Guatemala: un asesinato espantoso en una sociedad enferma – Por Rafael Cuevas Molina

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Por Rafael Cuevas Molina *

Guatemala es un país desgarrado, una sociedad castigada sin clemencia, un cuerpo que ha sido vapuleado casi hasta el exterminio a través de toda su historia. Un lugar en el que se han experimentado los métodos más crueles para reprimir los reclamos justos de la población.

En Guatemala ha sucedido algo espantoso: don Domingo Choc Che, guía espiritual maya, ha sido asesinado por una turba enardecida. Le prendieron fuego ante una multitud que celebró con gritos su transformación en pira humana. Le vieron correr, ardiendo, unos con las manos en los bolsillos, como si de observar un espectáculo deportivo se tratara, otros alertando que el linchado no alcanzara un grifo que le permitiera apagarse.

¿Cómo ha llegado este país a ese nivel de salvajismo, un país heredero de una de las más ricas y refinadas culturas precolombinas; lleno de hermosas expresiones de cultura popular; con un legado literario que se remonta hasta antes de la llegada de las huestes europeas?

Guatemala es un país desgarrado, una sociedad castigada sin clemencia, un cuerpo que ha sido vapuleado casi hasta el exterminio a través de toda su historia. Un lugar en el que se han experimentado los métodos más crueles para reprimir los reclamos justos de la población. Y todo esto, sobre una estructura fracturada por una herencia colonial terriblemente racista en el que una minoría desprecia, e incluso niega su humanidad, al resto. Una minoría que no vacila en utilizar la violencia indiscriminadamente.

En Guatemala pudimos enrumbarnos en otra dirección, pero la posibilidad nos fue cercenada de cuajo. Entre 1944 y 1954 se experimentó una apertura democrática que no fue tolerada por la oligarquía local, obtusa y atrasada, y los Estados Unidos de América. Dieron un cruento golpe de Estado que instauró una larga historia de gobiernos militares represivos que tuvieron como norte fundamental reprimir la protesta.

El culmen de este autoritarismo militar fue el genocidio perpetrado a inicios de la década de 1980. Esa fue la expresión más acabada de más de 30 años de salvaje represión. Salvaje porque quien conozca en detalle los crímenes ahí cometidos podría no dar crédito a tantos horrores.

La población guatemalteca es muy religiosa. El cristianismo utilizado como arma de dominación ideológica por los conquistadores caló profundamente. En los años 70 y 80, la Teología de a Liberación dio un giro a la secular interpretación de tal religión, que hasta entonces orientaba a la sumisión, y se constituyó en poderosa herramienta contestación y permitió la organización popular.

La respuesta fue la promoción de un cristianismo de nuevo cuño, el de las iglesias protestantes pentecostales y neopentecostales, que fue erigido como contraofensiva ideológica. El principal gestor de esta estrategia contrainsurgente de largo aliento fue, nuevamente, los Estados Unidos de América. El primer documento que da cuenta de ello es el Informe Rockefeller, en fecha tan temprana como 1966.

Guatemala ha sido un país en el que se han experimentado estrategias de dominación que luego, con sus variantes, han sido aplicadas en el resto del continente. El golpe de Estado de 1954 lo fue. Lo fue también la guerra contrainsurgente que abarcó toda la segunda mitad del siglo XX. Y lo fue el experimento de inoculación social de iglesias del tipo antes descrito. Susanne Jonas habla de Guatemala como “plan piloto” para el continente.

El resultado: una sociedad fracturada, con sus lazos sociales destramados, fanatizada por núcleos de irracionalidad religiosa, que ve “brujería” y “cosas del diablo” en las expresiones de sabiduría ancestral como las que practicaba don Domingo Choc Che.

El cóctel es explosivo: pobreza extrema, racismo, fanatismo religioso, violencia institucionalizada, familias divididas por la masiva migración hacia el norte, cruenta explotación laboral. Don Domingo Choc es una víctima de un sistema inoperante, corrupto y cínico que se expresó a través de una comunidad que también es, a su vez, víctima.

Solo un cambio radical que barra con tanta podredumbre, y que no se avizora en el horizonte, puede poner fin al horror que prevalece.

* Historiador, escritor y artista plástico. Licenciado en filosofía y magíster en Historia por la Universidad de La Habana. Catedrático, investigador y profesor en el Instituto de Estudios Latinoamericanos (IDELA), adscrito a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional (UNA), Costa Rica. Presidente de AUNA-Costa Rica.


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