Las contradicciones intercapitalistas cada vez más ásperas – Por Rafael Cuevas Molina

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El señor Fukuyama, vaticinador de un tiempo sin contratiempos ni tropelías en el que a la historia lo único que le quedaba era dormir arrullada el sueño de los justos, debe estarse rasgando las vestiduras. Si algo caracteriza a nuestros días es, precisamente, todo lo contrario y, como bien se sabe de sobra, quien ha llegado en su corcel blanco a echar a perder la fiesta es el rubio con cara de enojado que en este momento funge de presidente de los Estados Unidos.

El señor, que no deja títere con cabeza, se ocupa de lanzar mandobles en contra de amigos y enemigos, sin distingo de ninguna clase. Hasta ahora, sus amigos parecen ser solamente las otrora llamadas Islas Brumosas, aunque para ello su primera ministra debió sortear algunos desmanes poco diplomáticos del energúmeno cuando llegó a visitarlo a su propia casa.

Ambos, Gran Bretaña y los Estados Unidos, las dos potencias mundiales cuyos líderes abrieron en la década de los ochenta la era de la globalización de corte neoliberal, han decidido dar marcha atrás con el proceso, socavados como están internamente por sus consecuencias, dejando en el aire a todos los que embarcaron en “el tren de la globalización”.

En Europa, el principal objetivo de la santa alianza británico norteamericana será Alemania, con quien nuevamente –como en la década de los treinta del siglo XX- están en problemas.

Como entonces, el tema central son las contradicciones intercapitalistas. A Alemania, después de bregar durante dos décadas para ocupar el papel preponderante en la Unión Europea, se le están poniendo cuesta arriba las cosas. Primero, porque el modelo de unión que ha respaldado contra viento y marea está haciendo aguas por todas partes internamente; y segundo, porque encabeza en Europa un proyecto que siempre marchó de segundón en el orden económico y político mundial comandado por los Estados Unidos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, orden al que Trump le está poniéndole fin.

En América Latina la situación es más patética aún. Aquí, con las excepciones harto conocidas de Cuba y los recientes intentos nacional progresistas, nuestros paisitos ven al norte con gesto bobalicón.

El primer viaje que debía hacer cualquier presidente recién electo que se preciara era a Washington, a entrevistarse con el Jefe Supremo, tomarse la foto sonriendo y dándose la mano con él, certificar que todo estaba en orden y que por lo tanto podía empezar a administrar el trozo de territorio que tenía designado.

Hoy, todos esos bobalicones se encuentran en estado de total estupefacción, sin proyecto y sin esperanzas de que les manden instrucciones precisas de cómo operar. Es más, si se descuidan, pueden ser vistos también como amenaza para la seguridad nacional norteamericana, ya sea porque mandan demasiada gente allende sus fronteras, porque firmaron algún tratado de libre comercio, o por cualquier otra razón, por peregrina que sea, que se le ocurra al señor ese que cada día se levanta con cara de haberse pasado la noche pensando con que otra ocurrencia conmocionar a todos.

Si nuestros pequeños mandamases tuvieran dos dedos de frente, que generalmente no la tienen, estarían reuniéndose de urgencia para, por lo menos, comentar lo que está sucediendo. En esto que se está forjando, y que se avizora que traerá tras de sí más de una crisis, hay tela que cortar y dividendos que ganar.

Por un lado, porque tal vez permitiría que al fin se dieran cuenta que lo más conveniente es conciliar entre sí, como latinoamericanos, sin estar pendientes todo el tiempo de cómo pasó la noche el señor ese. Es decir, continuar con el proceso que ya se había iniciado, y que tienen varias expresiones institucionalizadas, de integración y unión autónoma latinoamericana.

Segundo, porque sería interesante darse cuenta que aquello que decía José Martí desde el último tercio del siglo XIX es cierto y valedero aún: que para lograr el equilibrio del mundo no hay que poner todos los huevos en la misma canasta, lo cual en otras palabras y para nuestros días quiere decir que debemos aprovechar esas contradicciones intercapitalistas de las cuales hemos hecho mención anteriormente: ver hacia China, hacia Europa, hacia Rusia, pero también y muy especialmente, hacia el sur del mundo, hacia África y Asia, tal y como en algún momento lo hizo Brasil en el gobierno Luiz Inácio “Lula” Da Silva, y lo hizo antes Cuba.

Por el momento, sin embargo, con excepción de México y, eventualmente, los asustados presidentes del Triángulo Norte Centroamericano que ya ven inminentemente reducidas las remesas que les envían sus compatriotas emigrados, nadie parece darse por enterado. Ojalá este estado de shock dure poco.

(*) Rafael Cuevas Molina. Escritor, filósofo, pintor, investigador y profesor universitario nacido en Guatemala. Ha publicado tres novelas y cuentos y poemas en revistas. Es catedrático e investigador del Instituto de Estudios Latinoamericanos (Idela) de la Universidad de Costa Rica y presidente AUNA-Costa Rica.

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