Pensando en Nicaragua – Por Rafael Cuevas Molina

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.Por Rafael Cuevas Molina*

La izquierda debería repensarse. Lo que ha pasado en estos días en Nicaragua, pero lo que viene sucediendo en América Latina desde la muerte de Hugo Chávez, debe llevarla a repensarse seriamente. Una autocrítica se diría en lenguaje de “aquellos años”.No hace falta describir los acontecimientos recientes en Nicaragua pues ya todos nuestros lectores los conocen. Escribimos “Nicaragua” en el título y todo mundo pensó en los acontecimientos de la semana pasada. Así que no perderemos tiempo haciendo recuentos, descripciones o emulando las condenas.

Más bien lo que deseamos hacer son algunas reflexiones que, ahora que Nicaragua está en la mira, tal vez no nos caería mal hacer. Al igual que como hicimos con el caso costarricense, en donde se llevó a cabo unas elecciones sui géneris, desearíamos dedicarle a Nicaragua varios artículos, pero la situación en ese país parece haberse calmado, salió de la atención de las redes sociales que azuzaban por el derrocamiento de “la dictadura de Ortega y su mujer”, y seguramente la atención de quienes clamaban justicia decaerá. Así que, aunque superficialmente, haremos estas reflexiones en este breve espacio.

Primera reflexión: El sandinismo. En Nicaragua, el sandinismo es una presencia que cruza buena parte del siglo XX hasta nuestros días; desde que Sandino se separó de las fuerzas liberales autodenominadas “constitucionalistas” en 1927, ha estado siempre, en mayor o menos medida, gravitando en la vida política del país. No es este el lugar para entrar en las honduras de sus diferentes facetas y expresiones, pero baste esta indicación para tomar conciencia que, al hablar de sandinismo, podemos estarnos refiriendo a cosas distintas en función del momento histórico.

En esta crisis que recién termina, en nuestra opinión, el sandinismo, de nuevo, estuvo en el centro de todo. Es un sandinismo que, desde la vuelta al poder de la mano de Daniel Ortega, ya en pleno siglo XXI, es lo que Edelberto Torres llama un “sandinismo transfigurado”; es decir, un sandinismo que poco se parece al que lo precedió, el de finales de la década de 1970 y la siguiente. Es este un sandinismo aggiornado después de haber sido vapuleado en la década de los ochenta, que volvió escaldado de la guerra que le impuso los Estados Unidos, que le costó la vida de más de 50,000 muchachos, escasez, minado de puertos y sabotajes. Sin esa guerra, casi seguramente el sandinismo no habría perdido las elecciones de 1990, y no se habría desgajado de él el Movimiento de Renovación Sandinista (MRS), cuyos preclaros intelectuales se dieron cuenta que no estaban de acuerdo con el Frente hasta que fueron desplazados del poder. Antes no.

El aggiormaniento del Frente Sandinista tomó en cuenta esas circunstancias, y trató que no se repitieran las condiciones que llevaron a la intervención norteamericana y al desgajamiento de la sociedad. Por eso pactaron con la Iglesia Católica y los empresarios. No juzgamos esa decisión, solo consignamos el hecho. La concertación entre estos sectores antes enfrentados se tornó indispensable en el nuevo modelo para no reeditar los viejos tiempos. Pero tuvo sus consecuencias. Una de ellas se vio en la coyuntura actual: se reivindicaba sandinista gente de ambos bandos, lo que expresa un desgajamiento al interior del movimiento que, para él, es sumamente peligroso, porque la fuerza del modelo actual radica en la concertación hacia fuera, es cierto, pero en primer lugar la unidad interna. Primera conclusión: el modelo impulsado por el sandinismo transfigurado está debilitado en su núcleo primigenio.

Segunda reflexión: Del Che a Daniel Ortega, la ética de la izquierda revolucionaria. Uno de los ejes centrales de la propuesta de la izquierda latinoamericana fue siempre la ética. El Che Guevara clamaba porque la “expresión superior” del revolucionario, el guerrillero, se comportara como un sacerdote de la revolución: asceta, sacrificado, motor de la guerrilla a través del ejemplo. Nada para él, todo para la causa del pueblo. Transgredir esas reglas podría llevar a la muerte; con lágrimas en los ojos, robos menores en la Sierra Maestra fueron sancionados con la muerte. El Che nunca disfrutó de ninguna prebenda siendo ministro de industria o presidente del Banco Central de Cuba, vivió en una casa común y corriente, y ocupó su tiempo libre en aportar al trabajo voluntario. Quería ser el anticipo del hombre nuevo y en eso se le fue la vida.

¿Qué queda de esa ética y moral heroicas en la izquierda latinoamericana? ¿Qué rastros quedan de ella en Daniel Ortega y su familia? Parece que nada. Es una familia de empresarios que han hecho del poder político el trampolín para volverse otra cosa, cualquier cosa menos algo definido por lo que debe ser la ética de la izquierda.

Tercera reflexión: La izquierda latinoamericana. El problema es más grave aún: no es solo Ortega y su familia, hay mucho más de eso en la izquierda latinoamericana contemporánea. ¿La corrompió el poder? ¿Se volvió parte de su nueva identidad cuando cayó el Muro de Berlín y cundió el desencanto? No lo sabemos y no pretendemos darle respuesta a estas preguntas en estas breves líneas, pero parece evidente que hay una crisis ética.

Esa crisis va más allá, y tal vez la prevalencia de lo que hemos llamado gobiernos nacional-populares lo ha ocultado. Pareciera que es una crisis general del proyecto de la izquierda que encuentra expresión en la coyuntura nicaragüense. Volviendo nuevamente al Che, recordamos que, en confrontación con los partidos comunistas latinoamericanos, les conminaba: “el deber de todo revolucionario es hacer la revolución”. Es decir, nada de medias tintas, de parlamentos y alianzas en función de una concepción etapista de la toma del poder, sino ir hacia delante, desbancar a las oligarquías locales y construir el socialismo con vistas al comunismo. Ese fue, también, el modelo nicaragüense de la década de los ochenta. Pero hoy ¿puede serlo? ¿Cuál es, como alternativa, el proyecto? ¿Hacer “lo que se pueda”?

Los países que, como Nicaragua, han asumido el llamado socialismo del siglo XXI, están llenos de contradicciones. En Venezuela, las ganancias del petróleo sirvieron para financiar políticas asistencialistas que favorecieron a amplios sectores populares pero, como nunca antes, crecieron las ganancias del empresariado y las finanzas. Los mismo pasó en Brasil. Algo así como estar bien con dios y con el diablo. No pretendemos aquí determinar si esto es bueno o malo, correcto o incorrecto, ni externar un deseo de mayor radicalidad, sino solamente constatar que estas medias tintas llevan a contradicciones como las que se presentan en la coyuntura actual de Nicaragua, en donde el gobierno se autoproclama revolucionario pero, al mismo tiempo, sigue dócilmente los dictados del FMI.

Cuarta reflexión: la dimensión geoestratégica. Si todas esas contradicciones fueran pocas, Nicaragua es geoestratégicamente importante para los Estados Unidos. Lo ha sido siempre, y es esa la razón por la que sea el país de Centroamérica que más intervenciones de los Estados Unidos tenga en su historia. El tema original es el canal, que al final de cuentas se construyó en Panamá, pero que Estados Unidos debe vigilar que no se construya en Nicaragua por otra potencia. Un canal real y otro virtual o posible. ¡Qué casualidad que los dos países del istmo en los que puede construirse un canal interoceánico sean los más vilipendiados por los Estados Unidos! Las veleidades del gobierno nicaragüense por construir un canal con los chinos puso nerviosos a los norteamericanos.

Pero no solo eso: Nicaragua es un voto permanente al lado de Venezuela y Venezuela es, junto con Brasil, las joyas de la corona de la región. En Brasil, la oleada conservadora va sacando la tarea, y el peligro Lula está en la cárcel. Es una pugna que no se sabe bien aún como terminará, pero por el momento, en Brasil parece que los intereses norteamericanos están a resguardo. Pero Venezuela es terca, y por más que empujen estrategias de la más diversa calaña, no logran mover al chavismo. Quieren intervenir pero no han podido, y en esa batalla la trinchera, cada vez más menguada, en la que se encuentra Bolivia, más o menos Ecuador después de la llegada de Lenin Moreno, El Salvador y Nicaragua, sigue siendo un valladar. Por eso hay que destramarla. El gobierno sandinista, miopemente mete la pata, y le caen encima como en manada. Es decir, no pueden cometer el más mínimo error porque se arma la de San Quintín. Es milimétrico, hay que saberlo. Quiere decir todo esto que Nicaragua no es solo Nicaragua, aunque también sea Nicaragua, y no se puede perder de vista esta dimensión.

Quinta y última reflexión: el desconecte de las nuevas sensibilidades. Dicho lo anterior, hay que apuntar que si bien es cierto que hay un azuzamiento del descontento que hay que buscarlo no solo en lo que pasa internamente en el país, también hay razones para el descontento y la no identificación con el gobierno. Ese descontento proviene de diversos sectores y de distintas causas, pero esta vez los protagonistas fueron los jóvenes.

Se han mencionado diversos problemas que acumularon descontento en ellos: el incendio malamente controlado en una de las reservas naturales más importantes del país; la actitud prepotente, excluyente y verticalista de la Juventud Sandinista en centros de enseñanza; las amenazas de controlar las redes sociales. Es decir, lo que podríamos llamar una falta de conexión con nuevas sensibilidades de un amplio y creciente sector de la población en el que las viejas consignas ya no calan. Ahí, sí, hay un descontento que, seguramente, no es el descontento de quienes “no tienen nada que perder”, pero que se cataliza y explota cuando hay una coyuntura que lo permite.

Por último, ¿quién ganó con esta revuelta? Lo más claro es que quien perdió fue el sandinismo porque ahora ha disipado su unidad interna, se ha puesto en cuestión su política de alianzas y ha tenido que echar para atrás. La dispersión del otro lado de la acera, de lo que no es sandinismo (pero que tampoco puede ser catalogado taxativamente como antisandinismo), no permite pensar en una alternativa que nazca desde ahí, por lo menos en este momento, con lo que se repite de alguna forma, y por ahora, lo que sucede en Venezuela. Por otra parte, la izquierda debería repensarse. Lo que ha pasado en estos días en Nicaragua, pero lo que viene sucediendo en América Latina desde la muerte de Hugo Chávez, debe llevarla a repensarse seriamente. Una autocrítica se diría en lenguaje de “aquellos años”.

Eso nos mueve a pensar la situación por la que ha atravesado la hermana república de Nicaragua en estos días. Como diría un querido amigo socialdemócrata que ya no se encuentra entre nosotros, el costarricense don Eugenio Rodríguez Vega, son “pienses” que no pretenden haber llegado a ninguna conclusión definitiva, y que anhelan poder contribuir a una reflexión constructiva que refuerce los proyectos latinoamericanistas progresistas y de izquierda.

*Escritor, pintor, investigador y profesor universitario.


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