Del «Colombianazo» a la paz total: una conversación con María Gaitán

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Del «Colombianazo» a la paz total: una conversación con María Gaitán

Por Diana Carolina Alfonso

Jorge Eliecer Gaitán, «el negro» –como fue apodado por las oligarquías colombianas– fue una de las figuras más disruptivas de la historia continental. Probablemente el suyo haya sido uno de los sueños negados que mayores consecuencias ha tenido en Colombia, después del asesinato político de Simón Bolívar. Nacido y crecido en el seno de una humilde familia andina, Gaitán vivió buena parte de su niñez en los riscos del barrio Egipto, en las periferias de Bogotá. Años después se recibió como abogado de la Universidad Nacional con una tésis sobre las ideas socialistas en Colombia. Su paso por la universidad pública le permitió foguearse como un gran agitador orgánico del Partido Liberal. Sus artes oratorias se perfeccionaron con su viaje a Italia. Allí conoció a figuras relevantes en la arena del derecho penal internacional, entre quienes se encontraba el converso fascista Enrico Ferri. La Europa de los años 20 aportó al pensamiento de Gaitán un particular sentido nacionalista. Tras recibir el título doctoral de las manos de Benito Mussolini en 1927, volvió a Colombia para abanderar importantes luchas populares. La inminencia de su triunfo en las urnas lo convirtió en la peor amenaza de las oligarquías liberales y conservadoras, y en un aliado incómodo para el capital norteamericano. Murió abaleado en las calles de Bogotá el 9 de abril de 1948. Sobre sus ideas y los pendientes de la memoria conversamos con su nieta María Gaitán Valencia, directora del Centro Nacional de Memoria Histórica.

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Diana Alfonso: Quisiera preguntarle por el 9 de abril de 1948, fecha en la que Gaitán fue asesinado en el centro de Bogotá. ¿Cuáles fueron las causas del magnicidio de su abuelo? ¿Qué parte de ese repertorio ideológico y político le hizo tan peligroso para las clases dominantes colombianas?

María Gaitán: Voy a empezar diciendo que Gaitán siempre es considerado y catalogado como un dirigente liberal. Pero él no fue específicamente un dirigente liberal, por lo que debemos contextualizar su trayectoria. En ese momento de la historia de Colombia existían dos partidos, que eran el Partido Liberal y el Partido Conservador. En aquel tiempo, si no se estaba en alguno de los dos, no se tenía la menor incidencia política. Hablamos de dos partidos que entraron en disputa desde la misma conformación de las repúblicas en todo nuestro continente. En el año 34, viendo que las ideas liberales no estaban siendo representadas al interior del Partido Liberal, Gaitán creó la Unión Nacional Izquierdista Revolucionaria (UNIR). Pero luego entendió que sería importante reincorporarse al Partido Liberal e incorporar allí las ideas socialistas, cosa que logró al conquistar la jefatura del partido en 1944. El primer artículo del «Plan Gaitán» afirma claramente que “el Partido Liberal es el partido del pueblo”. Él solía decir que Colombia no tenía dos partidos sino que había sido partida en dos. Esto es fundamental para entender lo que estaba sucediendo en aquellos años de la política colombiana.

Gaitán no es importante porque lo hayan matado, sino por toda su trayectoria política desde que era un sardino, como llamamos en Colombia a las personas muy jóvenes. Desde que tenía 10 años ya era muy consciente de la labor que tenía que cumplir. Cuenta su mamá, doña Manuela Ayala, que cuando le «echaron los pantalones» Gaitán le manifestó que él tenía una misión muy importante en Colombia. Desde ese momento, su conciencia política y su necesidad de transformar a Colombia en un país verdaderamente democrático fueron in crescendo. En el colegio él daba ya clases de italiano, e Italia era uno de los lugares de mayor influencia para el derecho penal. Desde muy temprano se decidió por viajar a Italia.

Al terminar la universidad Gaitán escribió «Las ideas socialistas en Colombia», una propuesta que se centraba básicamente en la transformación económica del país. Tuvo muchas dificultades para que la Universidad Nacional aceptara el trabajo, porque alegaban que un estudiante de derecho tenía que presentar alegatos legislativos y no un plan económico y político como tesis de grado. Sin embargo, esas ideas, escritas a sus veintiún años, serían la columna vertebral desde la que seguiría desarrollando su pensamiento.

Jorge Eliécer Gaitán en un mitin en Bogotá. Fotografía restaurada y coloreada por @LeoOrtiz

A su regreso de Italia, los Estados Unidos, en alianza con el gobierno de aquel entonces, perpetraron la que quizás sea la primera masacre conocida contra trabajadores colombianos. El hecho corrió a cuenta de la United Fruit Company, encargada del negocio del banano. Ante la petición de los obreros de mejores salarios, mejores tratos laborales y una jornada laboral preestablecida, la fuerza pública decidió asesinarlos. El alegato de Gaitán ante la Masacre de las Bananeras le valió el título de «tribuno del pueblo», cuando defendió desde el Congreso a los trabajadores, entre los años 1928 y 1929. Esto produjo que Estados Unidos comenzara a ser cuestionado, mientras empezaba a resquebrajarse la hegemonía conservadora y eclesiástica que llevaba tantos años enquistada en la estructura política colombiana .

Tras su entrada al liberalismo, Gaitán entiende que el oficialismo del partido es ajeno a las ideas liberales, y más aún a las ideas socialistas. Como dije antes, él no fue un líder liberal, sino un líder del pueblo, del «país nacional», como él lo llamaba, que incluía a liberales, conservadores, comunistas, socialistas, independientes y también a las mujeres, porque debemos recordar que en aquel tiempo las mujeres no votaban, no tenían el derecho.

Pero fue al interior del Partido Liberal que comenzó a organizarse, bajo diferentes bautismos según las regiones, el gaitanismo. Ese fue el poder de Gaitán: el de unir al país. Gaitán era de todos, inclusive de los comunistas, que casi siempre se aliaron con otros partidos contra él. Después de su asesinato, e incluso antes, diferentes sectores se arrepintieron de esa posición.

D.A: ¿Qué pasó el 9 de abril? ¿Cuáles fueron las consecuencias estructurales del Bogotazo? ¿Qué fue lo que cambió en Colombia a partir de entonces?

M.G: Los acontecimientos del 9 de abril se conocen como el Bogotazo, porque fue en la capital que se sucedieron las manifestaciones de repudio más visibles. Nosotros seguimos siendo un país muy centralizado, y parece que lo que no sucede en Bogotá no existe. Pero si debiéramos describir mejor lo que sucedió hablaríamos de un «Colombianazo». Ese hecho fue la respuesta de un pueblo que ya había despertado y que había tomado en sus manos las tareas de la restauración moral y democrática de la república.

Se trata de una lucha que inició Gaitán desde 1948, en el segundo gobierno liberal de Alfonso López, quien en su primer mandato se había mostrado con una proyección más progresista. En el segundo mandato, Gaitán marcó una una distancia muy categórica, porque empezó a identidad y denunciar los actos de corrupción de ese Partido Liberal, manejado alternativamente por Alfonso López Pumarejo, Alberto Lleras Camargo, Carlos Lleras Restrepo y por todos los que se robaron nuevamente el partido después del 9 de abril.

Uno lee la prensa de la época y comprende el enorme temor de estos oficialistas, del «país político» como lo llamaba Gaitán, por los pasos dados por el gaitanismo. Los grandes medios de comunicación comienzan a tratarlo de negro o de indio, en lo que ellos creían que era un insulto, cuando para él esos apelativos eran motivo de orgullo. Gaitán entiende el papel fundamental de los medios de comunicación; entonces se toma la radio y crea el periódico Jornada, financiado por su propio pueblo. Crea también la editorial Patria, donde la gente pagaba un paso o cincuenta centavos para asociarse.

Gaitán retorna entonces al Partido Liberal, que fue su caballo de Troya. Estados Unidos toma nota de este regreso, y entiende que este llegará tarde o temprano al poder. Gaitán siempre fue condenado por “haber dividido” el Partido Liberal. Pero él no lo dividió: siempre fue consecuente al establecer que tenía que haber una convención popular para elegir a un candidato del pueblo, lo que sucedió en Bogotá, en la Plaza de Toros, donde delegados de todo el país lo eligieron como candidato del «país nacional» frente al candidato del oficialismo liberal, que era Gabriel Turbay. Turbay perdió las elecciones, traicionado luego por el oficialismo liberal, que entendió que sólo Gaitán daba posibilidades de éxito. Para los oficialistas, liberales o conservadores, sólo importaba mantener el poder social, económico, cultural y político.

Sin embargo, Gaitán perdió las elecciones del 5 de mayo de 1946, pero aseguró: “¡Hoy comienza la lucha!”. Yo hice un viaje seis meses por Colombia, entre el 97 y el 98, recogiendo testimonios de esos gaitanistas que aún tenían el recuerdo de Gaitán y habían participado de su movimiento a finales de los años cuarenta. Muchos decían: “yo era liberal, hasta que escuché su convocatoria y me hice gaitanista”. Era indudable que ganaría la presidencia en las elecciones siguientes, las de 1950, a tal punto que ya desde el 47 habían comenzado acciones de persecución mucho más peligrosas que las estrategias mediáticas.

Se empezaron entonces a quemar casas, a asesinar personas, a perseguir líderes, etcétera. En las elecciones del 47 Gaitán ganó las asambleas y las elecciones al Congreso en todo el país. Es entonces, ante la inminencia de su triunfo, que arrecian las políticas contra el movimiento gaitanista.

El 7 de febrero de 1948, meses antes del asesinato de Gaitán y de tantos gaitanistas, el «país nacional» convocó a la manifestación del silencio en la Plaza de Bolívar, en Bogotá; una marcha en total y absoluto silencio, que fue descrita por Gabriel García Márquez de una manera muy bella. Se dice que se trató de 100 mil compatriotas llegados de todo el país, que llegaron en buses, a caballo, a pie, descalzos incluso. Había muchas mujeres, niñas y niños escuchando a Gaitán pronunciar la oración por la paz, una obra maestra, improvisada, poética, de repudio al genocidio en curso. Él ya había sido nombrado líder único del Partido Liberal tras las elecciones del 47.

Él advirtió al presidente de entonces, el conservador Mariano Ospina Pérez, que si no cesaba la violencia contra el pueblo podría haber una reacción de legítima defensa. Y eso fue lo que sucedió. El 9 de abril los gaitanistas de todos los partidos salieron a las calles a manifestar su dolor, así como el quiebre de una esperanza que venía cuajando desde tantos años atrás. Como un acto defensivo, y en búsqueda de proteger a sus familias, estos hombres y mujeres se fueron adentrando en los montes, en las espesuras de esta diversidad colombiana que constituye nuestra magia y hace parte de nuestra más grande riqueza. Sin estos hechos no es posible entender por qué Tirofijo [se refiere a Manuel Marulanda] lideró tantos años la guerrilla de las FARC, constituida en 1964. Aquel tomó las armas ya a finales del 48 por la persecución desatada por el Estado contra él y sus primos, que eran eminentemente gaitanistas.

Es en el monte que se empieza a formar este contingente liberal que sí es una fuerza de autodefensa gaitanista frente al Estado. Su organización crece hasta que en el año 64 se conforman como guerrilla. En aquel entonces ya había sucedido la Revolución Cubana y se había dado toda una ola insurreccional que también tuvo su impacto en Colombia, tanto en las FARC como en el Ejército de Liberación Nacional (ELN), que proviene de una lucha defensiva de la zona petrolera de Barrancabermeja, liderada por un sindicalista que se llamaba Rafael Rangel. Lo mismo sucede en las zonas aledañas a Bogotá, en la zona del [páramo] de Sumapaz, que tiene una historia legendaria de lucha por la tierra. De allí surgen líderes comunistas como Juan de la Cruz Varela, que también era entonces un líder gaitanista que tomó las armas.

Hay mucha correspondencia anterior a estas guerrillas. Líderes insurgentes le escribían a Gaitán, como los hermanos Loaiza, el mismo Tirofijo o Juan de la Cruz. Ellos le iban reportando los avances del gaitanismo en sus zonas, hasta que esta comunicación se interrumpe, dado que después del magnicidio ya no hay con quién establecer puentes de diálogo en pos de la restauración moral y democrática de la república. Estas personas que se refugiaron en el monte frente a la violencia estatal fueron tratadas por los medios de comunicación como bandoleros.

D.A: ¿Cómo llegó a posesionarse como directora del Centro Nacional de Memoria Histórica? ¿Cuáles son los retos que enfrenta el Pacto Histórico para conseguir lo que se ha dado en llamar la «paz total»? ¿Y cuál cree que debe ser el rol de la institución que dirige?

M.G: La memoria histórica en Colombia viene siendo reconstruida desde mucho antes de la ley 1.448 del 2011. El pueblo colombiano conserva el arte de la oralidad, y por generaciones ha transmitido la esperanza de esa transformación, no permitieron que la memoria se convirtiera en olvido. Estamos en la cuarta, y vamos hacia la quinta generación nacida desde aquel entonces. Somos generaciones que hemos escuchado el significado de Gaitán y el gaitanismo.

Cuando se discutía la ley, se determinó la fecha de 1985 como el año desde el que se podía reparar materialmente a las víctimas, por la sencilla razón, aducida por el Congreso, de que no había dinero para reparar a las víctimas de décadas anteriores. Por eso, cuando se habla de más de 9 millones de víctimas, tenemos que considerar este recorte arbitrario. ¿Pero qué sucedió antes?

El olvido es otro actor del conflicto armado colombiano. El 9 de abril tiene que ser entendido entonces como un momento decisivo de esta historia. Por eso luché personalmente para que el día para conmemorar a las víctimas no fuera el 10 de diciembre [día internacional de los derechos humanos, estipulado por las Naciones Unidas desde 1948]. Toda pugna por la memoria histórica es también un acto político, y enfrenta aquí la resistencia de muchos tiburones que se oponen a una memoria histórica democrática.

Hay un gran monopolio sobre esta memoria, y se establecen algunas fechas para que otras sean olvidadas. Pero el 9 de abril es el día que –como se dice coloquialmente– “se jodió Colombia”. Ese día partió en dos la historia nacional. Ese día nos puede ayudar a reflexionar sobre sobre por qué los colombianos no estamos matando, y por qué el «país político» nos sigue dividiendo. Recién ahora, en este gobierno del Pacto Histórico, estamos entrando en una verdadera fase de cambio.

El presidente Gustavo Petro considera que en Colombia debemos “revitalizar la memoria”. Para hacerlo, tal y como lo hemos conversado con él, no podemos limitarnos a seguir imponiendo fechas en el calendario. En esta tarea de memoria, el territorio nacional no ha sido escuchado, porque nuestra visión política, o al menos nuestro quehacer político, sigue siendo muy centralista. Por eso la institución que dirijo tiene que volcarse a las veredas, campos, pueblos, ríos, montañas, desiertos, selvas y bosques; debe escuchar el territorio, incluso a la naturaleza como víctima del conflicto.

Tenemos además que comenzar a nombrar sin miedo a los responsables del origen de este conflicto, que han sido invisibilizados hasta ahora. No sólo se trata de la verdad y de saber “quién dió la orden”, sino de avanzar hacia una transformación cultural que nos permita mirarnos a los ojos y reconocernos como colombianas y colombianos.

ALAI

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