Generar alternativas de sociedad para contener las formas fascistas – Por Alfredo Falero

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.Por Alfredo Falero *

¿Por qué vuelve el fascismo? Se pueden dar muchas respuestas. Las que menos aportan son aquellas que quedan girando en torno al “funcionamiento” de los partidos políticos y de la “democracia” entendido todo como un sombrero que se coloca sobre cualquier cabeza.

De esta manera, las expresiones fascistas emergen, se desarrollan y prosperan en sociedades donde el sistema político no está consolidado o no funciona bien y deja lugar al político “outsider” o a lo “antipolítico”. Este estilo de respuesta cae en un reduccionismo explicativo pues omite problemáticas sociales sustantivas de fondo.

Otra respuesta simplificadora de la realidad podría ser: porque ya es la hora del trabajo sucio en el capitalismo y alguien lo tiene que hacer. Suena bien pero igualmente falta algo. Lo que los sociólogos podríamos llamar “mediaciones analíticas”, es decir capacidad de conectar una cosa con la otra. Esto se podría comparar con una variante en clave “demócrata” de la idea: “es la economía, estúpido”.

Cabe recordar que se trata de aquella frase -infinitas veces citada y parafraseada- de Bill Clinton durante la campaña electoral contra George H. W. Bush (el “Bush padre”) y que al parecer resultó muy efectiva. En otras palabras, habría que pensar el fascismo en términos de la problemática de la economía mundial actual y sus derivaciones y necesidades de acuerdo a los países lo cual va allanando un camino al fascismo para poder plasmarse. Es razonable pero sigue faltando integrar elementos sustanciales.

Seguramente existe algo de verdad en todo esto y debe contemplarse en la explicación, pero considerando que aquí se trata de apostar por una mínima contribución académica y no quedarse con una respuesta esquemática o con la frase fácil o pegadiza, es necesario promover otra reflexión posible. Y para ello es clave conectar la pregunta original con una definición de fascismo, ya que no toda forma de autoritarismo o totalitarismo puede definirse como fascismo. Lo ocurrido con el “tema Bolsonaro” generó un desafío explicativo adicional en relación a Brasil y su activo poder militar, pero igualmente el caso no escapa a integrar otros actores y ejes analíticos.

Si se coloca como referente central lo ocurrido con Hitler y Mussolini (entre otros, claro) y la segunda guerra mundial (la verdad es que por la magnitud de lo sucedido resulta inevitable hacerlo), aparece más que un partido político como actor o agente central, ya que también implica un movimiento que involucra a buena parte de la sociedad. Se trata por tanto de un proceso que pasa por una serie de etapas de crecimiento (incluyendo el electoral), en donde la figura de un líder carismático es clave.

Claro, no se trata de un movimiento en el sentido de “movimiento social” de sentido emancipatorio, de expansión de derechos, sino un movimiento reaccionario, impulsado por elites económicas y políticas aunque no lo parezca, que puede adquirir diversos disfraces. Y estos pueden ser socialmente muy seductores como el cuestionamiento a la corrupción o incluso puede implicar hacer gárgaras con la injusticia social.

En cuanto a la relación con el líder carismático, puede ser de utilidad el trabajo del historiador estadounidense Robert Paxton, más allá de acordar o no con el autor. Las pasiones movilizadoras que aglutinan una “tribu fascista” (podría denominarse así) en torno al “jefe”, son elementos como los siguientes: la primacía de la comunidad en el sentido que los deberes están por encima de todo derecho; el sentimiento de que esa comunidad es una víctima, lo que justifica toda medida contra los enemigos; la asociación con la idea de decadencia y de que la izquierda no es ajena en cuanto a responsabilidad en tal sentido, el sentimiento identitario de grandeza de la comunidad que contribuye a reforzar la identidad individual; una salida política que pasa por la perspectiva de autoridad del jefe que encarna todo lo anterior y en que el uso de la violencia se vuelve legítima si se consagra a la victoria de la comunidad.

Los anteriores elementos pueden permanecer latentes o marginales, pero no tienen por qué haber desaparecido. En este caso, la pregunta sobre el regreso del fascismo se transforma en “por qué el fascismo puede adquirir grandes dimensiones”. Porque no regresa lo que nunca se fue. Y la respuesta entonces es cuando las sociedades ven el fascismo –o mejor aún, las formas fascistas que puede adquirir diversos nombres- como la única salida posible frente a lo decadente y corrupto o como la respuesta ante el fracaso de todo lo anterior, lo cual incluye en clave europea la vieja perspectiva socialdemócrata y en clave latinoamericana los progresismos o las posturas nacional-populares.

Esto sugiere generación de consensos sociales. Las expresiones políticas fascistas en el sentido manejado no solo son cuestión de fanáticos. Implica construir patrones de percepción sobre formas de resolución simplificadas de los problemas –reales, es verdad- de inseguridad, corrupción, injusticia, entre otros. Esa simplificación va atada a la postura de que todo se trata de voluntad de hacer cosas (que el líder encarna como nadie), de ser ejecutivo y tomar decisiones y no andar con reflexiones innecesarias, de volver funcional una falsa polaridad social (del tipo violentos y víctimas de la violencia) y a la estructural incapacidad que se le adjudica a la izquierda para resolver tales problemas (ya sea por corrupción, debilidad, omisión, confusión, etc., según los casos).

Todo esto tiene evidentes similitudes o conexiones con el pensamiento militar de derecha. Sí, debe subrayarse ante tanta confusión interesada en la actualidad: no necesariamente existe una sola forma de pensamiento militar. Y dicho sea de paso, Brasil, más allá de su gran diversidad de realidades sociales, tiene excelentes condiciones sociales para construir patrones de percepción con componentes de pensamiento militar de derecha política.

Otro punto central es que para que se plasme socialmente el fascismo, los dueños del capital tienen una gran protagonismo. Se ha olvidado rápidamente que la burguesía americana puso el grito en el cielo por el New Deal de Roosevelt y que las petroleras y automotrices norteamericanas tuvieron estrechos vínculos con el proyecto y consolidación de Hitler o que Krupp o Thyssen vieron con entusiasmo su ascenso. O que la ideología nazi despertaba mucho interés en la burguesía y aristocracia sueca, por colocar solo un ejemplo de países cercanos. De la misma manera también suele evitarse pensar en el entramado de intereses empresariales que sustentan a Trump o que apoyan a Bolsonaro en Brasil, si bien no habrían sido necesariamente la primera opción.

La diferencia más sustantiva entre lo ocurrido en el siglo XX y lo que está ocurriendo con las formas fascistas en el siglo XXI es la transformación de la economía-mundo capitalista y –en ese marco- el papel del Estado-nación en relación a la economía que ya no puede ser el mismo. Es decir, ya no es posible pensar una “economía nacional” como entonces. No se trata entonces de oscilaciones de coyuntura sino de cambios de fondo. Esto significa que Trump o Bolsonaro pueden sugerir menores o mayores rasgos fascistas como figuras políticas al postularse como “anti establishment” por derecha y hasta pueden generarse algunas formas de proteccionismo económico según las posiciones de poder en la economía-mundo, pero lo que no pueden hacer es huir de su lógica central y las apuestas de sus principales agentes.

Así es que las formas de fascismo actuales pueden favorecer los intereses de las transnacionales pero también se generan límites recíprocos en ese matrimonio. Además se han generado posibilidades y límites nuevos con las transformaciones impuestas por la revolución informacional o cognitiva del capitalismo actual y sus diferentes expresiones en regiones centrales de acumulación y regiones periféricas.

América Latina, históricamente muy sujeta al precio de las materias primas, se vuelve profundamente inestable cuando no se está en un ciclo alcista de precios y eso puede favorecer salidas políticas muy diferentes. Pero ninguna de esas salidas escapa de lo primero. Aún Brasil con toda su potencialidad que, todo indica, ha recaído en los crónicos delirios de grandeza de sus elites y su expandida miopía en relación a derechos sociales. La mala noticia para nosotros es que la región toda está expuesta al peligroso comportamiento de sus sectores dominantes.

¿Cómo se lucha contra el fascismo?

Ciertamente no hay recetas porque, para comenzar, se trata de situaciones que pueden ser muy diferentes entre sí. Para volver a la referencia histórica, también Alemania e Italia implicaron en cuanto a lucha, situaciones sociales diferentes. La clave, como siempre, lo constituye el arco o espacio de movimientos sociales y su capacidad de movilización frente a la indiferencia o la criminalización de la protesta. Ambas son funcionales al poder y por tanto letales, ambas son de esperar en el inestable futuro próximo de América Latina.

Otra mala noticia es que los cuadros políticos progresistas y sus intelectuales no están preparados para enfrentar formas de fascismo. No puede evitarse pensar en lo sucedido con los gobiernos progresistas. Su apuesta –en general- por una participación limitada y funcional en el mejor de los casos, la construcción de un individualismo pasivo por un lado y “emprendedor” por otro, con escasa capacidad para entender los problemas sociales y mucho menos el funcionamiento del capitalismo, también han contribuido a generar una etapa “valle” de los movimientos sociales que en otros contextos (por ejemplo, en la etapa previa de progresismos y gobiernos nacional-populares) habían sido los grandes protagonistas.

Considerando a los militares como un estamento potencialmente proclive a adoptar posturas fascistas, un segundo elemento que es necesario integrar en el análisis es el relacionamiento que se debe tener. En cuanto a partidos políticos, si bien persistirán –en general- los buenos modales ante intereses y posicionamientos militares que explícita o implícitamente afectan la democracia, estos no conducen a nada. Uruguay es un excelente ejemplo en tal sentido.

Comparativamente con otros casos, la sociedad uruguaya no es un buen lugar para que se incuben y desarrollen formas fascistas de gobierno (esto no quiere decir que no surjan formas y posturas autoritarias). Pero ningún gobierno desde la salida de la última dictadura hasta el momento ha marcado taxativamente la responsabilidad militar pasada en el desastre ocurrido, los límites políticos que debe tener su accionar, ni ha sido contundente con sus exabruptos corporativistas y mucho menos ha sido consistente con la temática –aún abierta- de los derechos humanos y la memoria histórica. A cambio de algún apoyo en las inundaciones suena a muy poco.

Cuando se adoptan y adaptan formas fascistas en una sociedad, en sus cercanías suele sobrevenir la espera de la autocorrección quizás por una visión liberal, intuitiva, pre-científica de equilibrio o de ley invisible y la postura de excesiva mesura y precaución para no inquietar más de la cuenta suele imponerse en sus gobiernos. Todo lo cual es justamente lo que sustenta y envalentona las emergentes aspiraciones fascistas.

Porque el comportamiento dubitativo sucumbe precisamente frente a la imagen de comportamiento ejecutivo, duro, inflexible, que no se aparta de los objetivos trazados con que suelen presentarse las formas fascistas. No importante si esto es real o no -de hecho no lo es en las relaciones con el capital- sino que esta imagen suele imponerse. En suma, segundo punto, aunque suene poco académico: no se enfrentan las posturas fascistas en el sentido manejado, apelando a ondas de amor y paz y a una expectativa de conciliación.

Esto lleva, tercer elemento, a la lucha simbólica o de disputa de formas de concebir la sociedad. Muchos agentes sociales tienen responsabilidad en tal sentido, en particular movimientos y organizaciones sociales. También las universidades la tienen. Los trabajadores más sujetos a la precariedad y la inestabilidad laboral, los vecinos de los barrios y regiones metropolitanas más presionados por las consecuencias violentas de la fractura social (trayectorias delictivas y códigos violentos de comunicación), los sectores sociales en general con menos capacidad de diseccionar críticamente los mensajes que le llegan por distintas vías y/o que solo aspiran al mayor consumo, en fin, todo un conjunto de agrupamientos sociales están más expuestos que otros a asumir formas de ser y estar en la sociedad que se van conectando con actitudes y comportamientos fascistas.

Por ello es preciso explicar y fundamentar que existen otras alternativas de sociedad y que se pueden construir y expandir prácticas de auto-organización y conocimiento y saberes en tal sentido. Los sectores del capital más “inteligentes” (permítase la simplificación ya en el final), más activo con la revolución informacional y la expansión global, menos dispuesto al “esquema gorila” de dominación a escala nacional, ha entendido esto y lo ha tratado de funcionalizar a sus intereses. En consecuencia es preciso tener claridad sobre cómo se posicionan los distintos sectores del capital.

No se espere que las formas fascistas en clave siglo XXI aparezcan con los referentes simbólicos del siglo pasado (aunque todavía subsistan aquí y allá). De hecho, las más peligrosas son las que se visten de democracia aunque sean precisamente lo contrario y en regiones periféricas como América Latina, de desarrollo a partir de esquemas acostumbrados como la privatización de empresas estatales o la pérdida de peso del Estado en relación al mayor protagonismo de la empresa privada en todos los ámbitos. Antes como ahora, la coherencia ideológica no es precisamente lo que sustenta el desarrollo de formas fascistas.

Un elemento final es que el control de la fuerza de trabajo y de los movimientos sociales tiene características nacionales (si bien pueden generarse para ello acuerdos con otros países). Por contraposición, trabajadores e integrantes en general de organizaciones y movimientos sociales deben recuperar una escala de actuación transnacional. Si algo podría impulsar la contención de formas fascistas es el carácter transnacional de las prácticas de resistencia y de generación de alternativas de sociedad.

Seguramente esto suene poco factible frente a las amenazas actuales. Es que la incapacidad de imaginar lo alternativo, esta clausura mental sobre otros futuros posibles, es precisamente parte de una forma de fascismo societal que se ha venido imponiendo. Es ya momento de despojarse de tales cierres cognitivos si realmente pretendemos luchar contra el fascismo.

* Dr. en Ciencias Sociales especialización Sociología, docente e investigador de la Universidad de la República de Uruguay, autor de numerosas publicaciones en movimientos sociales; procesos globales y transformaciones territoriales y teoría social y pensamiento latinoamericano, co-coordinador del GT de CLACSO Intelectuales y Política. Publicado en hemisferioizquierdo.com


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