¿Bukele sí? ¿Bukele no? ¿Bukele más o menos? – Por Rafael Bayce

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

¿Bukele sí? ¿Bukele no? ¿Bukele más o menos? 

Por Rafael Bayce*

Como sucede con casi todos los temas en este mundo actual tan agrietado y agrupado en trincheras erizadas, la política de seguridad del presidente salvadoreño Bukele ha concitado entusiasmos y diatribas, pero no equilibrados análisis. Veamos si podemos aportar algo más que esos entusiasmos o enojos.

Una situación básica de partida: Bukele sí

Hace ya más de 20 años, y con inicio más fuerte en El Salvador, un triángulo de países centroamericanos (El Salvador, Guatemala, Honduras), luego seguidos por Nicaragua, fueron golpeados crecientemente por pandillas juveniles multicriminales de creciente impacto en las poblaciones, a través de tráfico de drogas, secuestros, homicidios, extorsiones, amenazas de delitos personales y patrimoniales; y un generalizado clima de violencia entre pandillas, con los organismos de seguridad, y con las atacadas y jaqueadas poblaciones, víctimas de un miserable y tenso cotidiano, inmerso en esas realidades.

El Salvador se convirtió así en el país con el mayor porcentaje de homicidios del mundo, a lo que deberían sumarse los otros crímenes mencionados, secundarios solo frente a las muertes en esas estadísticas comparadas. Bukele, desde 2022, en una ofensiva policíaco-militar sin cuartel y sin tregua o cuidados con los derechos humanos de los mareros y de sus familias, abdica de sus políticas de inserción social para los mareros y de sus pactos con ellos (apoyo político para su partido Nuevas Ideas a cambio de protección antideportación a EEUU, como ocurrió también con Escobar en Colombia oportunamente). Ahora, un Centro de Confinamiento del Terrorismo para 40.000 prisioneros en condiciones mínimas, con tortura y castigos permanentes, se afirma como “obra de sentido común”, con mareros que “no volverán a ver la luz del sol”. No hay presunción de inocencia ni debido proceso ni derechos humanos respetados; ya Bukele, que ocupó militarmente el Legislativo, expulsó a quienes investigaban sus pactos con las maras y se propone una reelección que es ilegal, y reúne de facto la promesa de discrecionalidad que implica la unanimidad de los tres poderes del Estado.

Ahora bien, el cotidiano salvadoreño era tan tenso y atemorizante que la gente lo ha apoyado con niveles de 90-95% y no le importan sus autoritarismos, autocratismos y pisoteo de derechos humanos ni del Estado de derecho. Se sabe que, en detenciones masivas, han sido tomados inocentes, y que muchas veces no se informa ni a sus familias sobre sus paraderos. Sin embargo, aun los salvadoreños directamente afectados han dicho explícitamente que pagan gustosos esos precios si se controlan así los grupos criminales.

Ojo con el pueblo, para los líricos que apelan a ellos como último recurso; acuérdense también de lo que les pasó a los chilenos cuando lucharon por la universalidad de la consulta democrática directa: se perdió el plebiscito. Los chanchos votan a Cattivelli, aunque Mujica, contra la historia, haya afirmado que no. La ideología capitalista, la alienación ideológica demagógica y populista acostada al autoritarismo autocrático, crecientemente probable en sociedades de abundancia, espectáculo y consumo, la conciencia falsa y la alienación no perdonan.

Y ya vamos camino a hechos y argumentos para ‘Bukele no’.

Una historia más compleja: Bukele no

Sin embargo, y más allá de esta somera y aterrorizante realidad, hay que recordar que el fenómeno de las ‘maras’ (pandilla criminales juveniles centroamericanas) explota en los 3 países nombrados a fines del siglo XX, exactamente cuando las autoridades norteamericanas deportan de vuelta a sus países de origen a los mareros prisioneros por desmanes cometidos desde 1992 en Los Ángeles, California, donde eran parte de pandillas norteamericanas, de las cuales aprendieron su ‘oficio’, que usarían plenamente cuando su regreso forzado a sus países natales. En 1996, primero los homicidas, y luego otros criminales convictos, son deportados aunque sin informar de modo completo sobre antecedentes de los reingresados.

Tenemos que ir un poquito más atrás aun al recordar que esos mareros aprendices de los norteamericanos son jóvenes mayores o niños crecidos, inmigrantes centroamericanos expulsados por los conflictos bélicos de los años 80 en sus países natales. Hay entonces una expulsión bélica de Centroamérica a EEUU en los 80, una criminalización pandillesca en esos 80 con epicentro a principios de los 90, y un reingreso como deportados desde fines de los 90, ya apaciguados los conflictos bélicos centroamericanos que los habían expulsado antes; y en ese entonces juegan su más terrible papel.

Pues bien, Bukele, desde su cargo como alcalde de la capital salvadoreña San Salvador pactaba con los mareros de la Mara Salvatrucha 13, que volvían de delinquir en EEUU y se preparaban a hacerlo en su país, a cambio de negativas a su extradición a los EEUU por crímenes allá: ustedes me apoyan acá con trabajo sucio político en Salvador, yo los defiendo de la extradición por lo que hicieron allá.

Así que el superman justiciero Bukele contra las pandillas, que las arrestó y encarceló modélicamente, y las difamó retóricamente en 2022, fue su aliado contra EEUU desde 2015 hasta su presidencia en 2019; sus pactos con las maras fueron investigados oficialmente, pero todos los investigadores y magistrados a cargo de ello fueron destituidos por Bukele a medida que este fue usando procedimientos autocráticos y autoritarios para defenderse de sus irregularidades y para defender sus irregulares pactos con los maras.

Calíbrese la sensibilidad humana de quien les anuncia a los maras -populismo demagógico facho ejemplar- que comerán solo tortillas y frijoles 20, 30, 40 años, y jamás pollo, hasta que todos los niños escolares, luego las madres embarazadas, luego la tercera edad, luego bomberos, soldados, maestros, consuman proteínas; hasta los animalitos lo harán antes que los mareros. La “verdadera paz” justifica cualquier violación de derechos humanos que asegure que “los derechos de la gente honrada valen más que los de los pandilleros”, lo que no pensaba por cierto cuando se aliaba a ellos para mutuo beneficio.

Pero desde 2019, y progresivamente hasta 2022, Bukele rompió pactos con las maras, los empezó a perseguir con todo por sus delitos en El Salvador, aunque siguió evitando las deportaciones solicitadas desde EEUU por sus delitos allá; es solo una pelea con coartadas legales que apunta a quien se incauta los bienes embargados a los mareros: si los juzgan en El Salvador, sus bienes quedarán para el gobierno local, pero si los deportan, el beneficiario será EEUU; tan simple como eso, detrás de la hojarasca leguleya argumental.

Bukele más o menos

Gruesamente, hemos enunciado algunos hechos y argumentos que pueden sustentar opiniones de ‘Bukelele sí’ y de ‘Bukele no’. Sin embargo, podrían apuntarse algunos argumentos hacia un ‘Bukele más o menos’ también.

Una casualidad histórica: la radicación en Nicaragua y Centroamérica de Juancho Artola como funcionario internacional me trajo una inmensa bibliografía sobre las maras, ya desde hace 20 años, que no podemos reproducir, pero que sí usamos. Podríamos hacer una columna sobre la causalidad de las maras, pero no creo que por aquí interese tanto como para eso, más allá de lo que se diga hoy.

Creemos que, más allá de la sentida necesidad popular de modificar ese modus vivendi criminalizado en El Salvador, una cuestión crucial sería la de pensar hasta qué punto las acciones tomadas por Bukele aseguran una probabilidad mayor o menor de que las pandillas y su accionar se reproduzcan más allá de su abrupta detención y muerte actuales. Y aquí es que encontramos, desde el punto de vista puro de la eficacia actual y futura, matices para una evaluación del accionar de Bukele.

Uno. Es tener una visión infantil y estática de la criminalidad pensar que matando o prendiendo a los criminales actuales eliminaremos la criminalidad futura. En una época eso lo decían policías uruguayos aquejados de ese infantilismo miope; decían algo así como ‘metemos adentro a los 600 que conocemos bien y se acaba todo’. Absurdo.

Implica que no hay causas, móviles, tradiciones, oportunidades que puedan regenerar tentaciones y caídas en la criminalidad; se supone que no hay más ambición, consumismo, carencia de medios para tener cantidad, calidad y novedad de objetos materiales y simbólicos que puedan reproducir criminalidad y criminales; de cuello duro y de cuello blando. En ese sentido, podrían perfectamente volver a existir maras en El Salvador, si todas las condiciones, causas y móviles para su reaparición permanecieran al menos en parte.

Y toda la literatura sobre maras muestra que las condiciones, causas y móviles que produjeron las maras hoy supuestamente eliminadas o apresadas no faltarán para que pueda haber pandillas juveniles semejantes a futuro. Quiere decir que lo de Bukele, aceptado aun con todos sus inconvenientes como solución de emergencia, no asegura un futuro salvadoreño sin maras. ¿No habrá sido, entonces, una excesiva brutalidad y desaprensión solo para terminar hoy con el azote si podría perfectamente recomenzar?

Dos. Pandillas juveniles son prácticamente comunes a todas las sociedades occidentales urbanas desde mediados del siglo XX hasta ahora; y hay múltiples razones para su existencia, más o menos criminal en su modus vivendi y modus operandi. Pandillas juveniles seguirá habiendo muy probablemente en El Salvador. Pero lo que es dudoso es que las condiciones que produjeron ‘esas’ pandillas juveniles en El Salvador en el siglo XXI se reproduzcan; por lo que las acciones de Bukele podrían ser más preventivas a futuro de lo que podría pensarse.

Porque no será fácil que conflictos armados como los centroamericanos de los 80 se repitan y provoquen emigraciones masivas a Estados Unidos -escuela multidimensional de criminalidad- y que en el intento de adquirir identidad y respeto en una sociedad de guetos, esos emigrantes se unen a pandillas y generan suyas propias. Tampoco será fácil que, encarcelados, esos emigrantes sean devueltos a sus países de origen con una mano adelante y otra atrás, con gran dificultad para insertarse de nuevo de modo satisfactorio para personas que vienen de un contexto de afluencia mayor que el de sus orígenes.

En ese sentido, el periplo que explica buena parte de la historia de las maras -conflictos bélicos locales, emigración a EEUU sociedad de guetos afluyentes, detención criminal, deportación a países de origen, posibilidad de pactar impunidades allí- no es probable que se repita y genere esa vitalidad marera tan dura que hizo de ellas pandillas mucho más terribles que las pandillas comunes en el occidente urbano, y más semejantes a las terribles norteamericanas.

Si bien no hay que sufrir el infantilismo miope de creer que no habrá más criminalidad ni maras luego de las medidas de Bukele, tampoco debe pensarse que las maras salvadoreñas del siglo XXI se reproducirán con las mismas desmesuradas características que adquirieron a través de una historia sui generis de improbable repetición. Y en ese sentido puede esbozarse alguna aprobación para medidas que cortaron con una realidad intolerable, y que no van a presenciar un nuevo surgimiento similar porque, si bien las condiciones, causas, móviles y oportunidades de criminalidad y pandillerismo juvenil se mantendrán, las que produjeron la desmesurada realidad de las maras de principios del siglo XXI (fenómenos del siglo XX) no lo harán.

Entonces, confiar en la eliminación de la criminalidad a futuro por la mera represión de los criminales actuales sería un infantilismo miope que combate inundaciones baldeando más las consecuencias, pero sin cerrar la canilla causal. Pero en el caso concreto de las maras del siglo XXI, si bien es probable que se reproduzcan causas de criminalidad y de pandillas, es muy poco probable que se reproduzcan las infrecuentes condiciones que narramos en nuestra brevísima historia de las maras salvadoreñas de principios del siglo XXI.

De modo que el esfuerzo de su represión no solo como ataque a un presente infame, sino como tentativa de su disminución a futuro puede ser más defendible que en el caso común de los miopes infantiles que creen que liquidando a los criminales actuales se elimina la criminalidad futura.

En fin, lector, puede decirse cosas de ‘Bukele sí’, de ‘Bukele no’ y hasta de ‘Bukele más o menos’; que cada uno haga el balance y adopte un juicio u otro sobre lo que ha hecho y dicho Bukele.

*Doctor en Sociología (Stanford, Estados Unidos) y en Ciencia Política (Río, Brasil). Catedrático universitario en la Universidad de la República y en la Universidad Católica Uruguay). Consultor Internacional. Entrenador de fútbol y periodista radial y gráfico.

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