Crisis y reacomodamiento de la derecha regional – Por Agustín Lewit

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La novedad en la América Latina de los últimos años, especialmente en el Cono Sur, fue el surgimiento de gobiernos progresistas, nacional-populares, de centro-izquierda, o como se los prefiera nombrar, que se han propuesto torcer el rumbo de las últimas décadas neoliberales. Ese corrimiento –que, por cierto, no carece de contradicciones, ambigüedades y contramarchas- tiene algunos puntos muy claros que habilitan a mirarlo como proceso, más allá de las particularidades de cada país. Así, una postura muy crítica respecto al neoliberalismo, una revitalización de la integración regional, un reposicionamiento de la política por sobre la economía en la configuración de la sociedad y una recuperación del Estado para hacer frente a las demandas sociales, aparecen como algunas de las coordenadas de ese nuevo rumbo.

También tienen, todos ellos, un origen común: son experiencias surgidas como respuestas a las distintas y simultáneas crisis neoliberales, que no sólo produjeron una gravosa situación económica, sino que también implicaron una profunda crisis política-institucional que sacudió las viejas estructuras políticas y los sistemas de partidos en general. En el seno de dichas crisis, las nuevas experiencias políticas emergieron como resolución de las mismas y promesas de algo distinto. Así, pues, hay que comprender el chavismo a la luz del Caracazo, el kirchnerismo en relación a la crisis de Diciembre de 2001, el triunfo de Evo a partir de la guerra del gas y del agua, y el correísmo y su Revolución Ciudadana, como la manera en que Ecuador resolvió su crisis de agotamiento político y económico de principio de siglo.

Con el tiempo, estas fuerzas políticas emergentes se fueron consolidando tanto en la gestión como en las urnas, alterando profundamente la estructura partidaria en los distintos países. La puesta en práctica de numerosas políticas públicas en favor de las mayorías, fueron respaldadas por amplios triunfos electorales que ratificaron la legitimidad de los nuevos gobiernos, fortaleciendo especialmente las figuras de sus líderes.

La contracara de ello, fue un declive general de los partidos tradicionales y un fuerte desprestigio de los mismos -especialmente de las fuerzas conservadoras- que no lograron encontrar su lugar en las nuevas coyunturas políticas, ni tampoco reconstruir los lazos de representación con ciertos sectores sociales. El ocaso en Venezuela de las dos principales fuerzas políticas, Acción Democrática y COPEI; un proceso similar en Bolivia, con el debilitamiento del MIR y el MNR; similar situación en Ecuador con el Partido Socialcristiano, la Democracia Cristiana y el PRE; y también en Argentina, con el debilitamiento de la UCR y del PJ en su versión más ortodoxa, grafican el proceso.

Sin embargo hoy, cuando muchas de las nuevas experiencias promedian o se acerca a la década de vida –con excepción del chavismo, que lleva quince años en el gobierno- las fuerzas conservadoras parecen haberse recuperado del cimbronazo y comienzan a encontrar estrategias viables para volver a disputar el poder.

En efecto, Henrique Capriles en Venezuela, Sergio Massa en Argentina, Mauricio Rodas en Ecuador y Doria Medina en Bolivia, emergen como los rostros de las alternativas más viables en torno a las cuales las fuerzas conservadoras comienzan a cerrar filas en los respectivos países.

Es cierto: son frutos, todos ellos, de coyunturas políticas muy particulares. Sin embargo, también es posible trazar ciertas similitudes que los tornan parte de un movimiento -sino totalmente sincronizado- al menos con fuertes elementos en común.

En principio, hay una coincidencia en que ninguno de ellos se reconoce abiertamente como candidato de la derecha, por más de que efectivamente lo sean. Como si hubiese en ellos cierta imposibilidad de hacer pública la adscripción al sector conservador, síntoma –quizás- de la necesidad estratégica de despegarse de sus predecesores y de las graves consecuencias que sus gobiernos impusieron a las respectivas sociedades.

En segundo lugar, y ligado a lo anterior, son candidatos que muestran poco o nada los proyectos políticos que proponen. Quizás sea por los presumibles costos sociales que implicarían, o quizás, también, porque responden a una modalidad de hacer política donde importan menos las propuestas que la imagen.

Hay otro rasgo común que define a estos nuevos candidatos, que podríamos definir como una “posición consensualista”. Si el avanzar de los gobiernos progresistas dejó aflorar parte de las muchas contradicciones que se alojan en las superficies sociales –tensiones en torno a la distribución de la riqueza, el Estado contra las corporaciones, lo público contra lo privado, etc.- el discurso de la nueva derecha profesa insistentemente la necesidad del consenso, del diálogo, de la unidad, sobre una operatoria que busca plantear el fin de las ideologías y de las disputas de clase. Frente a la discordia que supone la lucha de intereses, proponen la concordia y la vuelta a un estado “normal”. Lo que no dicen, claro, es que la armonía a la que apelan implica la aceptación de los intereses de las minoría concentradas.

Un cuarto aspecto que podríamos mencionar es que las nuevas derechas no se identifican como exponentes de una contrarrevolución social, cuyos planes de gobierno supondrían arrasar con las políticas implementadas durante los últimos años, sino que atacan aspectos puntuales de los gobiernos presentes, principalmente el carácter autoritario de los mismos. Les costó, pero estos nuevos exponentes conservadores comprendieron que es imposible ir contra ciertos avances sociales, sino es a condición de enfrentarse con las mayorías beneficiadas por los mismos.

Finalmente, lo que desnuda la centralidad de los medios de comunicación en la vida política, los candidatos de la nueva derecha deben más su lugar a los sets de televisión y a las páginas de los diarios, que a la voluntad de las bases sociales de erigirlos como representantes de ellas. Es por ello que gran parte de su discurso político adquiere la forma de lenguajes audiovisuales creados en los laboratorios del marketing.

En suma, luego del sacudón producido por la aparición de nuevas fuerzas políticas, la derecha comienza a reagruparse con nuevos métodos y rostros, aunque fieles a sus viejos intereses.

Tal recuperación le imprime un nuevo pulso a la región, atravesada desde hace algunos años por la tensión entre un pasado que se resiste a morir y un futuro que no termina de nacer. De la resolución de dicha contienda en los números escenarios electorales de los próximos años, dependen nada más y nada menos que las condiciones de vida de millones de latinoamericanos.

*Investigador del Centro Cultural de la Cooperación. Periodista de Nodal.

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