La brecha en salud | Acceso de la mujer a servicios médicos – Por Frida Romero Suárez

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Por Frida Romero Suárez *

En la actualidad, a millones de mujeres en el mundo aún se les niega su derecho a la protección de la salud y a decidir sobre sus cuerpos y vidas.

Además, el modo en que su condición de género incide en su acceso a servicios de salud es un tema al que se ha prestado muy poca atención, a pesar de que afecta a la mitad de la población.

Es bien sabido que no todas las personas podemos acceder con la misma facilidad a servicios de salud: el nivel socioeconómico y el grupo étnico son determinantes.

También es relevante si se cuenta con algún seguro privado, seguridad social o algún esquema de aseguramiento a la salud. Sin embargo, no suele repararse en que la facilidad con que las mujeres pueden obtener atención médica varía considerablemente por el solo hecho de ser mujeres.

La relación de la mujer con el sistema de salud depende, entre otras cosas, de su posición dentro de la fuerza laboral.

Debido a que la seguridad social está estrechamente vinculada a la condición laboral de las personas, el acceso de las mujeres a los servicios de salud se ve seriamente afectado, pues la participación femenina en las actividades económicas está lejos de ser equitativa.

Las mujeres que participan en el mercado laboral perciben 15 % menos ingresos que los hombres por un trabajo del mismo valor. Además, el tipo y la calidad de empleos a los cuales tienen acceso tampoco es igual.

Su desempeño laboral se concentra en mayor medida en empleos considerados vulnerables y precarios, como los trabajos domésticos no remunerados, en el sector informal, el autoempleo o en trabajos de medio tiempo que les permiten encargarse de responsabilidades familiares.

En el mundo, más de la mitad de las mujeres que trabajan tiene un empleo vulnerable (50.4 %), lo cual supone mayor riesgo de pobreza y menor acceso a seguros de salud.

Aunado a la situación laboral de las mujeres, las responsabilidades familiares y la economía del cuidado recaen desproporcionadamente sobre ellas, lo que limita claramente su acceso al mercado laboral e incluso interrumpe su historia laboral, por ejemplo, por causa de maternidad o trabajo de cuidados.

No es de sorprender entonces que las mujeres tengan menos acceso a la seguridad social y, como consecuencia, a servicios de salud gratuitos. Además estas condiciones contribuyen a que tengan mayor inestabilidad económica y a que sean la mayor proporción de la población que se encuentra debajo de las líneas de pobreza. Esto no sólo afecta su capacidad de cubrir los costos de la salud, sino también a sus comportamientos en la búsqueda de atención médica.

En las últimas décadas, el incremento del número de hogares monoparentales — normalmente a cargo de mujeres— ha aumentado sus responsabilidades sobre su propia salud y la de sus familias.

En efecto, la mayor parte de la atención médica es realizada en el hogar, por mujeres; es decir, las prácticas de cuidado familiar son un soporte importante para los sistemas de salud, situación casi nunca reconocida ni mucho menos remunerada.

Incluso, ya que acceden a los servicios de salud, hay serias barreras para que las mujeres tengan una atención adecuada.

Según diversos estudios, es más probable que las mujeres esperen más tiempo para ser atendidas en las salas de emergencia y que se desestime su dolor, atribuyéndolo a estrés emocional. También tienen menos probabilidades que los hombres de recibir el tipo de analgésicos más efectivos y, con mayor frecuencia, son canalizadas y tratadas como pacientes psiquiátricas.

Estas desigualdades también permean en las ciencias biomédicas, pues en los ensayos clínicos se estudian menos los cuerpos femeninos y las condiciones que los afectan, lo que di culta encontrar tratamientos más efectivos según el género.

Así, se puede ver que en la atención médica se reproducen las estructuras de desigualdad social en las que las mujeres están inmersas.

Como se puede notar, diversas variables interactúan con las estructuras de salud, lo que resulta en una compleja configuración de barreras de acceso a los servicios médicos.

Muchos planes y estrategias que pretenden mejorar el sistema de salud están basados en variables y términos sin perspectiva de género, lo que produce una serie de políticas de salud que son insensibles a las necesidades de las mujeres. Y así, con frecuencia, terminan por reproducir las desigualdades que en principio intentaban combatir.

En efecto, los programas diseñados para atender la salud de las mujeres, como argumenta Cristina Puentes-Markides, tienden a responder con mayor frecuencia a las necesidades de madres o mujeres en edad fértil, pero descuidan las necesidades del resto, como las jóvenes y adolescentes, adultas mayores, mujeres con discapacidad o que sufren violencia. Por todo esto, es urgente el reconocimiento y la inclusión, de manera efectiva, de la voz de las mujeres para la formulación de políticas de salud.

En este sentido, es necesario atender simultáneamente diferentes frentes, que van desde la educación médica y la atención y la calidad en los servicios, hasta el establecimiento de sistemas de cuidado y regulaciones laborales para garantizar un acceso a la salud justo, igualitario y de calidad para todas las mujeres.

* Investigadora de la Conferencia Interamericana de seguridad social


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