La lucha ideológica en el Frente Amplio y la imposición del liberal Martínez – Por Gabriel Delacoste

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.Por Gabriel Delacoste *

El impacto de la contienda electoral tardó en hacerse sentir en la interna del FA. El resultado ajustado y la alegría por el esfuerzo militante postergaron el inicio de la catarsis, las disputas y el duelo. Esta semana, el Frente Amplio acusó recibo del golpe. Esto, que se vivió como un terremoto, adelanta cambios en la geografía de la coalición que se prepara para ser oposición. El epicentro del temblor fue la interna del Partido Socialista.

Mientras no sucede el terremoto, no se sabe exactamente dónde ni cuándo va a abrirse el suelo. La falla entre las grandes placas ideológicas del Frente Amplio (FA) apareció dentro del Partido Socialista (PS) y puede partirlo al medio. Los temblores empezaron cuando se supo que Daniel Martínez ya no sería candidato y, a la vez, todavía no lo era.

La departamental montevideana socialista definió que el partido apoyaría como candidata a la Intendencia a Carolina Cosse. La cuestión produjo un gran revuelo en la interna del PS, mientras Martínez reaparecía en la puja apoyado por otros sectores. Los socialistas trataron el tema en su Comité Ejecutivo Nacional (Cen) y en su Comité Central (CC): ambos organismos respaldaron la decisión de la departamental y al secretario general, Gonzalo Civila.

Pero no es un problema que puedan resolver ellos solos, porque en el conflicto socialista juega, directa o indirectamente, el FA entero. El FA no va a salir de la derrota igual que como entró. Se está procesando una realineación de las alianzas, una recalibración de las relaciones de fuerza y quizás un replanteo de las estrategias y las ideas.

Este es un proceso doloroso, en el que la textura de la vida militante se crispa. Es lógico que después de la derrota haya un momento de catarsis y conflicto. Pero ¿por qué se dio en el PS? Porque sobre la vieja disputa entre renovadores y ortodoxos se montó la disputa por la Intendencia entre Martínez y Cosse, la disputa sobre si va a ser el centro o la izquierda el que lleve la voz cantante en la reorganización frenteamplista en la oposición y una disputa de fondo sobre qué debe hacer un partido de izquierda en este mundo, que no para de temblar.

Es sabido que desde hace muchos años hay una intensa discusión dentro del PS entre los ortodoxos, más afines a las tradiciones de la izquierda nacional y el marxismo‑leninismo, y los renovadores, cercanos al liberalismo democrático.

Muchas veces, las disputas ideológicas y políticas se saldaron con salidas de dirigentes y militantes que, en los últimos años no son pocos. Si bien estas bajas tienen diferentes historias, muestran la enorme diversidad ideológica del partido y sus dificultades para tramitarla. El PS, además, viene en declive electoral desde 1999, cuando fue la lista más votada del FA. En el primer gobierno frenteamplista, el socialismo y sus dirigentes tuvieron un gran protagonismo y no tuvieron miedo de enfrentar los conflictos.

Recordemos a Azucena Berruti (en el ministerio de defensa) echando jefes militares; a Reinaldo Gargano (en cancillería) trancando el TLC con Estados Unidos; a Guillermo Chifflet renunciando al Parlamento luego de votar contra el envío de tropas a Haití; a José Díaz intentando, por última vez en los gobiernos del FA, una política de seguridad progresista.

No es la primera vez que el PS está en el centro del drama frenteamplista ni que deja en minoría a quienes, formando parte del partido, aspiran a liderar el FA y el país.

El PS es el lugar donde está la falla tectónica, el centro y la izquierda son fuertes, están claramente diferenciados e ideologizados, tienen dirigentes importantes y están parejos en la relación de fuerzas entre ellos. Además, el PS tiene un gran peso en la interna frenteamplista, por la formación y la experiencia de sus cuadros, por su presencia en todo el territorio nacional. Entonces, un cambio de orientación del PS puede ser desequilibrante en la interna frenteamplista, especialmente en un momento conflictivo.

En marzo de 2019, con la ajustada elección de Gonzalo Civila como secretario general, los ortodoxos volvieron, después de años, a dirigir el partido. Esta victoria ortodoxa expresó un descontento militante con la orientación del PS y el FA. No es un dato menor que Civila fuera el único parlamentario frenteamplista que pusiera reparos cuando Vázquez informó a la bancada oficialista de la declaración de la esencialidad en la educación, momento que para muchos fue la gota que derramó el vaso de la tolerancia con la derechización del FA.

Mientras tanto, el socialismo renovador fue una cantera y una usina del progresismo centrista que orientó al frenteamplismo en el gobierno. O sea, en el socialismo conviven el núcleo duro del centrismo progresista y algunas de las principales expresiones de su crítica. El juego entre sectores y gobierno es complejo.

Así, los ortodoxos Daniel Olesker, Kreimerman y Conde estuvieron en el gabinete de José Mujica, mientras que dentro del partido dominaba la renovación. Por el contrario, cuando los ortodoxos asumieron la dirección del partido, el grueso de los cargos que este tenía en el Ejecutivo era ocupado por renovadores. Y a esto se sumaba que nada menos que Daniel Martínez, intendente de Montevideo y luego candidato presidencial del FA, estaba identificado con los renovadores, aunque intentara mantenerse por encima de las disputas internas.

Una cultura política rousseauniana, según la cual la minoría tiene que aceptar la voluntad mayoritaria como voluntad general y plegarse a ella, chocaba con una liberal, con más lugar para el pluralismo en el pensamiento y la acción.

Y volvemos a la definición de la departamental montevideana. Para evitar el apoyo a Cosse, o revertirlo, los renovadores apostaron todo: agotaron las instancias orgánicas, criticaron públicamente al secretario general, amenazaron con rupturas. Esto, más que demostrar defectos éticos, muestra que para ellos, en esta disputa, hay muchísimo en juego: la proyección de Martínez como líder nacional, el riesgo de una hegemonía ortodoxa de largo plazo en el partido y el mismo rumbo del FA.

El centro, hoy, es minoritario en la actual bancada parlamentaria y en la estructura del FA. Y lo va a ser aún más cuando asuma el nuevo Parlamento. Pero, sobre todo, el FA va a perder el gobierno: Vázquez en la presidencia era un permanente bajador de línea centrista sobre una interna cada vez más descontenta. Por eso, las elecciones departamentales son vitales para los centristas.

Cuando Carolina Cosse salió al ruedo, el centro entendió que tenía que presentar a su candidato más potente. La presión para que Martínez postergara la vuelta a casa para cuidar a los nietos era grande. La elección departamental, entonces, se nacionalizó y propone un mapa posible de la disputa interna del FA en los próximos años.

Detrás de la candidatura de Cosse se agrupan los partidos Socialista, Comunista, Por la Victoria del Pueblo (PVP) y Casa Grande. La izquierda frenteamplista finalmente logra juntarse. No lo pudo hacer para la campaña de Constanza Moreira ni para la de Óscar Andrade. Lo logró, extrañamente, para apoyar a una candidata no especialmente izquierdista, una figura nacional con perfil ejecutivo.

Que se conformara esta alianza hizo sonar la alarma de los centristas, que temen la consolidación de un “polo marxista”. Ante esto, la candidatura de Martínez propone, según el astorista Pablo Ferreri, “avanzar en la construcción de una izquierda moderna, de cara al siglo XXI, con un rumbo estratégico claro, más allá de los dogmas”. Es decir, 30 años después del fin de la Guerra Fría, el tema de la disputa frenteamplista sigue siendo marxismo versus modernización, ortodoxia versus renovación.

Se juntaron el hambre centrista y las ganas de comer de Martínez, que si algo quiere en este mundo, es ser presidente. Arde de deseo y se le nota. Durante la campaña, publicó un aviso en la prensa que reproducía un trabajo escolar en el que imaginaba cómo sería su presidencia. Luego de haber perdido las elecciones nacionales y sin liderar su sector, necesitaba gobernar Montevideo para pensar en 2024.

Así, el mapa que se configura tiene tres regiones: la izquierda, el centro y el Movimiento de participación Popular, mujiquista. La evaluación autocrítica se postergó para después de mayo, pero la largada de la interna de 2024 se adelantó. Pero de acá a 2024 hay un calendario agitado: durante la campaña departamental sucederá la batalla en torno a la ley de urgente consideración, y luego, quizás, la campaña para su derogación.

Al mismo tiempo, se dará la disputa presupuestal. Y después de agosto se discutirá cuándo organizar las elecciones internas que elijan nuevas autoridades en el FA, del presidente y el plenario para abajo. Mientras se enfrenta el ajuste y se saldan las peleas internas, habrá que pensar qué quiere y qué puede ser la izquierda uruguaya del futuro. Esta discusión de fondo no va a darse en abstracto, alejada de las disputas por los plenarios y los cargos, sino mezclada con ese barro.

Todo esto importa, no para entender los vericuetos de la interna, sino porque no les es indiferente a la izquierda y la política uruguaya si el FA es un neodesarrollismo que hace política mediática y aspira a gobernar bien o si contiene alguna aspiración socialista. Se habló mucho sobre cómo sería el FA luego del retiro de la primera plana, Vázquez, Astori y Mujica, y ahora es posible comenzar a verlo.

Es de esperar que la magnitud de la transformación del FA sea tan grande como la que sufrió a la salida de la dictadura, luego de la victoria municipal de Vázquez o luego de la victoria de 2004, pero no se sabe en qué se transformará. Todo está en juego, desde los liderazgos hasta la ideología y las formas de organización.

Y si el fondo de la cuestión tiene que ver con la disputa entre ortodoxia y renovación, los socialistas tendrán algo que decir sobre cómo se enfrenta esto. Su líder, Emilio Frugoni, fanático de las libertades civiles y la democracia política, no los ponía como excusa para evitar plantear la cuestión del socialismo. Al contrario, veía la democracia como el vehículo y la forma de organizar la lucha de clases y la gestión social de los medios de producción.

Hoy, una socialdemocracia que se proponga realmente una transformación socialista es una postura radical. Y si hay que recordar que Frugoni no renegaba del socialismo en su formulación clásica, también hay que reconocer que los socialistas llamados ortodoxos nunca reivindicaron el modelo soviético. No es verdad que las únicas posiciones que existen en la izquierda y el socialismo son la soviética y la amortiguadora del capitalismo.

Hoy, la situación es muy distinta. La democracia está siendo abolida rápidamente por el capital, la crisis ambiental demanda enormes intervenciones políticas en la economía y los electorados rechazan el centrismo siempre que se les da la oportunidad. Militantes e intelectuales de izquierda se vuelven a hacer preguntas sobre la planificación económica, las nacionalizaciones, la autogestión, la superación del capitalismo, la ecología, la violencia y las formas de vida.

Se hace posible superar la dicotomía entre el leninismo y los partidos liberal‑mediáticos‑tecnocráticos. Las crisis de los partidos socialistas y socialdemócratas en Francia, Gran Bretaña, Grecia, Alemania y Chile hablan de esto. El problema no es sólo de los socialistas y los frenteamplistas uruguayos.

* Politólogo e integrante del colectivo de cultura y política “Entre”, analista del semanario Brecha. Versión de “Cuatro contradicciones” publicado en Brecha.


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