El 11 de septiembre y Colombia

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Cómo los ataques del 11 de septiembre influyeron en el conflicto de Colombia, el principal aliado de EE.UU. en América Latina

Por Daniel Pardo *

En septiembre de 2001 Colombia estaba al borde de una nueva espiral de violencia política.

El fracaso de las conversaciones de paz entre el gobierno de Andrés Pastrana y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) tensó la situación de orden público e inauguró uno de los periodos más violentos de la guerra.

El país estaba además en campaña presidencial. Y con un éxito inusitado surgía un político que prometía «mano dura» contra las guerrillas: Álvaro Uribe Vélez.

Meses después, en mayo de 2002, el exgobernador de Antioquia ganó la presidencia en primera vuelta con una ventaja de 20 puntos. Antes incluso de haber tomado posesión, Uribe visitó al entonces presidente de Estados Unidos, George W. Bush, y, una vez en el poder afianzó como nunca la ya cercana relación política y militar entre ambos países.

Uribe no solo respaldó el discurso antiterrorista de Bush tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 contra Estados Unidos, sino que lo trasladó al conflicto interno colombiano.

En su primer discurso en Naciones Unidas, en 2002, el mandatario comparó el 11-S con una terrible masacre de las FARC en Bojayá, Chocó. Y un año después, en el mismo escenario, pronunció 26 veces la palabra «terrorismo».

«Nuestro problema es una amenaza internacional. Si Colombia no destruye la droga, la droga destruirá la cuenca amazónica. Si Colombia no frena el terrorismo, este pondrá en dificultades a las democracias de la región», dijo ante la ONU.

Estados Unidos respondió con el mismo tono: «Los ataques terroristas del 11 de septiembre enfocaron nuestra atención en los nexos de la violencia internacional, que incluyen el terrorismo, el tráfico de drogas, el lavado de dinero y el crimen organizado», dijo la embajadora estadounidense en Colombia, Ann Patterson.

«El Plan Colombia sigue siendo la estrategia antiterrorista más efectiva que podíamos haber diseñado. El Plan Colombia privará a la guerrilla y a las autodefensas de los grandes recursos del narcotráfico», añadió.

Desde entonces, a «la guerra contra las drogas» se añadió la «guerra global contra el terror» como prioridad de la histórica y estrecha relación bilateral entre Colombia y Estados Unidos.

Del Plan Colombia a la Seguridad Democrática

Cuando Uribe llegó al poder, en agosto de 2002, la alianza en materia de seguridad entre ambos países ya estaba sellada: Pastrana, muy cercano al presidente Bill Clinton, había firmado un millonario programa de asistencia militar conocido como el Plan Colombia y había conseguido que las FARC fueran incluidas en listas internacionales de organizaciones terroristas.

«Es como si los astros se hubieran alineado en favor de Uribe», dice María Victoria Llorente, politóloga experta en conflicto. «Porque la voluntad de los colombianos de más mano dura con la guerrilla se conectó con la voluntad de un aliado que, producto del 11-S, cambió toda su visión estratégica frente al combate de organizaciones terroristas».

La politóloga Sandra Borda, que escribió un libro sobre la internacionalización del conflicto, añade de forma crítica: «El 11 de septiembre le dio a Uribe argumentos que antes no tenía, nutrió su discurso guerrerista y creó un espacio para más brutalidad y más violación de derechos humanos con la justificación de la amenaza terrorista».

Uribe siempre dijo que tenía la voluntad de dialogar con las guerrillas, pero solo si «cesaban las hostilidades». «Para dialogar con quienes cometen hechos de terror es esencial que esos hechos se suspendan», dijo en 2002.

Y en 2008, tras una incursión militar a territorio ecuatoriano, justificó: «Las resoluciones que se produjeron después del 11 de septiembre de 2001 obligan a todos los países signatarios en la lucha contra el terrorismo».

Relación más especial que nunca

Ninguno de los expertos consultados para este reportaje encuentra en el 11 de septiembre la causa única o determinante a la manera como se desarrolló el conflicto colombiano desde entonces.

Sin embargo, añaden, el contexto internacional producto de los atentados sí moldeó lo que sería la presidencia de Uribe, concentrada en quitar control territorial a las FARC y abatir a sus cabecillas y marcada por una enorme popularidad que le permitió cambiar la Constitución y ser reelecto —de nuevo, sin necesidad de una segunda vuelta— en 2006.

Uribe no llevaba un mes en el poder cuando, en septiembre de 2002, cumplió la petición de Washington de reanudar la fumigación área de cultivos de coca con glifosato.

Luego, tras su primera visita oficial a Washington, se duplicaron los oficiales y contratistas estadounidenses en el país (llegaron a ser 1.500, según el Departamento de Estado) desplegados para entrenar y apoyar a las tropas colombianas.

Y la financiación del Plan Colombia, luego denominado Plan Patriota, siguió en aumento: entre 2001 y 2016, se enviaron un promedio de US$404 millones al año (antes de 2001 fueron US$262 millones anuales en promedio), revelan cifras oficiales.

Esto cambió al ejército colombiano en términos armamentísticos. La ayuda técnica y militar de Israel, otro aliado de Occidente en la guerra contra el terror, se fortaleció. La capacidad del ejército de desplazarse por la accidentada geografía colombiana, incluso de noche, mejoró.

Y el escepticismo que antes mostraron algunos senadores estadounidenses del partido Demócrata, preocupados por la posible violación de derechos humanos, se esfumó tras el 11 de septiembre, que produjo una inédita era de consenso bipartidista en Washington.

La lucha contra las FARC, pues, se convirtió en una prioridad para EE.UU., más aún después del secuestro de tres contratistas militares estadounidenses en 2003, y del atentado, seis días después, a un exclusivo club en Bogotá conocido como El Nogal. Con eso, las FARC terminaron de graduarse como organización terrorista ante los ojos de Occidente.

Y aunque la invasión de Estados Unidos a Afganistán en 2001 fue apoyada por casi todos los países suramericanos, Colombia fue el único que aprobó la guerra de Irak en 2003.

«Colombia ha pedido al mundo apoyo para derrotar el terrorismo y no puede negarse a apoyar la derrota del terrorismo donde quiera que este se exprese. Para pedir solidaridad debemos ser solidarios», dijo Uribe justificando el apoyo a la guerra.

Y Bush, unos años después, respondía con un tono similar: «Al negarse a permitir que un enemigo interno destroce la tierra que él tanto ama y al demostrar que el terrorismo puede ser combatido y derrotado, el presidente Uribe ha reanimado las esperanzas de sus compatriotas y se ha erguido como ejemplo para el mundo atento», dijo en 2009 al otorgarle a Uribe, al tiempo que al primer ministro británico Tony Blair, la Medalla Presidencial de la Libertad.

Uribe ha dicho que el apoyo de Estados Unidos fue clave para que tuviera éxito su política de Seguridad Democrática, que buscaba acorralar a las FARC y devolver la presencia del Estado a zonas guerrilleras.

«El apoyo norteamericano (a Colombia) dejó atrás el discurso y se convirtió en apoyo efectivo», dijo en 2004 durante una visita de Bush al país.

Escándalos en derechos humanos

Uribe dejó el poder en 2010, pero su política de Seguridad Democrática comenzó a ser cuestionada desde 2008, justo al tiempo que empezaron a revelarse las violaciones de derechos humanos por parte del ejército estadounidense en su lucha contra el terrorismo internacional.

«Uribe logró poner entre paréntesis el tema de los derechos humanos con la aquiescencia de la opinión pública y de un sistema internacional que estaba en la misma tónica de luchar contra el terrorismo sin importar de qué manera», dice Borda.

«La lucha contra el terror —añade— le facilitó a Uribe el discurso de que ‘aquí no hay una guerra civil, sino una amenaza terrorista’, y que por eso los enemigos están despojados de ideología, primero, y de un debido proceso, después».

Alejo Vargas, politólogo especialista en fuerzas armadas, coincide: «El ataque a las Torres Gemelas creó el ambiente político, local e internacional que permitió justificar el ‘todo vale’ ante la opinión pública y la comunidad internacional, porque se estaba luchando contra unos terroristas con actitud desalmada y antidemocrática».

La Operación Fénix, que dio de baja al segundo comandante de las FARC violando la soberanía de Ecuador, o la Operación Jaque, que liberó a 15 secuestrados usando «de manera abusiva» la simbología de la Cruz Roja, son dos ejemplos en los que el gobierno de Uribe logró grandes objetivos militares sobrepasando códigos de conducta recomendados por el derecho internacional.

El expresidente admitió estos «errores», pero los justificó como daños colaterales de la lucha global contra el terror. También ha dicho que, si bien ocurrieron violaciones de derechos humanos durante su gobierno, éstas no fueron bajo sus órdenes.

Uribe ha sido el político más influyente de la historia reciente de Colombia. Y su apoyo a la guerra global contra el terror fue, al menos, un empujón para su proyecto.

* Corresponsal de BBC Mundo en Colombia

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