La población afrodescendiente y la desigualdad en América Latina

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Las brechas entre los marcos legales y la vida cotidiana de las personas afrodescendientes siguen siendo profundas. Según los censos de los diferentes países de América Latina y el Caribe, se estima que la población afrodescendiente en la región en 2010 era de 111 millones de personas, un 21,1% de la población total. Sin embargo, para el informe, Panorama Social de América Latina, edición 2016 de la CEPAL, debido a las limitaciones que aún persisten en la región en la cuantificación de estas poblaciones consideradas minorías, se estima que a 2015, había en la región al menos 130 millones de personas afrodescendientes

La falta de precisión de la composición racial en la región evidencia cómo la desigualdad étnico-racial, así como la socioeconómica, la de género o territorial, “constituye uno de los ejes de la matriz de la desigualdad social en América Latina”. La región es la más desigual del mundo y ello se manifiesta en diversos ámbitos del desarrollo social, entre ellos la posición socioeconómica, la salud, la educación y el trabajo. Como ejemplo, en los cuatro países de los cuales se dispone de información, se percibe una concentración significativamente más elevada de la población afrodescendiente en el quintil de menores ingresos.

En el ámbito de la salud, uno de los indicadores que más evidencia la desigualdad entre los afrodescendiente y el resto de la población son las tasas de mortalidad infantil. Con la excepción de la Argentina, la probabilidad de que un niño afrodescendiente muera antes de cumplir un año de vida es superior que la de los no afrodescendientes. Las mayores brechas se registran en Colombia, Uruguay, Panamá y Brasil, países donde la probabilidad es de entre 1,6 veces y 1,3 veces mayor entre niños afrodescendientes que entre niños que no pertenece a este grupo racial.

Las desigualdades étnico-raciales también se manifiestan en la educación, donde la proporción de jóvenes de raza negra de entre 18 y 24 años que asisten a un establecimiento educativo es menor al porcentaje de los jóvenes que pertenecen a otras razas. Según el mismo informe de la CEPAL, la brecha se profundiza en el caso de la asistencia a la educación superior. En cuanto al mercado de trabajo, las tasas de desempleo de los afrodescendientes son superiores a las de los no afrodescendientes en la mayoría de los países considerados. Y a modo de ejemplo, los ingresos de los hombres de raza negra que cuentan con educación terciaria representan apenas el 73% de los hombres no afrodescendientes.

A pesar de las persistentes desigualdades, desde mediados del siglo pasado se han venido emprendido acciones y se han asumido compromisos internacionales para intentar revertir la situación. Pero ha sido en los últimos 15 años, tras la Conferencia Mundial contra el Racismo, la Discriminación Racial, la Xenofobia y las Formas Conexas de Intolerancia, celebrada en 2001, que la presión de movimientos sociales y diferentes organismos internacionales han logrado que los gobiernos de la región fortalezcan los mecanismos relacionados con las poblaciones afrodescendientes.

En los últimos años, algunos países han reformado su legislación para combatir el racismo y fomentar la igualdad. Algunas de estas políticas implican la reserva de cupos para personas afrodescendientes en universidades y puestos laborales. También, según el informe de la CEPAL, se han implementado políticas como la instauración de días oficiales de celebración de la afrodescendencia, y la enseñanza de historia y cultura africana. Y en algunos países se fomenta la participación de organizaciones afrodescendientes en las decisiones, “a través de la articulación, aunque incipiente, de los mecanismos gubernamentales”.

A pesar de los avances, las brechas entre los marcos legales y la vida cotidiana de las personas afrodescendientes siguen siendo profundas. Y de hecho, todavía hay países que carecen de cualquier normativa al respecto.


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