Ecuador: al menos nueve presos muertos durante protesta en cárcel de Guayaquil

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Nueve reos muertos y seis policías heridos durante incidente en cárcel de Guayaquil

Patricio Carrillo, comandante general de la Policía Nacional, informó que nueve privados de libertad de la Penitenciaría del Litoral murieron en un enfrentamiento entre bandas registrado cerca de las 13:00 de este lunes 3 en dicho centro carcelario en las afueras de Guayaquil.

Carrillo indicó que dos de los reos asesinados fueron incinerados. Detalló que otros 20 internos resultaron heridos, tres en estado grave; y seis policías lesionados en estado crítico.

«La guerra de bandas requiere revisar la gestión penitenciaria y los procesos internos», publicó Carrillo en su cuenta de Twitter, pasadas las 18:00 de este lunes 31.

El ajuste de cuentas entre estos grupos o la disputa de territorio para la venta de drogas deriva, según la Policía Nacional, en incidentes violentos incluso dentro de centros carcelarios. Además de Los Lagartos, autoridades han identificado a Los Choneros, Los Rusos y Los Cubanos como otras organizaciones que siembran el terror en la ciudad.

La liberación hace dos meses de Jorge Luis Zambrano, alias Rasquiña, líder de Los Choneros, habría desencadenado muertes al estilo sicariato.

El Universal


Los efectos del coronavirus en las cárceles de Latinoamérica

Por Marcelo Bergman

El COVID-19 ha tenido efectos significativos en las cárceles de todo el mundo. Por un lado, las instalaciones penitenciarias no están preparadas para un distanciamiento social efectivo, los contactos cercanos entre internos y con el personal penitenciario son extremadamente frecuentes. Por otro lado, muchos centros de detención carecen de las condiciones sanitarias para enfrentar la pandemia y hay escasez de salas de atención médica.

La crisis carcelaria es proporcionalmente más grave en América Latina. Los niveles de hacinamiento son muy superiores a la media mundial. Casi el total de los países tiene más presos que cupos, en algunos casos la sobreocupación es mayor a 200%. Este hacinamiento es producto de un crecimiento vertiginoso de la población carcelaria que en la mayoría de los países se ha duplicado en los últimos 15 años, y en algunos casos ha triplicado el número de personas privadas de su libertad (PPL) en menos de 20 años.

Así, el COVID-19 llegó a las cárceles de Latinoamérica desnudando sus grandes fragilidades y acelerando los conflictos y retos que ya presentaban. Al hacinamiento, la escasez de recursos y bienes se suma el desafío sanitario de atender población vulnerable, la necesidad de establecer nuevos protocolos que restrinjan la esencial comunicación de los presos con sus familias, y el temor a un contagio masivo que presione sobre los ya precarios sistemas hospitalarios de los países de la región. En resumen, un desafío humanitario y sanitario de grandes proporciones para los sistemas penitenciaros de los países en desarrollo.

Un conjunto de especialistas nucleados en la Sociedad de Criminología Latinoamericana ha emprendido un estudio para medir y evaluar los problemas y retos que plantea la pandemia a las cárceles de Latinoamérica. Aunque no hay respuestas definitivas, es posible que el COVID obligue a repensar las cárceles de la región. Será muy difícil sostener el actual proceso de encarcelamiento masivo sin una adecuada inversión que nuestros países “quebrados” no tienen manera de financiar. Y como voy a sostener al final de este artículo, la cárcel no es un depósito humano que nos permite “olvidarnos” de los delincuentes allí recluidos. El delito no se detiene porque la gran mayoría de los infractores arrestados son rápidamente reemplazados por otros nuevos, y finalmente todos ellos algún día salen de la prisión. La cárcel no resuelve el problema delictivo que padece la región.

Los desafíos

El COVID llega durante el pico de la explosión carcelaria. Los gobiernos de la región, al adoptar políticas de mano dura y al “agilizar” los procesos judiciales para condenar más rápido, han provocado que países como Colombia hayan tenido un crecimiento superior al 50% de su población carcelaria en los últimos 12 años. Lo más grave es que este proceso no parece detenerse. De no mediar cambios en el régimen de sanciones, habrá una tendencia creciente hacia un mayor encarcelamiento. Los ciudadanos deberán afrontar con sus impuestos o a través de deudas nacionales el oneroso costo del encarcelamiento.

En este contexto la pandemia plantea nuevos problemas. A los ya severos retos de reducir la reincidencia y de garantizar el cuidado y los derechos básicos de los internos, la pandemia plantea nuevos desafíos de muy difícil resolución. Los sistemas penitenciarios de toda Latinoamérica deben enfrentar al menos 7 retos mayúsculos:

  1. Hacinamiento y distancia social. Es virtualmente imposible en nuestras cárceles asegurar el aislamiento de personas contagiadas. Esto hace que una vez que el virus entra a la cárcel es prácticamente imposible detener su rápida propagación. En muchas de las cárceles se cree que más de la mitad de los PPL se han contagiado, y el número de muertes parece estar sub-registrado.
  2. Personal penitenciario. El virus puede llegar a las cárceles a través del gran número de guardias y personal penitenciario que tiene contacto permanente con los internos. Y también, el virus puede salir a la comunidad desde las cárceles transmitido por el personal penitenciario que llega a sus hogares y circula por las calles y espacios de su barrio/colonia. En resumen, es una falacia pensar que el virus quedará encerrado con los presos.
  3. Las familias y las visitas. Se sabe que la mayoría de los privados de su libertad de la región son en parte apoyados y mantenidos por su familiares que los/las visitan. Estos les traen comida, medicina, abrigo, dinero y en algunos casos introducen ilegalmente drogas. La mayoría de los internos en Latinoamérica dependen de sus familiares para sobrellevar su encarcelamiento. Dado que el COVID-19 ha provocado la suspensión de las visitas, ¿como afectará esta falta de contacto entre PPL y familiares? Nuestro estudio indica que el 95% de los sistemas carcelarios han suspendido el régimen de visitas provocando en algunos casos quejas y conflictos por parte de los PPL. Es difícil imaginar que los internos puedan permanecer calmos si las visitas o la entrega de suministros no se reanuda pronto.
  4. Los conflictos y motines. En más de la mitad de los sistemas penitenciarios de Latinoamérica ha habido motines desde el inicio de la pandemia, muchos de ellos con decenas de muertos y heridos. Además de las causas obvias como son el hacinamiento y las precarias condiciones de habitabilidad, los conflictos se dispararon debido al temor a los contagios, la precariedad de los programas de aislamiento, los pedidos por mayores programas de excarcelaciones, y la suspensión de los programas de visitas y suministro de bienes. Existe hoy una “tensa calma” en todas las cárceles, pero se sabe que en cualquier momento, si no se atiende este desafío, pudiera haber un descontrol significativo.
  5. Los centros de detención temporales. Para proteger a los internos recluidos en prisión, muchos sistemas carcelarios han restringido el ingreso de nuevos presos. Estos son alojados temporalmente en centro de detención transitorios, o en estaciones policiales, con el objeto de atravesar allí una suerte de cuarentena antes de ser derivado a las prisiones. Pero sucede que estos centros son lugares aún más inhóspitos, y comienzan a estar “abarrotados”. Por lo tanto la diseminación del virus y los contagios podrían estar ocurriendo precisamente allí, lo que dificulta aún más el traslado hacia cárceles acordes para una detención prolongada. En resumen, los nuevos ingresos en muchos países se acumulan en centros de detención temporaria, convirtiéndolos en serias amenazas epidemiológicas.
  6. Las excarcelaciones. El Covid 19 ha provocado una “avalancha” de peticiones a la justicia y a otras instancias administrativas paro otorgar beneficios de pre-liberación a PPL. Las modalidades de solicitudes son variadas: Por edad avanzada (más de 60 años), para internos con problemas de salud, o bien para aquellos internos prontos a cumplir la pena, o bien la conmutación hacia prisión domiciliaria vigilada. Todas estas peticiones deben ser revisadas por instancias judiciales, y en su mayoría habrían sido denegadas. Sin embargo, con el objeto de descomprimir las cárceles, y en ocasiones dando respuestas a consideraciones humanitarias, muchos PPL fueron excarcelados en los últimos meses. Nuestros datos indican que aunque el número varía por país, en ningún caso superó el 5% de los internos, y en general fueron menos del 2%. Por lo tanto, el impacto en el hacinamiento ha sido marginal, dado que todos los países tienen sobrepoblación, en ocasiones de más de un 50% o 100% de la capacidad oficial. Es muy bajo el efecto de descomprimir un 5% de la población. Las razones de esta baja respuesta en general obedece a la reticencia ciudadana a liberar presos, cualquiera fuera la causa. Las autoridades perciben esta reclamo ciudadano y rechazan la mayoría de las solicitudes.
  7. La rehabilitación. Si bien las cárceles están pensadas como espacios de rehabilitación, esto rara vez se logra. Los centros penitenciarios tienen programas de educación, trabajo, e instancias de tratamientos para hacer frente a la violencia o las adicciones. En 3 de cada 4 sistemas penitenciarios de la región todos estos programas están suspendidos. Las consecuencias pueden ser severas en el mediano y largo plazo. En primer lugar, porque estos programas son fundamentales para promover “segundas oportunidades” para el día que los internos recuperen su libertad. En segundo lugar, la falta de actividades incrementa el ocio dentro de la cárcel, un cocktail muy peligroso para transgresores que están cumpliendo su pena. El peligro de disturbios, motines y de delitos orquestados desde las cárceles permanecen más latentes cuando el nivel de ocio aumenta.

El COVID plantea estos y otros desafíos de difícil resolución. Muchos de estos problemas ya existían en nuestras cárceles y la pandemia los está exacerbando. Otros, son relativamente nuevos y exigen respuesta. Lo que queda en claro es que conceptualmente la metáfora de la cárcel como espacio de aislamiento y separación de los transgresores del resto de la sociedad es una falacia. Es imposible separar las cárceles del tejido social, y la pandemia nos muestra que los contagios y los problemas que estos generan “van y vienen” desde y hacia las cárceles. Y que las consecuencias del encarcelamiento masivo, tarde o temprano, debe pensarse a la luz de los problemas sociales que también genera. Tal vez, la buena noticia es que la pandemia nos interpele a pensar qué tipo de confinamiento carcelario es socialmente necesario.

El Espectador


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