La izquierda en América Latina. Tendencias y perspectivas (I y II) – Por Sergio Rodríguez Gelfenstein

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

La izquierda en América Latina. Tendencias y perspectivas (I)

Por Sergio Rodríguez Gelfenstein *

Hacer una valoración sobre el papel de las fuerzas de izquierda en la América Latina después de las elecciones en Venezuela, entraña un verdadero reto que obliga a realizar una revisión conceptual del término “izquierda” toda vez que, desde mi perspectiva, es una definición caduca y descontextualizada que no refleja la realidad actual por lo cual conduce a errores que no permiten llegar a conclusiones acertadas.

Debe recordarse que el moderno término “izquierda” proviene de la revolución francesa cuando se relacionó con opciones políticas que propugnaban un cambio político y social, mientras que el término «derecha» quedó asociado a las que se oponían a dichos cambios. El lugar donde se sentaban los diputados que apoyaban o no leyes a favor o en contra de la monarquía en las sesiones de la Asamblea Nacional de Francia en tiempos de la revolución de 1789, marcaron para el futuro una concepción que respondía a las condiciones del debate que se producía en esa época revolucionaria, pero que no tienen vigencia alguna en el mundo de hoy cuando tras 230 años se han producido profundas transformaciones económicas, políticas y sociales en el planeta que han significado mutaciones en el devenir de la acción y el pensamiento político.

En este ámbito, se debe considerar que el basamento fundamental sobre el que se sustentaba el pensamiento revolucionario de aquella época eran las ideas republicanas y la democracia por oposición a la monarquía y el absolutismo. La burguesía naciente encarnaba las ideas de progreso, libertad, igualdad y fraternidad, algunas de las cuales también están caducas, no porque hayan perdido validez, sino que, por haberlas despojado de su contenido transformador, resultan vacuas y excluyentes.

El término fue evolucionando con el tiempo, comenzó a vincularse con el liberalismo y posteriormente con el socialismo democrático y el laborismo hasta llegar al socialismo científico de Marx y Engels.

Así mismo, a la izquierda se le comenzó a asociar con las luchas sociales de los obreros en favor de mejores condiciones de vida y trabajo. En los siglos XIX y XX las ideas de izquierda se asociaron a la de revolución y la lucha de clases contra toda explotación y alienación de los trabajadores y los pueblos, pero también, a las de reformismo en un debate inacabado que aún hoy tiene presencia y no solución.

De la misma manera, el paradigma de progreso y el progresismo como su consecuencia -tan en boga en la actualidad- tuvo su origen en la Europa occidental también en el siglo XIX. Se le asoció indistintamente con revolucionarios y reformistas en tanto unos propugnaban una transformación estructural de la sociedad capitalista, y otros, solo algunas variaciones que condujeran a mejoras en el marco del sistema.

Debe decirse que toda esta terminología ha ido evolucionando en el tiempo (en particular la relacionada a los conceptos de izquierda, revolución, reforma, y progreso) cuyo origen -como se dijo- se remonta al siglo XIX.

En ese período, la revolución industrial, la consolidación del capitalismo como sociedad de clases triunfante y su victoria frente al feudalismo en la llamada guerra civil de Estados Unidos a mediados de esa centuria conduciendoa su transformación en primera potencia mundial (antes de que finalizara ese siglo), devinieron en el arraigo de la burguesía como clase dominante que se ubicaba ahora a la derecha del espectro político.

A partir de la oleada revolucionaria en Europa en 1848 que definió con claridad a la oposición de izquierda desde la perspectiva de la defensa de los intereses del movimiento obrero, el progresismo dejó de ser revolucionario para orientarse claramente hacia el reformismo.

En esta medida, el modelo de democracia liberal de carácter representativo se impuso como instrumento de lucha de la burguesía mientras fue revolucionaria en su lucha contra la monarquía y el absolutismo.

Doscientos años después, sigue siendo lo mismo: una herramienta del poder burgués. Eso no ha cambiado, solo que ahora se utiliza contra el pueblo y los trabajadores y, en general a favor de mantener la exclusión y la utilización del Estado en beneficio de una minoría.

La lucha por la democracia y la soberanía popular y por la democratización permanente de la sociedad obliga a ampliar el concepto. No basta con que la democracia sea solo representativa, debe ser además participativa, consultiva y debe garantizar el protagonismo y el ejercicio del poder popular.

Este debate, colocado en el mundo del siglo XXI y específicamente en América Latina, supera lo estrictamente conceptual, toda vez que obliga a países, gobiernos, parlamentos, partidos y movimientos sociales a definiciones concretas respecto del devenir de los hechos que conforman el escenario político actual.

Se podría establecer el análisis a partir de los acontecimientos revolucionarios más trascendentes desde el fin de la segunda guerra mundial en la región: son ellos la Revolución cubana en 1959, la victoria de Salvador Allende en Chile en 1970 iniciando un proceso pacífico de transformación de la sociedad, la revolución sandinista en 1979 y la bolivariana iniciada en 1999. El posicionamiento de las izquierdas en cada una de ellas respondió a las circunstancias propias del momento y a la situación histórico-concreta de la época.

La Revolución cubana y el proceso de la Unidad Popular en Chile se produjeron en el momento más álgido de la guerra fría y de la insurgencia de los movimientos de descolonización y liberación del tercer mundo que darían nacimiento al Movimiento de Países No Alineados (MNOAL) instalando la bipolaridad en América Latina y el Caribe y obligando a las organizaciones políticas y sociales a definirse en el escenario que esos hechos generaron.

La revolución sandinista ocurrió en una de las situaciones de mayor reflujo en la historia del movimiento popular latinoamericano, dando impulso a las luchas de liberación nacional, antifascistas y antiimperialistas en todo el continente. La revolución bolivariana dio inicio en un momento de ofensiva neoliberal imperialista, generando un punto de inflexión para los combates en favor de la segunda independencia y el avance hacia la integración latinoamericana y caribeña.

Las “izquierdas” -en cada caso- se fueron acomodando a las circunstancias que estos hechos revolucionarios producían en la región. Por supuesto, también respondieron a condiciones locales. Cada uno de estos procesos radicalmente transformadores condujo a nuevos acomodos, algunos de ellos bastante traumáticos sobre todo porque resultaron inesperados para las fuerzas de izquierda que se alineaban alrededor de ideas prosoviéticas, trotskistas, maoístas, anarquistas y otras, en boga en el siglo XX.

Vale decir, por ejemplo, que la corriente de izquierda dominante en el siglo pasado, que emanaba de la lealtad y vinculación partidista con la Unión Soviética, no apoyó y hasta estuvo en contra de las revoluciones cubanas y sandinista que se produjeron cuando todavía el mundo se organizaba desde una perspectiva bipolar.

Los procesos triunfantes en Cuba y Nicaragua no respondían a esa lógica, eran movimientos de liberación nacional arraigados en ideas nacionalistas y revolucionarias propias (Martí y Sandino) bastante desconocidos y alejados de la discusión de la izquierda tradicional de la región.

Todas las fuerzas de izquierda, socialistas y revolucionarias, hasta los comunistas, no sin resistencias, corrieron a incorporarse a la nueva ola revolucionaria de izquierda que estos hechos históricos significaron.

Casi unánimemente, con algunas salvedades, sobre todo de algunos sectores trotskistas, dieron su soporte a la novedad que emanaba de victorias populares en el “patio trasero” del imperio… y que se habían logrado sin el patrocinio de la Unión Soviética e incluso con su oposición. Ambos procesos, en sus momentos, significaron fuertes impulsos a la lucha y a la unidad de la izquierda.

La revolución bolivariana se produjo en otro contexto y en otras circunstancias, tres de ellas muy importantes: en primer lugar, ya no existía el mundo bipolar y Estados Unidos campeaba a sus anchas en el planeta. Segundo, no emanó de una guerra revolucionaria de liberación nacional ni de una insurrección popular armada, sino que llegó al poder por vía electoral (tal como lo había hecho la Unidad Popular con Salvador Allende en Chile en la década de los 70 del siglo pasado) derrotando a todo el entramado de control imperial que por 40 años se había entronizado en Venezuela.

Finalmente, a diferencia de las anteriores, el proceso bolivariano no fue conducido por organizaciones políticas ni líderes encumbrados a partir de la lucha armada revolucionaria, sino que por una organización naciente con un líder procedente de las fuerzas armadas del régimen imperante que salió de él para llevar al pueblo a la victoria.

Tal escenario, una vez más, llevó al reacomodo de las fuerzas de izquierda, pocas fueron las que desde un primer momento confiaron en el impulso revolucionario que el comandante Hugo Chávez le dio a las fuerzas patrióticas del país.

Apegados a cierto conservadurismo teórico, la mayoría no observaba con buenos ojos que un militar derivado de las fuerzas armadas pudiera desencadenar y liderar un proceso de transformación revolucionaria y cultural de la sociedad.

En esas condiciones se comenzó a desarrollar el proceso bolivariano. Largo sería mencionar todos los hitos por los que debió transcurrir y no es objetivo de este trabajo hacerlo. Solo decir que el asombro inicial fue dando paso a la simpatía y de esta a un apoyo que pareció tener su verificación en el hecho de que, en abril de 2002, Estados Unidos organizó, financió y estructuró un golpe de Estado para derrocar al Comandante Chávez.

El hecho, que determinó opiniones encontradas en lo que hasta ese momento se denominaba izquierda latinoamericana, dio paso al estupor cuando por primera vez en la historia de la región una alianza del pueblo con los militares dio cuenta de la intentona y en menos de 72 horas repusieron al comandante Chávez en el poder.

De ahí en adelante, las variopintas “izquierdas” ya no sólo apoyaban, sino que buscaron cobijo y hasta financiamiento en este poderoso país que, a diferencia de Cuba y Nicaragua, sostenidas por el heroísmo y la resistencia de sus pueblos, contaba con la mayor reserva de petróleo del mundo, la misma que el Comandante Chávez quiso poner al servicio de la liberación de los pueblos.

Aparecieron “genios de la izquierda” (sobre todo intelectual), de toda la región y del mundo, que sabían de todo pero que habían hecho poco y nada en sus países solicitando “aportes” para los más inverosímiles proyectos a cambio de “salvar a Venezuela”.

Ofrecían sus “brillantes e “imprescindibles servicios” para hacer lo que los venezolanos supuestamente no sabemos, que parecía que era casi todo. Contrastan con la impecable vocación internacionalista de Cuba y de algunos luchadores revolucionarios que de forma modesta, silenciosa y solidaria han venido a apoyar en serio a Venezuela.

No se daban cuenta que el pueblo venezolano hizo una revolución y la ha sostenido en las barbas del imperio, mientras que ellos se han limitado a escribir unos cuantos libros y artículos resultando insignificantes personajes en sus propios países.

Esa “fauna” constituida por lo que podría denominarse “mercenarios de izquierda” formaron y aún forman parte del oportunismo que es también un eslabón de este amplio espectro que configura la llamada “izquierda” del siglo XXI. Desde el año 2000, han saltado de proceso en proceso en América Latina, en algunos casos con gran éxito, sobre todo para sus bolsillos.

La izquierda en América Latina. Tendencias y perspectivas (II y final)

Durante los primeros 15 años de este siglo, América Latina y el Caribe fue testigo de una serie de procesos democráticos y populares que colocaron a las diferentes versiones de la izquierda en el centro de los acontecimientos. Sin embargo, el protagonismo de Cuba y Venezuela y la influencia avasalladora que le insuflaban al proceso los comandantes Fidel Castro y Hugo Chávez generaron un proceso único en la historia de la región. Por primera vez, el papel fundamental en los hechos lo jugaba la izquierda.

Como siempre, en la victoria las malas costuras quedan ocultas, pero en la derrota todas se ponen a la vista. El reflujo iniciado en 2015 produjo profundo impacto en la izquierda. Esta vez, el esfuerzo mediático imperial sustentado en su poderoso aparato informativo-cultural y mediático, se transformó en un instrumento principal para acentuar el retroceso, estimulando las percepciones negativas en torno a que en esta ocasión la regresión era definitiva y total.

Era, en el fondo, una suerte de “fin de la historia latinoamericana”, la debilidad y la tibieza de algunos emergió, estimulando la derrota por un lado y posiciones acomodaticias e intermedias que postulaban que “sí, pero no”, por el otro.

El Foro de Sao Paulo (convocado por Fidel y Lula en 1990 para hacer frente al retroceso y crisis de las izquierdas producto del derrumbe del socialismo real y del proclamado fin de la historia de Fukuyama) es hasta hoy la principal y mayor instancia de articulación de partidos y movimientos de izquierda, socialistas, comunistas, revolucionarios y populares de Latinoamérica y el Caribe, un espacio de acoplamiento, que a pesar de tener no pocas contradicciones y debilidades, ha seguido expresando una dimensión antiimperialista, anticolonialista e internacionalista y una constante solidaridad con la Venezuela Bolivariana, la Revolución cubana, la Nicaragua sandinista y con los países integrantes del ALBA-TCP frente a las sanciones y la agresión imperialista, procurando impulsar con los movimientos populares y sociales la movilización social y alternativas al capitalismo salvaje y al neoliberalismo en la región.

En Estados Unidos, de la mano del sector “imperialista de izquierda” incrustado en el partido demócrata y en algunos políticos e intelectuales europeos surgió la “Internacional Progresista”, instrumento que reúne individualidades y algunas organizaciones mediatizadoras de las luchas antiimperialistas y antineoliberales.

En América Latina, un personaje chileno que ha hecho de la mediatización política un floreciente negocio, convenció a un atribulado gobernador de un estado mexicano para lanzar una especie de versión “latinoamericana” de esa “internacional progresista”.

Así, surgió el Grupo de Puebla como instrumento mediático de referencia del «progresismo» compuesto (a título individual) por personas de izquierda y socialdemócratas liberales, estos últimos son los que el presidente Maduro ha denominado la “izquierda cobarde”.

Escribo latinoamericano entre comillas porque hasta un expresidente español conocido lobbista de las transnacionales españolas y de la corrupta monarquía marroquí, forma parte de ese tinglado variopinto que es una de las expresiones del declive ideológico de la izquierda latinoamericana.

Todo esto se ha hecho evidente y se ha puesto sobre el tapete tras las últimas elecciones en Venezuela. La disyuntiva imperialismo y subordinación vs. soberanía e independencia que debería signar el parteaguas entre izquierda y derecha en el mundo de hoy, ha dado paso a una serie de interpretaciones que dan cuenta del éxito imperial en la cooptación de sectores que pretenden adoptar las categorías y conceptos de la derecha para hacer política de izquierda, sabiendo que eso es imposible. Ya lo he dicho, las propuestas de la revolución francesa son instrumentos del pasado.

Finalmente, conceptos como separación de poderes, alternancia en el gobierno, libertad de prensa, libertad de expresión, democracia representativa y otros, son categorías inexistentes y falacias inventadas por la burguesía (cuando hizo su revolución) para garantizar su dominio, control y hegemonía sobre la sociedad y el Estado. No puede la izquierda suponer que haciendo uso de ellas, va a ser posible producir los cambios que la sociedad necesita.

Se trata de construir un nuevo cuerpo teórico y conceptual que dé cuenta de los cambios acaecidos en los últimos 230 años, tomando en cuenta los “tsunamis” generados por el triunfo de la Revolución de Octubre en la Rusia de 1917, la Segunda Guerra Mundial, el fin de la Guerra Fría y la emergencia de China al escalón de potencia global bajo la conducción de su partido comunista.

En este marco y de forma acomodaticia, ciertos sectores de la otrora izquierda latinoamericana pretende entender el proceso bolivariano como quiebre, no como continuidad. Así, intentan justificar sus debilidades y su actitud abyecta y subordinada al imperialismo, bajo el argumento de que “Chávez era una cosa y Maduro, otra”. ¿Quién puede negarlo? Claro que cada uno ha sido “él y sus circunstancias” como lo señaló Ortega y Gasset.

La más elemental dialéctica expone la necesidad de dar respuesta a lo que a cada uno le tocó vivir. Y no creo que el presidente Maduro quiera imitar al comandante Chávez sencillamente porque son dos personas distintas. Pero pretender usar eso para justificar las debilidades y las conveniencias propias, no deja de ser una actitud deleznable y cobarde.

En otro plano, los tanques de pensamiento del enemigo han logrado desviar la atención de importantes sectores de la izquierda hacia el abandono de las luchas antiimperialistas y antineoliberales bajo el argumento que en el siglo XXI imperan las disputas sectoriales, logrando con ello la desmovilización y paralización de importantes contingentes de la izquierda que ahora se circunscriben a las controversias de minorías que no representan el interés general de la sociedad.

Sin menoscabar la necesidad imperiosa de polemizar y enfrentar la misoginia, el racismo, la homofobia, la depredación de la naturaleza y otras plagas, se debe entender que todas ellas y otras derivan de la sociedad de clases.

Ha sido el capitalismo el que en su devastadora impronta, se ha llevado consigo valores y principios de la izquierda, pero la lucha de clases sigue estando en el centro de los combates. Es ella la que debe arrastrar consigo todos las batallas sectoriales que importan y ocupan a sectores avanzados de la sociedad.

Toda la situación relatada nos lleva a concluir que de cara a la reciente victoria del chavismo en las elecciones presidenciales y los nuevos reacomodos que ello ha producido en la izquierda latinoamericana, hoy se pueden identificar seis izquierdas en la región:

1. Cuba, Nicaragua, Venezuela, Bolivia, San Vicente y las Granadinas y Dominica que expresan la solidez de principios y la resistencia al imperialismo.

2. Importantes sectores sociales, organizaciones políticas y movimientos populares de la región que luchan por sus derechos y se organizan para sostener una clara posición antiimperialista y antineoliberal en sus luchas nacionales y sectoriales.

3. Una izquierda bien intencionada pero dubitativa, pusilánime y cambiante que hoy exponen Lula, Gustavo Petro y líderes peronistas de Argentina como Cristina Fernández, entre otros. Aquí, se inscribe el vocinglero expresidente de Uruguay José Mujica. Casi todos ellos asumen la posición de “Dios” que cuando hablan, suponen que están diciendo la última palabra. En definitiva, actúan en política internacional pensando en el manejo de sus correlaciones de fuerzas internas, exponiendo las debilidades de su gestión.

4. La izquierda proimperialista social liberal encarnada en la ex Concertación Democrática de Chile, su principal líder Michelle Bachelet y Gabriel Boric, presidente actual de ese país, que se han destacado por ser el instrumento preferido del imperio para exponer una izquierda “civilizada y decente” que administra correctamente el modelo neoliberal en beneficio de las trasnacionales y los grandes empresarios y se subordinan plenamente a Estados Unidos. Son parte del proceso de “israelización” de la política, el cual recientemente se ha “españolizado” de manera tal que el eje se va desplazando cada vez más hacia la derecha hasta hacer casi desaparecer a la izquierda.

5. Andrés Manuel López Obrador y la coalición que gobierna México sosteniendo una irrestricta posición nacionalista y de defensa de la soberanía. En política internacional, al no inmiscuirse en los asuntos internos de otros países, salvo que se produzcan aberrantes violaciones a los derechos humanos, la democracia y la soberanía, la izquierda mexicana ha generado una influencia positiva para el desarrollo de las luchas sociales en la región.

6. Pequeños países cuyas fuerzas populares y gobiernos que han emergido del infierno neoliberal en condiciones de extrema debilidad y que deben hacer grandes esfuerzos para superar la resistencia de las oligarquías como Honduras, Antigua y Barbuda y otras naciones del Caribe. Probablemente, si la izquierda ganara las próximas elecciones en Uruguay y Ecuador, podrían considerase parte de este grupo.

En este contexto diverso habrá que aprender a trabajar. La heterogeneidad característica de la izquierda de la época es propia de las transformaciones ocurridas en la política reciente. Vale decir que cuando vivimos momentos de crisis de la hegemonía occidental, una manera de aferrarse al poder por parte del imperio, es ampliar y fortalecer su aparato ideológico a fin de crear desconcierto y dividir al movimiento popular. Sus éxitos son notables.

En el siglo XXI, ha emergido un movimiento social y popular difuso en el que no necesariamente ciertos sectores que se autoidentifican como izquierda, juegan el papel de motorizar las necesarias transformaciones económicas, sociales, políticas y culturales.

En esta medida, se vislumbra una perspectiva incierta en el proceso de transformación del protagonismo del sujeto político y los sujetos sociales. La confrontación en este aspecto -como siempre- será dura y difícil. Habrá que confrontar todo el poderío tecnológico, financiero y mediático del imperio.

El momento es de duda e incertidumbre. En la medida que han emergido ciertas izquierdas de inspiración socialista, nacionalista y popular y hasta partidos comunistas que en realidad se ubican a la derecha del espectro político al punto de llegar a ser aliados del imperialismo, sostenedores de los instrumentos de control del capital y defensores del neoliberalismo, la confrontación estratégica se complejiza y se hace difícil porque las categorías de análisis del pasado, en particular las de la Guerra Fría, ya no sirven como instrumentos de evaluación del papel de las fuerzas de izquierda en América Latina.

El reto será entonces construir nuevas herramientas que nos conduzcan a análisis y a decisiones más acertadas en esta materia, sobre todo, porque ello es necesario para definir al enemigo principal, construir la correlación de fuerzas necesarias para seguir avanzando y elaborar una política de alianzas correcta en el momento político actual.

Prensa Latina

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