El ejercicio metodológico de leer a Venezuela – Por Luis Wainer

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Por Luis Wainer *

El campo académico generalmente nos valida cuando hacemos de la duda un método de trabajo. Están bien los giros intelectuales que suponen moverse de las certezas, de las afirmaciones grandilocuentes, taxativas; inclusive, suele decirse, cargada de valores, por qué no, de pasiones. El problema es cuando asume el modo del silencio, la conveniencia o, sobre todo, el cálculo personal. Nuestras certidumbres radican también en el modo en que calibramos una mirada sostenida en fundamentos y una producción movida entre la intuición que da el trabajo y el conocimiento que da el compromiso con la dimensión transformadora de nuestra tarea.

Algunos creyeron que esta vez la oposición venezolana sí iba a jugar la contienda política en el plano local, dígase electoral-local. Inclusive institucional, entonces sus reclamos al chavismo son por esa vía. Pero en Venezuela, desde 1998 tal cosa dejó de ser esperable. A veces se presenta de un modo más claro la manera en que se estructura la estrategia opositora: por una parte, desempeño local y por el otro la dimensión más sustancial, la internacional. Por ejemplo, en 2005 la oposición no participó del proceso electoral pretendiendo desconocerlo (la maquinaria electoral del chavismo de 1998-2004 se presentaba como invencible) y en 2018 lo hizo marginalmente; antes entre 2017 y 2019, en el contexto de las elecciones producidas por el llamado a una nueva Asamblea Constituyente, participaron también de forma testimonial, dado que el centro pasó por desplazarse al plano de la presión mediática internacional, devenido en intervención política-militar vía fronteras de Colombia y Brasil, en enero de 2019. Experiencia que buscaba coronar con la frustrada proclamación de Juan Guaidó como presidente encargado. Entre abril de 2002 y enero de 2019 pudiéramos hacer toda una serie de estas características.

El chavismo ganó esa contienda de intervención vía puentes (2019) y la derrotó. Lo hizo en una batalla de resistencia política (muy organizada) pero también en el plano de la diplomacia. Y desplazó políticamente a Guaidó. En adelante se repuso de la violencia de calles, ganando todas las elecciones convocadas por el proceso constituyente. En 2018, en el escenario más agudo de sanciones económicas y bloqueo financiero internacional, ganó las elecciones presidenciales. Con muy poca participación electoral y de nuevo, prácticamente, sin la oposición, como dijimos, desplazada al plano internacional, al Grupo de Lima y la intervención norteamericana –literalmente convocada por representar una amenaza a la seguridad de aquel país- sobre la base de la ayuda humanitaria. Entre otros, exclamada con claridad por María Corina Machado.

Entre 2019 y 2024 –pandemia mediante- el chavismo ensayó formas que mezclaron su enorme y probada capacidad de autogestión y de construcción de estrategias informales efectivas para resolver contingencias graves (por ejemplo, insumos médicos y alimentos), hasta concesiones en el plano económico para mejorar –resta por discutirse el modo- algunos de los indicadores más acuciantes en términos sociales y económicos. El daño por las medidas coercitivas impuestas (mal llamadas sanciones) había agravado palpablemente las condiciones de vida.

Así llego a un actual escenario electoral en un contexto de relativo crecimiento económico, de notable baja inflacionaria, de mejoras en la producción de petróleo, de una economía de incipiente apertura que exhibe nuevos negocios (por ejemplo, el inmobiliario) inversión extranjera mediante, un acelerado crecimiento del “emprendedurismo”, en parte promovido por el gobierno y en parte por las remesas, y un comercio local vía bolívar y vía dólar en los hechos, de igual modo. Nada de esto pudiera ser comprendido sin conocer al venezolano y a la venezolana que, para decirlo rápido y a riesgo de generalizar, hoy combinan autogestión, supervivencia, organización política -barrial, parroquial, comunal y estatal- una informalidad atravesada por las formas y los tiempos de las urgencias (organizadas y no organizadas políticamente). O lo que pudiera decirse una “metódica desde abajo” finalmente promovida “desde arriba” por comprender su potencia, pero sin poder –por varias razones- dotarla de las condiciones de vida que el chavismo siempre pregonó.

Quienes seguimos de cerca el proceso político venezolano, asumimos tareas de acción y lectura, previamente al inicio de una contienda electoral. Una forma de anticiparse a la acción psicológica vía prensa-redes-montajes-mensaje. Más que una batalla por lo que se dice y el modo en que se lo hace, ahora más que antes, por los tiempos. Léase, por el modo de la espera. La paciencia y, en ella, cómo se jerarquiza lo que se espera. Qué se demanda mientras qué sucede, y cómo aquello que sucede intenta alterar el qué se espera, cómo se lo hace y qué se demanda. Previamente habíamos leído que el juego electoral tendría un peso en la dimensión local de mayor envergadura que las anteriores contiendas. Y que la internacional, post electoral sería distinta. O nuevamente similar a la de 2019.

María Corina Machado –no sin tensiones y rencillas acumuladas al interior de la oposición qué veremos qué cuerpo toman- iba a concentrar la atención opositora. Había allí una propuesta relativamente novedosa: que la oposición tenía un candidato competitivo, que lograba electoralmente aglutinar y que habían diseminado algo difícil de parar (porque activa una “fibra venezolana” que, aunque varias veces derrotada sigue operando con “relativo éxito”): la certeza de que esta vez se ganaría la elección y que Nicolás Maduro se iría, aun resistiéndose a dejar el poder. Difícil de parar porque estimula otra consideración del tiempo, de la espera, de la ilusión de “salir de Maduro”.

Decir que funciona con “relativo éxito” es porque desde 2017 se impuso otro elemento que quizás ayude algo más a comprender la “subjetividad” venezolana y que funciona como clivaje: la violencia. Una violencia que entre 2014 y 2019, pero sobre todo entre 2014 y 2017, penetró en la sensibilidad ciudadana de un modo agudo. Haciéndose cuerpo. En adelante la idea de la paz como horizonte adquirió espíritu político. Si entre 1989 y 1998 en Venezuela se conoció lo que se ha denominado como “espíritu febrerista” (que terminó de adquirir tal connotación el 4 de febrero de 1992 en el contexto de la insurrección cívico-militar) que pugnaba por ponerle fin a un orden político cerrado y que acumulaba varias crisis; desde 2017, podemos hipotetizar, que existe un espíritu de “paz duradera”. Aun con la contradicción que supone el escenario de calles que vemos.  ¿Qué lo convierte en tal? Posiblemente que ninguna fuerza pueda evitar pronunciarse en su nombre en clave de garantía. Pero, sobre todo, que la población lo valora y repele la sensación de vuelta de esa violencia que hizo por largo tiempo, imposible la vida cotidiana.

Llegado a este escenario electoral, se vislumbró un momento peligroso pero certero: el chavismo –al respecto importa menos qué se diga en el plano mediático-internacional, qué consumamos los extranjeros- entiende que una de sus armas –en este momento- es no confrontar en calles. Aun cuando sabe, también, que si hay que organizar una ofensiva de masas (el concepto no es ocurridizo) cuenta con esa capacidad. Por ahora busca, quizás, exponer de qué lado se encuentra la violencia y de cuál, el sector que, como en 2017, ofrece defensa y paz.

Esto mientras se busca quitar al quinto poder constitucional, el Poder Electoral, de una situación de bloqueo informático vía sabotaje, del que se sabía, su órgano central, el Consejo Nacional Electoral (CNE) iba a ser afectado. Aun cuando este órgano se expresó, aun cuando restan horas o días para que se conozcan mayores precisiones sobre la distribución del voto. Se busca el modo de resguardar al CNE de los ataques a sus oficinas regionales. Se expone a Machado en acto de “usurpación de funciones”, al esbozar datos parciales cuya competencia corresponde al CNE. Y fundamentalmente, se busca el modo de parar, sin enfrentamientos de civiles, las acciones de calles desarrolladas por grupos que han vuelto a exhibir situaciones de profunda violencia a personas e instituciones (incluido el CNE) que vuelve a paralizar la escena política; haciéndola, tal como se esperaba, susceptible de los peores cálculos políticos nacionales e internacionales.

* Dr. en Ciencias Sociales. Autor del libro «Los orígenes del chavismo» y de distintos trabajos sobre FFAA en Venezuela. Coordinador del Área de Estudios Nuestroamericanos AEN/ C.C. de la Cooperación.

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