de seres vivos y de nuestras propias necesidades espirituales. ¿Acaso los desafíos señalados no guardan relación con la falta de valores y el auge del individualismo? La educación para la ciudadanía en valores, como la integridad o la generosidad, tiene todo el sentido.
Numerosos países enfrentan otros muchos problemas: inseguridad, corrupción, vivienda, falta de libertades, el machismo aún imperante… pero aquí se han querido señalar aquellos que, si no se encauzan pronto, amenazan a la humanidad entera.
Llegados a este punto, ¿qué obstáculos hay que vencer para superar esos desafíos?
Conocemos los problemas y disponemos de los medios técnicos y económicos para resolverlos. Por ejemplo, respecto al calentamiento global, las energías renovables no sólo son más limpias y accesibles que las provenientes de combustibles fósiles sino que, en la actualidad, su producción resulta ya más económica.
Si vamos a los recursos e imaginamos voluntad política, se podría, entre otras medidas, redirigir una parte de los billones que cada año se gastan en armas a las necesidades del desarrollo y del bienestar; recuperar esos 600 mil millones de impuestos potenciales que se evaden todos los años a través de los paraísos fiscales; mejorar la fiscalidad con un impuesto universal a las megaempresas internacionales -lo que está en la agenda, pero no acaba de aterrizarse-; y, en fin, eliminar las subvenciones a los combustibles fósiles y mejorar la “fiscalidad verde”, logrando su triple beneficio: sobre la salud, el medioambiente y los ingresos públicos.
Entonces, si conocemos los problemas y contamos con la tecnología y los recursos para resolverlos, ¿cuál es el principal obstáculo que queda? La respuesta es: un conjunto de personas adineradas que ejercen una influencia desmedida sobre los gobiernos.
Esa parte de la plutocracia contraria a la construcción de un mundo mejor ha quedado bosquejada en las líneas anteriores: se trata del complejo militar-industrial de EEUU, empresas que necesitan vender y renovar su producción para obtener beneficios, lo que implica la existencia de guerras. Lockheed Martin, el mayor contratista de EEUU especializado en aviones de combate; Boeing -helicópteros, cazas…-; Bae Systems -tanques, submarinos…-; Raytheon, o Northrop Grumman son algunos ejemplos.
Están también las petroleras, como ExxonMobil, Royal Dutch Shell, la Saudi Aramco o la rusa Gazprom, opuestas a toda política climática responsable. Ese sector ha invertido miles de millones de dólares en las reservas de petróleo, carbón y gas, y no parece dispuesto a dejar de explotarlas.
Está la big-pharma, con lobbies poderosos que presionan a los gobiernos para que no se libere la propiedad intelectual de las vacunas que tantos beneficios les reportan -50 mil millones de dólares sólo la de la COVID-. Y, en fin, la agroindustria, las madereras y las mineras que se lucran con actividades ilegales y que desforestan las selvas, sin olvidar a la gran banca cuando financia a las mencionadas empresas.
Los megabancos no suelen mostrar reparos ante el dinero ni dudan, si se les permite, en llevar a cabo prácticas especulativas aunque pongan en peligro la estabilidad financiera mundial.
La capacidad de todo ese entramado empresarial depredador y agresivo en controlar medios de comunicación, influir en la opinión pública, corromper políticos e influir en sus decisiones es formidable. Como lo es la de impedir los intentos de educar en valores a la ciudadanía joven.
Detrás de esas empresas están personas con nombre y apellidos. Por ejemplo, en EEUU los hermanos Koch, del sector petrolero, financiaron generosamente el escepticismo sobre la crisis climática y las campañas electorales de Trump. Sus millones se encargaron de que desapareciese el mínimo atisbo de la preocupación ecológica que existía antes en el Partido Republicano. Y, recuérdese, el Acuerdo de París de 2015 no llegó a ser de obligado cumplimiento por la oposición de EEUU, lo que ha conducido a que estemos tan lejos de cumplir con sus metas.
También en EEUU está Elon Musk, quien apoya a Trump, a Milei y a Bolsonaro, y quien ha querido saltarse las leyes del gobierno de Brasil referidas a las TICs y a la IA. Y apoyan a Trump otros milmillonarios cuyas fortunas provienen del petróleo, el juego o la especulación financiera, junto a algunas personas ligadas a grandes empresas tecnológicas ante la posibilidad de que los demócratas aumenten los impuestos a los más ricos e introduzcan regulaciones más estrictas en el sector. En fin, el CEO del grupo Blackstone, Steve Schwarzman, con una fortuna estimada en 40 mil millones de dólares, también se ha acercado a Trump por su apoyo irrestricto a Israel.
En Brasil, el mayor país de América Latina, una alianza entre bolsonaristas y la agroindustria cuenta con mayoría en el Congreso. Cornelio Sanders, del agronegocio, los millonarios Alejandro y Pedro Grendene o Fabiano Campos Zettel, fundador de la Iglesia Evangélica Bola de Neve, son algunos de los que apoyaron con sus donaciones al partido de Bolsonaro. Esa mayoría parlamentaria arremete contra todo intento de proteger la Amazonía y propugna la revisión de las demarcaciones que han reconocido a las comunidades indígenas la propiedad sobre sus territorios ancestrales.
¿Qué podemos hacer el común de las gentes?
En primer lugar, apoyar y votar a representantes políticos honestos que no se plieguen a la parte más tóxica de la plutocracia. Personas con el coraje de gobernar para el bien de todos, que no se arredren en cobrar impuestos a los megaricos y a las grandes empresas y que impidan la evasión y elusión fiscal. Personas que lideren la consecución de los objetivos medioambientales, se atrevan a denunciar la escalada armamentística y a quienes no les tiemble el pulso en liberar las vacunas en caso de pandemias.
Otro asunto esencial es ejercer presión cívica sobre gobiernos e instituciones supranacionales para que se atrevan con los desafíos que ponen en jaque el futuro de la humanidad. Presión para que se avance en el desarme nuclear, en combatir con decisión la crisis climática, en acabar con los paraísos fiscales y en que las grandes empresas paguen los impuestos que les corresponden.
Presión para que se apliquen políticas redistributivas adecuadas como las del salario mínimo y el ingreso mínimo vital. Presión para prohibir las importaciones de productos obtenidos ilegalmente en los bosques tropicales, o para controlar la financiación de la banca a los negocios relacionados con los combustibles fósiles. Presión también para que se supriman las “puertas giratorias” entre altos cargos del sector público y privado. Y presión, en fin, para que se cumplan las resoluciones de la ONU, los propósitos de la “Agenda 2030” y los del “Pacto de Futuro”. Este incluye la necesidad de reformar el Consejo de Seguridad de la ONU y terminar con el poder de veto de cinco países, el cual le impide llevar a cabo su mandato de garantizar la paz y la seguridad mundial.
Un tercer asunto a nuestro alcance es cambiar los comportamientos que la cultura dominante nos inculca por otros más acordes con los retos de nuestro tiempo. No necesitamos el consumo desaforado, ni el uso compulsivo del automóvil, ni la ingesta de tantas calorías, y tampoco que la economía crezca como lo hace. Una cosa es crecer en energías limpias y renovables, transporte público, vivienda social, educación, salud, cultura, deporte, investigación o las políticas de apoyo a la juventud… y otra muy distinta es hacerlo en la producción de armamento, en la energía procedente de combustibles fósiles, la minería a cielo abierto, la especulación financiera o en los bienes suntuarios para cuya compra no merece la pena sacrificar nuestras vidas.
La sociedad civil cuenta con numerosos aliados: parlamentarios, gobiernos honestos trasformadores, organismos de NN.UU., sindicatos, municipios, empresas responsables, el mundo de la ciencia, universidades… y con el apoyo de la ciudadanía consciente, esos millones de personas que sacan cada día lo mejor que tiene el ser humano, la generosidad y el espíritu colaborativo, y construyen un mundo mejor en hospitales, escuelas, empresas, organizaciones solidarias y administraciones públicas. Incluso, algunos milmillonarios y líderes empresariales han pedido un compromiso mayor en la lucha climática y se han mostrado dispuestos a pagar más impuestos.
La crisis climática, el armamentismo, la codicia con las vacunas, la desigualdad y la falta de valores nos hablan de tiempos sombríos, como los que otras veces ha atravesado la humanidad. Pero el futuro lo construimos cada día y depende sólo de nosotros y de nuestra voluntad de limitar el poder de la parte más tóxica de la plutocracia mundial.
*Doctor en Ciencias Económicas por la Universidad Complutense de Madrid, trabajó durante casi quince años, en Nicaragua, Honduras, Cuba y Uruguay. Fue «Visiting Fellow» en el Instituto de Estudios de Desarrollo de la Universidad de Sussex. Ha publicado ensayos, como «The Politics and Policy of Aid in Spain» (Institute of Development Studies, 2011)