Integración regional: ¿Nostalgia o necesidad estratégica? – Por Augusto Taglioni

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Las tres etapas del proceso de integración

El pasado 5 de noviembre se cumplieron 12 años de la Cumbre de las Américas realizada en Mar del Plata, fecha que puso en marcha una dinámica de integración regional que marcó los tiempos durante una década en Sudamérica. Es importante analizar, despojado de toda nostalgia, el recorrido transitado en estos años para entender la situación actual y proyectar las posibilidades futuras de una integración que está en pleno proceso de reconfiguración. ¿Qué tipo de integración se está forjando? ¿Existe una dirección estratégica común? ¿Cuáles son los cambios en relación al ciclo progresista? ¿Qué puede cambiar el año que viene con las elecciones en la región? Algunas de estas preguntas intentaremos responder en este análisis.

El auge del regionalismo autónomo impulsado luego del rechazo al ALCA se produjo entre 2005 y 2010, cuando la crisis financiera internacional empezara impactar en las economías emergentes, particularmente a Brasil, y algunos años antes del derrumbe de los commodities que enterró, entre otros países del mundo, a Venezuela. En ese lapso de tiempo, el proceso regional proteccionista diseñó un Mercosur preparado para jugar en bloque en el contexto multipolar que regía (y rige con menos intensidad) en el escenario geopolítico dado que representaba el quinto PBI mundial. También, fundó UNASUR como espacio soberano para la resolución de los conflictos intrarregión y defensa de los procesos democráticos. Esto tuvo relativo éxito en el caso de la tensión entre Colombia y Ecuador y entre Venezuela y Ecuador en 2010 y los intentos de golpe de estado Bolivia (2008) y Ecuador (2009), pero no con la misma suerte en los golpes a Fernando Lugo en Paraguay y José Manuel Zelaya en Honduras. Asimismo, tal vez en el más alto nivel de tensión de esa etapa, UNASUR se reunió de urgencia en Bariloche para tratar la instalación de 7 bases militares estadounidenses en Colombia por decisión del presidente Álvaro Uribe y su Ministro de Defensa y por entones lugarteniente, Juan Manuel Santos.

Las mezquindades también fueron parte de la caída en desgracia del progresismo regional

En fin, en términos políticos, estuvimos en presencia de una mirada estratégica común para la región basada en la idea de un Mercosur proteccionista como elemento de inserción en el escenario multipolar vertebrado por la construcción de bloques que intentaron ponerle firma a una nueva arquitectura financiera internacional, amparados en el ascenso de economías emergentes como China, Rusia y Brasil en los BRICS, y un organismo como UNASUR en el que convivían todas las experiencias políticas, es decir, la hegemonía progresista había logrado sentar a Alvaro Uribe y Sebastian Piñera, con Hugo Chávez y Evo Morales sin necesidad de intervención extranjera, un verdadero logro. No obstante, en términos económicos no se dio el paso que se debía dar a partir de la creación el Banco del Sur, frenado entre otras cosas por la falta de firma de Brasil quien prefirió enfocarse en su propio banco de desarrollo en lugar financiar uno regional que pudiera poner en riesgo un ápice de su hegemonía. Es importante decir que las mezquindades también fueron parte de la caída en desgracia del progresismo regional.

La segunda etapa del proceso de integración regional podemos encuadrarla entre el 2011 y el 2015, en donde primó el estancamiento y la división por sobre la interesante dinámica adquirida durante la etapa anterior. El estancamiento tiene varias razones: el coletazo de la crisis internacional originalmente proveniente de los principales centros de poder, la caída de los precios de los commodities y el freno de mano puesto por Brasil para impedir la creación del Banco del Sur, profundizando así las asimetrías entre las economías más pequeñas y las más poderosas del bloque. La división, por su parte, se agudiza con la creación de la Alianza del Pacífico (AP) en 2011, destinada a seducir a aquellos que buscaban flexibilizar el bloque y oxigenar economías muy dependientes de las importaciones, disyuntiva que se expresó con fuerza en la cumbre del Mercosur de 2013 en Montevideo, cuando el entonces Canciller uruguayo Luis Almagro tuvo que desmentir la versión en la se planteaba que Uruguay quería sumarse a la Alianza del Pacífico para firmar Tratados de Libre Comercio.

La AP, como pata regional del Tratado Trans Pacifico impulsado por Barack Obama, significó la inserción del regionalismo abierto expresado en Mexico, Perú, Colombia y Chile en el proyecto globalista. Frente a esto, UNASUR perdió densidad, la región se fracturó en dos proyectos antagónicos y la CELAC terminó siendo tan solo un espacio de declamación.

¿Cuál es el horizonte estratégico del Mercosur? En principio parece difuso

La tercera etapa del proceso vino acompañada por la victoria de Mauricio Macri en Argentina y la destitución de Dilma Rousseff en Brasil. De esta manera, el eje Brasilia-Caracas-Buenos Aires terminó desarticulándose para dar inicio a una nueva etapa de gobiernos liberales en Sudamérica. Este ciclo empezó torcido, pues en 2016 perdieron los garantes del proyecto global al que los gobiernos de Brasil (y especialmente Argentina) pretendían incorporarse y por el cual se expulsó de manera muy dudosa a Venezuela del Mercosur, lo que se sucedió con la incorporación de Argentina como miembro observador de la Alianza del Pacífico. Donald Trump llegó a la Casa Blanca. Echó por la borda todos los mega acuerdos comerciales del proyecto globalista y le complicó la vida a quienes se presentaron como aliados en el sur del continente. Este problema aún sigue sin solución en el horizonte.

Sin proyecto global claro, ¿Cuál es el horizonte estratégico del Mercosur? En principio parece difuso. Las corporaciones en Brasil y Argentina depositaron sus expectativas en un contexto internacional que cambió con la derrota demócrata en Estados Unidos. La otra opción por la que Mauricio Macri viene peregrinando sin éxito es el acuerdo de libre comercio con la Unión Europea. Se viene negociando desde 1994 y luego de la negativa del regionalismo autónomo, esta ola de gobiernos promercado pretenden concretar sin contemplar -o a pesar de ello- la resistencia de los sectores productivos en Francia y en menor medida en Alemania.

Paradójicamente, el garante del libre comercio global es China, cuestionado por Techint de Argentina y la FEISP brasileña por la política de dumping. Alguna vez un industrial argentino calificó como “pacto con el diablo” los acuerdos firmados entre el gobierno de Cristina Kirchner y China. Bueno, de cara a la globalización y ante la necesidad de inversiones, el infierno parece estar encantador.

Frente a un mundo difuso e impredecible no hay nada peor que la ausencia de estrategia, al menos en defensa propia. Argentina y Brasil parecen no tenerla y esa es tal vez la cuestión a analizar. Con el Mercosur en el barro, Estados Unidos con Trump y la Unión Europea ocupada por sus propios problemas internos y la protección de sus productores, el camino parece ser Oriente. ¿Será China y su ruta de la seda?, ¿Es el sudeste asiático?, ¿Australia y los países del Commonwealth? Estos últimos parecen ser la alternativa a un G7, con cada vez menos relevancia y en un contexto mundial que no le facilita las cosas a las administraciones que triunfaron contra “el populismo”.

Paradójicamente, el garante del libre comercio global es China

Ahora bien, Brasil y Argentina no tienen proyecto regional ni estrategia conjunta, pero coinciden en el certificado de ingreso para ser parte de un proyecto global neoliberal. ¿Cuál? La reforma laboral y previsional. La base teórica del manual global indica que es inevitable que la tecnología reemplace gran parte de la mano de obra en el mundo, frente a esto, el trabajador debe poder hacer lo que sea necesario para preservar el trabajo resignando, entre otras cosas, derechos adquiridos hace mucho tiempo. Así se presenta la discusión en Argentina, Brasil y Francia y con ese ritmo avanza en China y buena parte de los países asiáticos.

Argentina quiere picar en punta, con más legitimidad que el cuestionadísimo Brasil de Michel Temer. Para eso será sede de la Cumbre de la OMC, pide ingresar al OCDE, aplica las reformas que los organismos multilaterales de crédito sugieren como necesarias para reducir el déficit y será anfitrión en la próxima reunión del G20, cuyo lema será “Globalización, comercio inclusivo y digitalización de la economía como respuesta al empleo”, un compendio de eufemismos para vestir elegantemente lo que explicamos más arriba. Los que confían en este escenario global dedican esfuerzos para alcanzar competitividad (devualuando y bajando costos laborales) y consolidar un modelo de servicios y reprimarización de la economía. ¿Esta demanda global podrá darle trabajo a los 200 millones de desocupados que hay en el mundo de los cuáles un 50 por ciento son jóvenes? Claro, la realidad no es un afiche de un congreso y las tensiones se ven con claridad en diferentes partes del mundo.

Por eso, América Latina no será la excepción, si hay reformas laborales y ofensiva contra los trabajadores es porque hay un proyecto global que establece que la agenda es “globalización con inclusión”. Pasó en Brasil, pasa en Argentina y así prometió que lo hará Sebastián Piñera en Chile si lo eligen otra vez como presidente. El camino elegido por las economías abiertas que son puestas como ejemplo en América Latina combina inversión, monodependiencia productiva del cobre, petróleo o soja y generación de empleo precario en donde las empresas paguen poco y recauden mucho.

¿Existe una dirección estratégica común?

¿Puede cambiar algo de este panorama en 2018? Desde el punto de vista regional, Brasil es el país que más puede modificar el escenario cuando vaya a las urnas. Sin quitarle mérito a las elecciones que tendrán lugar el año próximo en Paraguay, Colombia, México, Uruguay y Venezuela, lo que suceda en el gigante regional puede consolidar la ola liberal sudamericana o, fraccionar aún más el escenario, si en tal caso, Ignacio Lula Da Silva ganara las elecciones. Independientemente de esto, podemos suponer que el Mercosur seguirá congelado, UNASUR profundizará el rol intrascendente de hace ya varios años y el proyecto global avanzará. En este marco, en lo único que coinciden Brasil y Argentina es en hacer todo lo que sea necesario para formar parte.

Así transcurre sus días América Latina, entre el recuerdo de un proyecto de Patria Grande que roza la nostalgia y la necesidad de discutir hacia dónde vamos en un mundo que no es de fiar.

Resumen del Sur


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