Perú: la sobrevivencia de la impunidad – Por Francisco Pérez García

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Francisco Pérez García*

Más de lo mismo. Una burla permanente. Como si de pronto ni al régimen ni a los congresistas les interesara seguir llegando a lo más profundo del repudio ciudadano. Solo así se puede explicar la serie de hechos que se han dado en los últimos días tanto desde el gobierno como de sus aliados instaurados en el Congreso y sus partidos que lo conforman.

Una semana que inició con un nuevo escándalo mediático que ponía de manifiesto las mentiras de un personaje como Alberto Otárola, quien en más de una ocasión negó haber cometido un delito como el tráfico de influencias y que -de la forma más farandulera- fue descubierto en horario estelar con un audio digno de un programa de espectáculos donde se muestra, no un coqueteo ni una galantería, sino un claro caso de acoso y abuso de poder.

De inmediato, las voces congresales que aplauden o apoyan con su silencio las actitudes del Ejecutivo se apresuraron en pedir la cabeza del -hasta este miércoles- jefe del gabinete ministerial. Y pedían la salida de Otárola más por ese principio de antaño de “perdonar el pecado, pero no el escándalo” que por la comisión de un delito.

Fueron esas voces las que permanecieron siempre en silencio cuando se exigía la renuncia de Otárola y la salida de Boluarte por los 50 muertos responsabilidad de su régimen, las que se apresuraron en pedir una salida y una recomposición del gabinete. Incluso, desde el mismo Ejecutivo se plantearon esas voces, representados por quien fuera luego calificado de “canciller majadero”, comentando un cambio en el rumbo gubernamental.

Nada nuevo bajo el sol 

Pero no hubo cambios, ni hubo lo que Otárola dijo sobre “la oportunidad para que la presidenta recambie su gabinete”, no hubo nada de eso. Se perfilaron nombres, se lanzaron propuestas cada una más controversial que la otra y al final, Boluarte optó por seguir con lo mismo. Gustavo Adrianzén fue el nombre electo para ser el nuevo presidente del Consejo de Ministros.

Adrianzén, personaje cercano a Otárola, férreo defensor del régimen actual, al grado de responsabilizar a los asesinados de sus propias muertes en las protestas, volvió volando -literalmente- de Estados Unidos para ceñirse el fajín ministerial con ¿muchos cambios? ¿solo alguno? Nada, ningún recambio ministerial, solo la ratificación de todos los ministros con todo y sus cuestionamientos, sus vínculos con los Cuellos Blancos, la alianza con el acuñismo, las licitaciones frustradas en Cultura, la dejadez en el sector Salud, la inseguridad latente por la inacción del ministerio del Interior, etc.

Solo más de lo mismo. Y ningún atisbo de apertura, autocrítica o propósito de enmienda, solo más y más impunidad.

Repartija congresal 

A la par, el Congreso hizo su propio festín en medio de la juramentación ministerial para aprobar una amplia reforma constitucional (¿No era que la constitución no se tocaba?) que permite el retorno a la bicameralidad y de contrabando la reelección parlamentaria permanente además de dejarle la puerta abierta a los congresistas con un digito de aprobación para que retornen como flamantes senadores de la República.

No importó que hace unos años en un referéndum, los electores dijeran que NO estaban de acuerdo con la bicameralidad, total, el Congreso actual no está en sintonía con lo que la gente dice o piensa, es más ni les interesa, porque saben que tienen todo el poder, porque viven en la impunidad total, y que tienen un Ejecutivo dispuesto a reprimir a quienes salgan al frente, así tal cual.

La burla fujimorista 

Y como para cerrar un círculo vicioso. Tenía que aparecer el fujimorismo, representado por su máxima figura, el patriarca de la corrupción y la violación a los derechos humanos: el ex dictador Alberto Fujimori.

Sin oxígeno, bien vestido y con un aspecto distinto de quién dice ser enfermo terminal desde hace años, lanzó sus redes sociales para “ampliar su defensa judicial” porque según él en las audiencias no le es posible.

Sin duda, sus apariciones virtuales y sus entrevistas televisivas son una plataforma para lanzar declaraciones políticas, las que justamente no debería tener para cumplir con las reglas que el indulto trucho le ha dado. Es más, el desaforado Otárola le advirtió en algún momento que “debía cuidar su salud” sino iba a retornar a prisión como ocurrió con José Enrique Crousillat preso por corrupción durante el régimen fujimorista.

Una burla en todo su sentido, porque Alberto aparece radiante y feliz para anunciar sus redes sociales, y al día siguiente aparece decaído, cabizbajo y con su manguerita de oxígeno para pedir de forma lastimera al Juzgado que no lo cite tan seguido.

Una burla porque quienes han tenido un familiar o un amigo que ha sufrido una enfermedad terminal, saben cuánto tiempo han sufrido en vida antes de fallecer, las penurias que han tenido que pasar, mientras este “enfermo terminal” desde que fue sentenciado se burla de las víctimas de su régimen y de la justicia.

Estamos, aún, en un panorama lamentable donde la impunidad es la característica de este régimen y de sus satélites y en donde la represión seguirá siendo carta común para sacarse de encima a quienes no estemos de acuerdo con lo que hacen y donde seguirán priorizando sus intereses personales antes que los nacionales. Así estamos.

*Periodista y analista de UCI Noticias y Viva TV, Otra Mirada, Espacio Libre

 

Otra Mirada

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