Uruguay: Los lenguajes de la comunicación y el mercadeo político – Por Eduardo Camin

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Quien piensa que, por haber aprendido a leer y escribir, o por tener la capacidad de hablar, está en las condiciones suficientes para relacionarse de manera efectiva con su entorno inmediato y con el mundo, vive un verdadero desfase histórico. Hoy la sociedad se relaciona (aunque no de manera igualitaria) a través de diversos lenguajes, entre los cuales los audiovisuales han adquirido un indiscutible liderazgo. Lenguajes que siendo restringidos para la mayoría en cuanto a su producción (debido a que el capitalismo excluye a las masas de los instrumentos para crearlos), no son desconocidos, o inaceptados por la generalidad de las personas. Es más, han llegado a tener un peso trascendente en la conciencia de las masas, esa es una realidad que no podemos negar.

Esta etapa superior del capitalismo, a la que Lenin categorizó como imperialismo, trae consigo un gran desarrollo de las fuerzas productivas y, por tanto, de la ciencia y la tecnología. En ese plano se inserta el inusitado avance de las denominadas Tecnologías de la información y la comunicación, que ha generado, un nuevo tipo de lector-productor de menajes.

Algo que ya lo explicó Marx, la actividad transformadora del ser humano sobre el mundo exterior produce valores en los que se refleja la esencia humana. Gracias a la producción material, una parte de la naturaleza se convierte en obra humana y en realidad humana. Es decir, el hombre no solo produce objetos para satisfacer sus necesidades, sino que el producto en sí crea un tipo de ser humano.

Claro que, en el capitalismo, esa producción creadora de millones de manos y cerebros de trabajadores del mundo termina en un proceso de alienación, que significa que los objetos que producen no les pertenecen, y al no pertenecerles no pueden vivir de ellos ni formarse con ellos. La propiedad privada arrebata el objeto al productor tanto en el sentido económico como en lo espiritual y moral. Esto es lo que sucede actualmente con las nuevas tecnologías.

Actualmente la confrontación revolución – reformismo, que viene desde el siglo XIX, y que tomó la forma de “correcciones” o “adiciones” a la teoría marxista, tiene un escenario de disputa muy complejo y clave: el de la lucha ideológica, el de la confrontación en el plano de la comunicación y la propaganda.

Lenin calificó al reformismo como “un engaño de que la burguesía hace víctimas a los obreros, quienes, mientras subsista el dominio del capital, seguirán siendo esclavos asalariados, pese a algunas mejoras aisladas”.

En Uruguay asistimos a un proceso de intensa ofensiva ideológica del reformismo, que busca afirmar la idea de que se vive una “revolución ciudadana”, en el marco del mismo sistema capitalista; de que el tránsito revolucionario entre la “larga y oscura noche neoliberal”, y la “nueva época”, se produce de manera pacífica y que se logra con el liderazgo mesiánico del gobierno frenteamplista o lo poco que aún queda.

Su palabra es inapelable, por lo cual pretende deslegitimar a las organizaciones, partidos y todos aquellos que piensan diferente convirtiéndolos en enemigos principales de esta particular “revolución”. Y como se hicieron tantas cosas y el país esta tan bien es que debemos callarnos.

El liberalismo, internamente podrido, intenta renacer bajo la forma de oportunismo socialista” y ello es particularmente demostrable con la situación del Uruguay: el gobierno tiene un discurso disfrazado de izquierda y con tintes populistas; amplificado y sustentado técnica y políticamente por un aparataje propagandístico de primera línea, lo cual, acompañado con una política asistencialista, genera aun respaldo considerable, entre mucha gente, y que se desgata no por la acción política en si mismo, sino por el comportamiento individual de sus dirigentes.

De esta manera, la izquierda, se ha convertido en la “cara alternativa” de dominio del Imperio en América Latina, pero ejecuta los programas económicos y la estrategia regional de Washington por derecha, es el nuevo producto del mercadeo vendido con urnas y elecciones. Así nació el distintivo axiomático que guía a los gobiernos “progresistas” en la región: hacer discursos con la izquierda y gobernar (con y) para los intereses de la derecha.

Sino, ¿cómo entender que los Estados Unidos, potencia regente unipolar del sistema capitalista- se haya apoderado del discurso del enemigo para construir una alternativa a su decadencia económica, política, social y cultural?

Hay un principio estratégico proveniente del campo militar que el sistema capitalista aplica en todos los niveles: al enemigo hay que destruirlo, neutralizarlo o asimilarlo. Por lo tanto, a una izquierda solo “revolucionaria” en el plano del discurso, sin referencias organizativas, doctrinarias y operativas de “toma del poder para cambiar el sistema”, ya no hay que destruirla sino reciclarla, asimilarla, y convertirla en alternativa de poder dentro de las reglas y los contenidos del sistema capitalista.

El capitalismo asimiló al discurso de la izquierda, lo vació de contenidos transformadores y revolucionarios, y lo convirtió en mercadeo electoral alternativo a su propio engendro político: el neoliberalismo. Despojada de todo contenido revolucionario la “nueva izquierda” (solo preocupada por el “poder formal” ejecutivo y parlamentarista del Estado burgués) se convirtió en útil y funcional al sistema que antes combatió con la idea de transformarlo y cambiarlo de raíz.

El sistema capitalista tomó el discurso “antiimperialista y revolucionario” de la izquierda y lo adaptó a sus propias necesidades de sustituir a la derecha por la izquierda manteniendo la “gobernabilidad” del sistema. Al abandonar sus postulados setentistas de “toma del poder”, justificar, admitir y adoptar los esquemas de la democracia burguesa y el parlamentarismo como única opción para acceder a posiciones de gobierno, la “nueva izquierda” se convirtió en una opción válida para administrar el “Estado trasnacional” del capitalismo en cualquier país de América Latina.

La asociación beneficiosa entre la “izquierda civilizada” y el establishment del poder capitalista es obvia: el sistema (por medio de la izquierda) crea una “alternativa de gobernabilidad” a la “derecha neoliberal”, y la izquierda (y los izquierdistas) pueden acceder al control administrativo del Estado burgués sin haber hecho ninguna revolución.

En lugar de inquietudes definidas en términos de valores y amenazas hay un malestar vago, una inquietud, un desalentado sentimiento que nada marcha bien. Pero llama la atención el alto grado de conformismo con el que responde la sociedad ante los postulados y principios provenientes del mundo académico.

En fin, preocupa que esta comunidad de saberes asuma este comportamiento conformista y complaciente como un logro positivo del fin de las incertidumbres históricas. Tal vez se haya agotado el tiempo para la crítica, para la imaginación, para la historia, como hace algún tiempo quiso hacernos creer el mediocre funcionario Fukuyama, aprendiz frustrado de filósofo.

La crisis del capitalismo no disminuye, al contrario, se multiplica amenazando con destruir ya no sólo a la clase trabajadora sino a todo el planeta, su cultura y su civilización. Los análisis de Marx, que abarcan no sólo la explotación económica y la extracción de plusvalor sino también las formas de la dominación política, la teoría del poder y las redes de sujeción de las subjetividades y la cultura, Kohan señala que las perspectivas estratégicas de Lenin y el espíritu insurgente del Che Guevara se convierten en un faro cada día más potente.”

En medio del desánimo político, el desarme moral y la confusión ideológica generalizada, ellos nos marcan el camino. Por eso creemos que ese horizonte revolucionario es el único que puede detener la marcha del capitalismo mundial hacia el suicidio de la especie.

(*) Periodista uruguayo. Jefe de redacción internacional del Hebdolatino, Ginebra.

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