El sagrado Manto Tupinambá regresó a Brasil
«Marca el comienzo de una nueva historia de conquista de los pueblos indígenas», dijo Lula al encabezar el acto en el Museo Nacional de Río de Janeiro. La imponente pieza de 1,20 metros de altura fue elaborada con plumas de ibis escarlata, de loros y de guacamayas azules y amarillas, todas tejidas sobre una red de fibra vegetal.
El Manto Tupinambá, uno de los mayores símbolos espirituales del pueblo indígena homónimo, regresó a suelo brasileño después de más de tres siglos en Europa, a donde llegó de manos de colonizadores europeos que lo consideraron un tesoro por su imponente belleza.
«Su retorno es el comienzo de una nueva historia de conquista para los pueblos indígenas», dijo el presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, durante el acto de presentación oficial de la pieza en el Museo Nacional de Río de Janeiro.
Además del mandatario brasileño, que estuvo acompañado por la primera dama, Rosángela ‘Janja’ da Silva, asistieron al evento miembros de la etnia tupinambá, la ministra de los Pueblos Indígenas, Sonia Guajajara, representantes de Gobiernos regionales y varias personalidades.
Para los tupinambá, la llegada de la capa de plumas a suelo brasileño es de «extrema relevancia» y por eso unos 170 indígenas viajaron hasta el museo en Río, donde le han rendido homenaje desde el fin de semana con cantos, oraciones, vigilias, fogatas y conferencias.
Para el cacique Atauã Tupinambá, de la aldea Olivença, en Bahía, tener de nuevo el manto en Brasil, lo representa «¡todo!». «Es lo espiritual, la cura y la vida del pueblo tupinambá», dijo.
La historia del Manto Tupinambá
La ancestral capa fue repatriada de Dinamarca donde estuvo albergada desde el año de 1689 en el Museo Nacional. Su creación se remonta hacia el siglo XVI y fue llevada a Europa por holandeses hacia el año de 1644.
La imponente pieza, de 1,20 metros de altura y 80 centímetros de ancho, fue elaborada, en su mayoría, con plumas de ibis escarlata -ave también conocida como garza roja o pájaro guará-, pero también con plumas de loros y guacamayas azules y amarillas, todas tejidas sobre una red de fibra vegetal.
El manto es un símbolo de poder espiritual, «un anciano vivo sagrado» que representa la identidad de la etnia tupinambá y que los conecta con su ancestralidad. Pero también es considerado un «emblema sagrado de fuerza y unión» por lo que los indígenas creen que trae un mensaje de fortalecimiento para su pueblo.
La pieza, que era utilizada exclusivamente en ceremonias rituales por los más sabios del pueblo tupinambá, es la única de su estilo que volvió a suelo brasileño. Diez ejemplares más aún continúan en museos europeos. Se cree que varios fueron enviados a Europa por misioneros jesuitas y otros fueron obtenidos como botines de guerra o intercambiados comercialmente con los indígenas.
El destino del manto
Además de las exaltaciones a la pieza, el acto estuvo marcado por las denuncias del pueblo originario por no poder tener el manto en su tierra. Desde el 4 de julio, cuando desembarcó en Brasil, la pieza está resguardada bajo condiciones específicas para su conservación en el Museo Nacional, donde permanecerá luego de un proceso que se dio con la supuesta anuencia del pueblo tupinambá.
Líderes de la etnia, sin embargo, dijeron en el evento que el proceso no había sido transparente; que les negaron el derecho de recibir el manto el día de su desembarque en Brasil y que seguirán luchando hasta que la pieza vuelva a su tierra, donde pertenece.
«Nuestro patrimonio no está siento tratado con el debido respeto (…). Decimos basta», «Somos los verdaderos herederos del manto sagrado», dijo la cacica Yakuy Tupinambá.
Los tupinambá también reclamaron al Gobierno por la demarcación de sus tierras, que aún no han sido regularizadas, una problemática que enfrentan al menos otros 263 pueblos en todo el país, según datos oficiales.